1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Mi historia jamás contada

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Chinaski, 9 de Octubre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 564

  1. Chinaski

    Chinaski Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    4 de Agosto de 2014
    Mensajes:
    4
    Me gusta recibidos:
    0
    Mi historia jamás contada (todo el mundo tiene alguna) comienza sacándome un moco en el sofá de mi casa. Bueno ahora mismo en realidad, ya de «jamás contada» tiene poco, pero me arriesgo al insulto y desprecio del populacho que acceda a leer tan controvertida experiencia.
    Como iba diciendo, me estaba sacando un moco, recuerdo que era mi orificio derecho y yo estaba forzando ya el dedo índice hasta límites insospechados.
    La verdad es que no estoy muy a favor del hecho de sacarse mocos, al menos en público, la verdad que no tenía público, de ahí mi atrevimiento inusitado. Como veo que me estoy enrrollando mucho con el moco, prosigo con la historia.
    Estábale yo, tranquilo, taciturno, como ciertas veces en las que miro a la pared y denoto que el color gris me apaga, que un amarillo albaricoque alegraría algo más mi vista a la par que daría más vivacidad y energía al sin fín de movimientos que hago cada día.

    Pues unos minutos transcurrieron desde tal pérdida de consciencia controlada y suena el «telefonillo» de mi casa. Eso de telefonillo me resulta chocante, ese diminutivo te hace imaginar que es pequeño, pero no, es más grande que el fijo de tu casa.
    En fin, contesto con voz grave (impone) y me habla una chica con voz muy aguda que hace serenar mi tono de voz («relajémosnos» un poco).
    La chica me preguntó si el piso en el que yo vivía había un tal Alfonso Sepúlveda. La verdad que en ese momento sólo estaba yo. Respondí que se había equivocado. La chica se fue, o eso intuí al no hablar más ella (muy tajante eh).
    Volví a mi sofá hundido por la mitad, la verdad que no sé por qué está hundido por la mitad si todos nos sentamos en los lados, y comencé a pensar en esa voz. Incluso traté de imitarla en algún momento, creo recordar.
    La verdad que me puse un poco cachondo, no por escucharme imitándola, sino imaginando un cuerpo bello acompañando tal sintonía, dulce, revoltosa y pícara que transmitían sus palabras (¿Vive aquí Alfonso Sepúlveda?, para los que se pierdan).

    Tuve la intención de hacerme una paja, pero luego pensándolo mejor opté por la opción de ponerme alguna escenita pornoerótica de esas que a mí me gustan. De esas que no follan, de esas que están «practicando el coito».
    La escena transcurría en el típico bosque de Massachussets en la que una excursionista con falda de colegiala que se había escapado del típico «High School» ajardinado que en España no se encuentra, no encontraba el camino de vuelta a casa y casualmente se encontraba a un leñador fornido y sudoroso al que pedía ayuda.
    En fin, visto así, no me cuentes más. Blanco y en botella. Después pasó lo que está mandado.

    La película no me motivó demasiado. Así que me dispuse a utilizar mi imaginación en pos de una señora corrida.
    La verdad, que entre todas las cosas que me podía imaginar, y para no haberme llegado la película, sólo podía pensar en esa escena. Pero en ella, yo era el leñador y aparecía una chica con voz dulce, coletas y falda corta de cuadros escoceses que me preguntaba si yo era Alfonso Sepúlveda. ¡Joder! No me podía quitar esa voz de la cabeza. Ya el resto, como con la anterior película, imaginaos qué pasa (no doy pistas, no soy agorero).

    Por un momento, llegué a la conclusión que una chica con esa voz buscando a un macho como Alfonso querría subir a la casa para tener algo más que un intercambio de palabras.
    No me pude terminar la paja.
    Así que con valentía me levanté y me dispuse a irme en búsqueda de esa chica. Pensaréis que es una locura, pero no, no lo es, es sólo un arrebato, tranquilos.
    En la calle sólo había una anciana y muchos coches.
    La anciana no era. O eso quise pensar.
    Así que fui por la primera calle a la derecha que te encuentras «na más» salir de mi casa y en la que hace viento siempre, no sé por qué, hay un microclima instalado allí, y advertí que una chica morena con pantalón de pitillo, zapatos con suela del grosor del alto de la acera y fina cintura venía hacia mí, bueno, no hacia mí, sino hacia los alrededores de mi vista.

    Con decisión me paré delante de ella y le pregunté si ella era quién buscaba a Alfonso Sepúlveda. Puso cara de pocos amigos y me respondió que no.

    Me desilusioné lo suficiente como para volver a mi casa. Ya nada quedaba después de ese «amor».
    Y he ahí mi sorpresa. Ahí comienza el principio del final de mi historia.
    Junto al portero automático, una chica rubia, con figura estilizada y fuertes piernas preguntaba por Alfonso Sepúlveda. Era esa voz.
    Al comenzar al abrir el portón, me detuve como si se hubiera quedado atascada la llave. Sólo escuchaba su pregunta «¿Vive aquí Alfonso Sepúlveda?» y con ello su voz. Angelical, mágica, tanto, que empecé a sentir una erección.
    Ella se percató de mi pequeño problema, el de la llave digo, y depuso su mano junto a la mía para abrir la puerta. Por un momento me sentí como Julia Roberts en la escena Pretty Woman. Los dos callados, abrimos la puerta. Nos miramos, nos detuvimos y sin mediar palabra nos besamos.
    Yo no era Alfonso Sepúlveda, tampoco Julia Roberts, pero si un poco guarro. Así que la cogí por las piernas y la introduje en el portón del edificio. Me preguntaba por qué había vuelto al mismo edificio. Me preguntaba si subiría a casa. No me quise responder. El ascensor se abrió inmediatamente, yo acababa de bajar, y comencé, ya dentro del ascensor, a meterle mi mano por debajo de la falda. Notaba su humedad mojando mi mano. También sus bragas.

    La puerta se abrió, yo saqué la llave del bolsillo de mi pantalón con dificultad ya que el pantalón me apretaba en esa zona.
    Ella se quedó atrás, yo dentro de casa, mirándola, esperando que entrara. Fueron segundos interminables hasta que agarré su mano y la introduje dentro.
    Nos besábamos como dos condenados a muerte que iban a disfrutar de su último orgasmo.
    Ella iba dando pasos hacia atrás mientras me quitaba la camiseta. Yo iba dando pasos hacia delante mientras yo le quitaba la suya.
    Caímos en el sofá, una madera crujió.
    Me comenzó a quitar el pantalón, me terminó por quitar los calzoncillos. Ella seguía con las bragas puestas.

    Se levantó, desabrochó su sostén y aparecieron dos tetas magníficas, caídas en parte.
    Con ellas empezó fuerte a masturbarme, rozando con su lengua mi capullo, púrpura ya, en esos momentos.
    Yo metía mis dedos por sus bragas. Primero uno, luego el segundo... pero en el tercero soltó un leve gemido entre el dolor y el placer que me puso aún más cachondo.
    No pude contenerme, la agarré y la puse frente a mí. Yo encima.
    Comencé a metérsela poco a poco, quería escuchar ese gemido otra vez. Luego, tras varias sacudidas surgió una cadena de gemidos en la que ambos nos volvimos locos.
    Ella obtuvo su premio antes. Yo, ya excitado como nunca, agarré su brazo, puse un cojín en el suelo e hice que se agachara pidiéndole que abriera su jugosa boca.

    Yo me masturbaba, ella mientras acercaba su lengua, me mojaba la polla y las manos. Me encantaba, ojalá no acabara nunca. Pero lo bueno siempre acaba y yo no iba a ser menos.


    Ella se levantó y me preguntó por el baño. Al volver comenzó a vestirse. Ninguno de los dos hablamos ni una palabra hasta que ella, con recelo y cierta vergüenza dijo: «Se que no eres Alfonso Sepúlveda».
    Yo solo pude decirle:«Vale».
    Ella acabó de vestirse, yo terminé de mirarla. Miraba mi pared gris. Oía los pájaros cantar. Los coches pitar.
    A la altura de la puerta volvió en sí misma y me dijo: «Me encantó tu voz al escucharte». Abrió la puerta y se largó.

    Yo miraba la pared gris. Ya no se escuchaba nada. El papel con los mocos seguía en la mesa. Mi voz permaneció apagada...
     
    #1

Comparte esta página