Mi niña

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Amé, tanto amé tan poco, nada. Humedades. El murmullo en el lavabo del agua rutilante. El canturreo del vecino. Más ojeras tengo hoy parece, pelo de gato loco y aquí el pliegue de la grasa. El water. Las heces del no-amor sin fondo a la boca se me suben. Mi efímera y eterna niña, la más pura, la más pequeña cuando en silencio cubre mi cuerpo con sus besos y en mis dientes aletea el pájaro salvaje.
Suplicio del acoplamiento cada día. Sales. Ácidos. Asco de tener que lavar la taza para el café. Una araña por la fregadera. Hoy me parece tormenta la palabra, inútil la acción, nido medio roto es mi cuerpo del que se escapa cada anochecer la sangre inútil, pero desnuda ella me la aparta con la boca, como sorbiendo una agua límpida.
Dónde la ropa, sobre la alfombra en desorden. Lenta vida. Tardíos los cambios. Esta acrimonia. Primero los calcetines. Con ella aún creo en las cosas prohibidas. Habrá pensado algo para esta noche. ¿No es así? El beso primero pero después del beso el inflar la sangre. Porque si no, toda sangre abandonada, como nieve pisoteada, tiene forma de adiós.
Ah, marcharse. Irse. Las llaves. Las llaves encima del adjetivo del poema. Sólo nació una mayúscula anoche. Será otra noche. El abrigo. El abrigo que está, que estaba, en el respaldo de una silla. Tendré que comprender mejor las palabras del oído. La calle. Hace frío. El día se alargará hasta aquellos edificios. Mi niña de largas piernas hermosas. Mi niña se apodera de mí como un estornudo. Mi niña tiene unos ojos de colores. Frutales. No hay color. Sino el recuerdo de un color. Un color que mancha el alma, como el vino. Ahora fácil, sólo es obedecer el semáforo. Cotidiano paisaje en la pupila. No es por sus colores, ella es como la rosa, su perfume de mí la defiende. Los colores en todos los ojos de colores extienden un tapiz de colores. Cuánto ruido de coches. Mejor mi cama. Ruido. Pleamar sin estrella. Ruido, y el eco de los coches que responde. Mi niña esta noche. En su seno la sabiduría. Mi niña con su risa de fresas aplastadas. Mi niña, mi niña, que el olvido adormece. La música de caza se va apagando. Semáforo en verde. Y en el trabajo se dirigirán a mi mar de inteligencia. Mejor el ruido. Si se hace ruido el tiempo vuelve a empezar. Desnuda y nada purísima. Mi niña, mi niña, que el olvido adormece.
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Jesús Soriano