Mi soledad debería tener alas

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.
​

Alejandra Pizarnik​

Las manecillas del reloj se clavan en mi sien, con su tic-tac acalambrado por las emociones, mientras examino cada parte de las comisuras del filo del cuchillo que dejó tu ausencia, esa que rebana los cristales de la noche y su clímax somnífero.

Al borde del dintel de la puerta aguardan mis alas nocherniegas que son kamikazes del tiempo, enterrándose en el ataúd del reloj, para así desflorar el fugaz vuelo con los mártires de los sueños.

Tras las paredes de la alcoba se diseminan los rostros del ayer, los arlequines de una fiesta de ángeles y demonios que celebran el réquiem de mi corazón y su marital alianza roída por las fauces del adiós sin una amena despedida.

Mi soledad es la madrina del funesto duelo entre la luna y los astros, entre la noche y el ángelus, entre el espejo y mi semblante pálido y escueto, entre el pasado con su cortina de hierro ante el presente de cemento.
Ella, mi soledad, es la compañera de penas, de clavicordios llorando la melodía al viento, de alondras sin vuelo, parapléjicas por el frío aliento de un efímero y abortado deseo.


Antes de todo esto, antes de los duelos, las penas, los clavicordios y sus llantos, las alondras parapléjicas y sin vuelo, mi soledad también me acompañaba, pero brindando conmigo por el azar de tus besos, por la alegórica confianza de tu presencia en el firmamento, y en mi regazo reposaba esa soledad con alas sueltas de quimeras.

Hoy es muy distinto, hay una infinidad de botellas descabezadas sobre una mar grisácea en la que flotan las colillas consumidas de mi salina templanza, o yo soy el consumido, frente a mis horas de letárgicos cigarrillos, esperando la hoz de la Parca y su consuelo de olvido.

Antes, de la carta con la mosqueta marchita, todo era muy distinto. Antes el alcohol no era un trance que invocaba al delirio, la única forma de apartar tu partida de mis retinas, antes no habitaban mariposas alcohólicas dentro de mis sentidos, también antes mi soledad tenía alas, pero hoy es muy distinto, desde que la postal que nunca enviaste se extravió en mi memoria quedé encallado en el baldío del descuido.

Así paso los días y las noches mirando como un ciego al reloj que encarceló a esas alas con las cadenas de la cortedad de una existencial agonía, pesada carga para los pájaros de mi lecho.

¿Cómo volar a una primavera distante? ¿Cómo volar hacia el buque que partió con el equipaje de todas mis aves?¿Cómo escapar de esta jaula y su candado de soledad sin alas?