1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Mímica Elemental o el Puente de Papel

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por MIDAS, 25 de Mayo de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 494

  1. MIDAS

    MIDAS Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    8 de Enero de 2013
    Mensajes:
    21
    Me gusta recibidos:
    2
    “La soledad también puede ser una llama”.
    Mario Benedetti​

    Si amar es confiar sin dudar, el desamor ha sido el motor móvil de la humanidad, pues sin duda no podría haber filosofía, ciencia ni progreso. Si estamos de acuerdo con lo anterior, discurrimos en afirmar, implícitamente, que el amor es un estado estacionario del hombre; el hombre enamorado un ser anquilosado y quienes de ello escribimos, seres desesperados.

    Hoy, como me siento atormentado, escribo estas líneas portando un flotador en cada brazo y llevando puesto un salvavidas en la cintura, pues no quiero sorpresas.

    La vecina de la casa de atrás me mira con asombro por la ventana de persianas descorridas de mi estudio, pero le resto importancia a tal intromisión pues la previsión habría salvado a New Orleans. Después de todo ella no comprende lo que ve porque no está en la situación de náufrago en la que yo me encuentro, en medio de esta tormenta que al parecer sólo me involucra a mí. Es pues, un acto personal de supervivencia. Pensándolo por segunda ocasión, creo que hice bien en ponerme mi equipo de flotación, de lo contrario la vecina hubiera tenido tiempo para caer en la cuenta de que, con excepción de tales accesorios, me encuentro totalmente desnudo.

    ¿Qué acaso nadie se ha sentido prisionero en sus propias ropas? Si me siento triste escucho a Gardel, si estoy contento a Tony Bennett. Luego entonces ¿por qué no usar flotadores y salvavidas cuando me siento atormentado?

    El problema se agrava porque en la casa de la vecina fisgona sus hijos han salido al jardín, inflado la alberca de hule y comenzado a chapotear el agua que vertieron en su interior con la manguera desde la pileta. Para ellos es día de sol; para mí, un verdadero nubarrón.

    La vecina vigila a sus pequeños vástagos desde la ventana de su recámara, en la planta alta, ubicada justo frente a la de mi estudio. De vez en vez, intercala la mirada guardiana de abajo hacia arriba, de la alberca a mi estudio. Mira a sus hijos de cuerpecitos desnudos y el mío, de flotadores y salvavidas. Le resto importancia y sin saber si ella sigue junto a la ventana me pongo de pie y estiro lo brazos, pegado a la mía. La niña cree ver en mi ventana un maniquí; la madre cree ver en ella un exhibicionista; el niño mira con envidia mi equipo de flotación y yo creo que la mamá de los niños es vouyerista y ellos imprevisores por no llevar puesto un salvavidas, pues aunque la alberca no es profunda, con el agua nunca se sabe.

    Observo hacia la recámara de la vecina –sólo por saber si en algo la puedo ayudar- y la descubro mirándome. Comienza a desvestirse, con una parsimonia ceremonial. Sale desnuda de su recámara, dirigiéndose a otra habitación y al poco tiempo regresa a su alcoba con flotadores en los brazos y salvavidas en la cintura. Se sienta al borde de la cama y comienza a llorar, mientras los niños gritan eufóricos allá abajo en el jardín, imaginándose que están en el mar.

    Ahora yo soy quien no despega la vista de la ventana, pero ella no me mira, pues lleva ya algunos minutos escribiendo en una libreta. Desprende una hoja del cuaderno a doble raya y la pega violentamente sobre el vidrio de su ventana, con el texto hacia fuera, de tal manera que yo lo pueda leer.

    En contestación, escribí un mensaje sobre una hoja amarilla, con tinta azul, que le mostré empleando el mismo método. Al verla desde su ventana, lloró más y más hojas desprendió.

    Por un momento sentí que la tormenta amainaba y que esa desdichada mujer experimentaba la misma sensación, pues su rostro se contuvo poco a poco, hasta reestablecer los rasgos sosegados de su joven faz.

    A base de hojas desprendidas tendimos un sólido puente que comunicó nuestras ventanas; a partir de mímica elemental construimos un lenguaje desnudo, sin riesgos de naufragio.

    En el último mensaje escrito en la última hoja de su libreta, reprodujo el mismo texto que en la primera y luego de mostrármelo corrió las persianas. Desde entonces no las ha vuelto a descorrer. A partir de ese día no he vuelto a escribir. El único mensaje repetido decía:

    “La soledad es una llama doble
    que quema pero no alumbra”.
     
    #1

Comparte esta página