Monólogo del condenado a la soledad.

Sentado frente a la frialdad del mundo, frente al cristal que me ha separado del resto, sentado frente al espejo: me miro como soy, veo el gran cambio del que tanto hablan. Esa fotografía que tengo en la mano, ese no puedo ser yo, no recuerdo haber sido así alguna vez. Sigo mirando, observo: observo los 6 años que pasaron desde aquel día; observo ese momento congelado en papel, subo la mirada al espejo y veo la dura transformación. Ese no soy yo, esa no es mi piel, esos no son mis ojos, esa no es mi sonrisa, ya no son míos porque ya no los tengo: todo lo que ha pasado desde entonces ha hecho esto, los sucesos forjaron para mi este traje de miseria: ahora pétalos muertos cubren mi cuerpo, ahora todas mis tragedias apagan mis ojos, ahora las lágrimas deshacen esa sonrisa tan suceptible.
Ya no quiero seguir con esto, ya me cansó la idea de tener que vivir tanto tiempo en este lugar, con estas personas que dicen que somos el mismo. Debo decidir: mueren ellos o muero yo.
El tipo del espejo me dice que si uno muere moriremos todos, porque somos el mismo, yo no lo creo, también dice que somos iguales y tampoco es cierto, yo se quien soy.
El de la foto se queda en silencio, pero en sus ojos esconde todo el miedo que le provoco, teme que tome la decisión equivocada: ¡Cobarde!, no estás dispuesto a arriesgarte.
Ya no los soporto. Sus voces entremezcladas me aturden, en medio de tanto sonido solo encuentro muerte. Ecos vacíos: así suenan sus voces, como gritos guardados, como llantos omitidos. Esa no es mi voz, ya no acepto nada, ya no quiero nada.
El tiempo se detiene para mi, cada cosa permanece en su lugar, se detiene el caos, me detengo yo.
Ahora viene el silencio, la obscuridad, pero no la eternidad, aún no... Aún no...