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Monomanía: Mortis Causa

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Enrique Flores, 18 de Julio de 2006. Respuestas: 1 | Visitas: 807

  1. Enrique Flores

    Enrique Flores Poeta recién llegado

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    18 de Julio de 2006
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    “El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto."

    Jorge Luis Borges


    I

    Al Número Veintitrés

    POCAS veces nos poníamos a meditar sobre el fin del mundo y sobre las pupilas dilatadas por algún gusto visual.

    A pesar de la poca luz, del blanco y del negro y la mortis causa en la pared, siempre era bueno hacerlo allí. Al final, siempre resultaba que la consecuencia era grande. Mucha hambre, mucha sed... Lo intenso era contar con los dedos y repetir una y otra vez la misma historia.

    Temía que Genaro se durmiera en esa posición incómoda pues el sillón era perturbador. En la mesa mi cabeza y el resto de mi cuerpo sentado en la vieja silla negra. Mis ojos advertían el sueño pero antes de dormirme debía estar seguro de que Genaro no lo hiciera. Alcancé a escuchar el timbre del teléfono. Me levanté con pesar y me dirigí hacia las escaleras de caracol, bajé y atendí al llamado.

    - Aló.
    - ¿Genaro?
    - No, ¿Quién es?
    - Alguien que quiere hablar con Genaro.
    - Él duerme... ¿Algún recado?
    - El encuentro será esta tarde y no hay devolución del efectivo. Iré a su casa esta tarde, procura que esté despierto, insisto, no se devolverá el efectivo.
    - Está bien, en cuanto despierte yo...

    La voz... Esa voz, ¡Qué extraña voz! Se trataba de una mujer con una voz muy particular, como el patio de mi casa. De esas voces que sólo se oyen en una estación. Me pareció muy importante darle el recado a Genaro antes de irme a casa.

    Abrí la puerta de la habitación, encendí la luz, en ese momento recordé a una persona... Dividí la puerta del baño y decidí hacer lo que se hace en esas circunstancias. Busqué en la bolsa de mi camisa un cigarrillo, sí, ahí estaba, arrugado y a punto de romperse. En los bolsillos de mis pantalones buscaba con desesperación un fósforo. Encendí mi tabaco y comencé el ritual. Siempre consideré algo psicológico hacer que lo fisiológico se torne mágico fumando un cigarrillo. Pero la verdad es que con el humo se disfrazan los olores.... Con el humo... Se disfrazan los olores. ¡Qué interesante!

    Genaro seguía durmiendo. Traté de despertarlo pero su cuerpo y su mente estaban meditando en algún lugar del universo junto a Morfeo. Hace días que estábamos enclaustrados en la habitación. Comíamos galletas saladas y bebíamos coca-cola y cervezas medio frías; el agua que bebíamos se obtiene de un ojito que se hace en el suelo pues la tubería está rota. Acondicionamos ese chorrito construyendo algo similar a una fuente, donde el agua circula a través de un sistema de ingeniería alemana que nos llamó mucho la atención implementarla.

    Hace tantos días que estamos aquí. No nos queremos mover de este lugar. Mientras escribo, lector, sigo en esto de permanecer percibiéndolo todo con mi bolígrafo Bu° y unas hojas de papel amarillo. Todo a causa de la meditación acerca del fin del mundo y de la dilatación de la pupila al momento del gusto visual. Genaro duerme, aún.


    Aproximadamente hace dos horas que el llamado telefónico sucedió. El encuentro será esta tarde... ¿Qué encuentro? Genaro nunca me lo dijo. No me dijo nada acerca de un encuentro ¿Encuentro para Qué? No me lo explico. Genaro seguía durmiendo. ¿Cómo me lo explicaría si seguía durmiendo? Tenía que hacerle despertar para que me lo dijera. Tenía que hacerle despertar a como diera lugar, pronto se haría tarde y el encuentro estaba por realizarse.

    - Genaro, despierta.
    - Maldita sea... ¿Qué quieres?
    - Genaro, una mujer habló hace rato, me dio un recado para ti.
    - Acerca de...
    - Un encuentro; un encuentro para esta tarde y se está haciendo tarde.
    - ¿Una mujer, dices?
    - Sí, con una voz sensual... Misteriosa, arrogante y fugaz.

    Genaro intentaba ponerse de pie. No lo lograba, su dormidera era tremenda. Yo supuse que no se levantaría.

    - Sí, sí. Ya recuerdo. No creo estar dispuesto. No creo poder. Tendrás que hacerlo por mí.
    - ¿Yo?... No, no lo sé. Ni siquiera sé de lo que se trata. ¿Hacer qué?.
    - ¡Tienes que hacerlo!... Lo harás, ¡Lo harás!... ¡Tienes que hacerlo, coño!
    - Cálmate, está bien...

    No sé por qué tanta insistencia de su parte. ¿Será que prefiere dormir? No lo sé.

    Me le quedé mirando fijamente. Él seguía dormido. Incómodo, pero al parecer le apetecía estar así... Perturbado, pero soñando en algún lugar del universo junto a Morfeo, meditando sobre el fin del mundo y en cómo se dilatan las pupilas al momento del gusto visual. El aspecto de Genaro era cada vez más inusual. Pero no me importó.

    Cerca de la madrugada esperé a que Genaro se levantara de ese sillón y fuera a beber agua como siempre. En realidad no sé muy bien si lo hizo, yo seguí meditando y quizás sólo fue mi imaginación la que relacionó esas huellas húmedas, que iban del sillón hacia la fuente de agua y regresaban al mismo sitio, aprecié de reojo el contorno de una persona que no alcancé a reconocer. O al menos eso juzgué. Sinceramente no me importó mucho porque cuando me quise asegurar, él permanecía en esa pose incómoda en el sillón, descansando de tanto meditar, con los ojos cerrados, la boca bien cerrada también y los puños apretados.


    II

    Salida

    ENFRENTE de mí está la vieja ventana que se atora cada que la quieres cerrar. Por eso es que preferimos que permanezca abierta para cualquier emergencia, por si se nos ocurre escapar al infinito aunque nunca haya caída libre. Por esa ventana se puede ver el cielo, las nubes, el sol, la luna, las estrellas y... Unos ojos... ¿Unos ojos? No me había dado cuenta de ello ¡Los días contemplando el universo y no me había percatado de que esos ojos me miraban fijamente! No parpadean... Me vigilan, me estudian, me demuestran que soy presa de su análisis. Al momento de observarlos fijamente, me di cuenta que son muy particulares (como el patio de mi casa). Tienen en ellos un fulgor extraño, catalizador, te desconciertan, te invitan a explorar tu mente en ellos, a tener introspectiva; a retener el tiempo en tus manos mientras fríamente determinas tus buenas y malas acciones. El color de esos ojos es de un rojizo profundo.

    Se lo quise comentar a Genaro pero seguía dormido, y aunque por momentos pujaba un poco, comprendí que era por el efecto del ensueño que tenía, de la visión del universo y del espacio ¡Qué maravilloso sería estar en el lugar de Genaro! Casi nadie puede llegar a ese estado de inanimación –si así le podemos denominar– tan elevado y oblicuo.

    Intenté despertarlo. El espectáculo estaba por comenzar y el análisis se hacía cada vez más inteligible. Los ojos de un color rojizo muy profundo me dictaban muchas catástrofes que me las mostraba inyectándome en la mente la visión de un futuro probable... México perdería ante Portugal y nadie daría crédito de ello, lo atribuirían a la falta de enfoque y por más que las almas canturrearan en su algarabía que el cielo es lindo, Omar Márquez y Rafa Bravo serían protagonistas del oprobio bidimensional de toda una generación de personas tras la TV y las postradas en suelo Sacro. Genaro, amigo discrecional, te has perdido la visión. Pero eso es mejor que ver esos ojos de un rojizo profundo... No, creo que no. Aquellos ojos siempre protestarían decir la verdad en medio de la nada. Y la verdad, la absoluta, la que se encuentra más allá del entendimiento humano; la que las personas simples llaman locura, te hace libre.

    Salivaba, no podía contener mi admiración. Con mis ojos hacia atrás me daba cuenta del dolor. Volví en sí de esa visión, de aquella que esos ojos me otorgaban. Volví en sí y no por mucho tiempo. Esos ojos de un rojizo profundo se conmovieron y comenzaron a llorar. Me preguntaba el por qué y decidí investigar. Quité los escombros de encima de la mesa, las latas de coca-cola, los empaques vacíos de galletas saladas, esos vasos con agua, las botellas vacías de cerveza medio fría; el tabaco, la pipa, las cucas, las hormigas, las sonrisas, las delicias, los ensueños; las meditaciones diurnas, las bonitas piernas, los pechos desnudos, las crudas y las maduras, las borracheras; los naipes, el dominó, el dominio ajeno; el rock, el jazz, el swing... Todo, todo lo quité para que no me impidieran el paso. Aquellos ojos rojizos, profundos y tristes, cansados de matar, cansados de vislumbrar los derrumbes oníricos, me dictaban estrellas de mi destino en el hueco de mi mano... Necesitaba saber el por qué de su tristeza al momento de otorgarme la visión.

    Y por fin, subí a la mesa y gateando fui hacia la ventana, a unos veinte centímetros de los ojos me quedé, mirándolos fijamente, deseando la última visión. Advertí que Genaro se despertaría pero no fue así. Aunque mucho escándalo fue el que hice, él ni se inmutó. Su camisa blanca estaba absorbiendo su vida. Genaro seguía con los ojos bien cerrados y los puños apretados, de la boca no salía ni un murmullo.

    Veinte centímetros me separaban de esa mirada. Comencé el ritual –ahora sin cigarrillo– y decidí dejarme llevar.

    Estoy percibiendo la visión en estos momentos. No me quiero separar de los ojos. Trato de asimilar lo que veo. ¡Benditos ojos tan rojizos y profundos! Ya comienzo a creer que son parte de mí. Era de esperarse, soy muy susceptible y me quiebro ante el sentimiento que se esconde incluso, en una mirada perdida en el infinito. Aún no veo muy claro... Algo empaña mi visión, pero me concentraré pues creo que soy capaz de soportarla.


    III

    CH3COO-

    SOY, sin lugar a dudas, un desposeído espectador. Alguien que al término de la presentación se pone de pie y aplaude, o sólo se pone de pie y se larga por la salida.

    Mi visión terminó pero aún no concluyo en mi mente cómo describirla, aún hay consecuencia nebular en mi psiquis y un mar de alter ego en mi clarividencia.

    Perdido en esa mirada, me suponía con diáfanas figuraciones que nunca volvería a la habitación. Por momentos sentí perderme en los parámetros de mi análisis. Empero, todo se adecua a las necesidades que sobresalen de entre toda la suciedad, que envuelve la atmósfera más fútil en la que me encuentro.

    Genaro no dejaba de soñar, de meditar. Una vez más en su incomodidad, me dejaba ver lo inaccesible que estaba si mi deseo era compartirle mi visión, pero al fin y al cabo siempre supe que su menester era soñar y meditar en algún lugar del universo junto a Morfeo, sobre el fin del mundo y la dilatación de las pupilas al momento del gusto visual... La necesidad que sobresalía de entre todas era, sencillamente, escuchar.

    Algo me decía que escuchar... Era ponerme de cabeza y bailar sobre ese líquido de coloración amarilla paja, variable por sí misma; al parecer es formada por agua, sales minerales, glucosa, albúminas y globulinas, algunos lípidos como el colesterol, algunas hormonas principalmente y con una lata de coca-cola en las manos, dejándome sentir en la espesura de la visión, la cual aún no concibo muy bien de este lado de la realidad.

    Entusiasmado me dirigí hacia el mueble en que se alojan esos discos debidamente ordenados que tanto nos llaman la atención. Toda la música que ahí se encuentra nos gusta mucho. La compartimos con esos endebles personajes que se dejan admirar casi todas las lunas llenas. En la discoteca vive un espíritu de rareza incomparable. Decidir qué escuchar es una ciencia cuya metodología es extrasensorial y de inadaptadas circunstancias sofisticadas. Simplemente decidir qué música escuchar es, para muchos, una emisión –si así lo permite la RAE– Sicofante ¿Cuál es la razón? La siguiente: El veredicto final.

    Escuchemos. Elegí el tema más indicado. El espíritu señalado anteriormente me dictó que mi estrella brillaría alto al escuchar:

    “Love me tender,
    Love me sweet,
    Never let me go.
    You have made my life complete,
    And I love you so.

    “Love me tender,
    Love me true,
    All my dreams fulfilled.
    For my darlin’ I love you,
    And I always will.

    “Love me tender,
    Love me long,
    Take me to your heart.
    For it’s there that I belong,
    And we’ll never part.

    “Love me tender,
    Love me dear,
    Tell me you are mine.
    I’ll be yours through all the years,
    Till the end of time.

    “(when at last my dreams come true
    Darling this I know
    Happiness will follow you
    Everywhere you go).”


    IV

    Fénix

    QUISE que fuera lo más sencillo. La explicación de mi visión, se encontraba en la sutilidad de mi esperanza por el cambio de percepción en lo que se halla frente a mis ojos. Genaro seguía durmiendo. Pasaban las horas y a mi izquierda él en su ensueño; a mi derecha la mortis causa; tras de mí el acetato girando y danzando como una sílfide inmortal; enfrente de mí... Frente a mí... Lo que me hace permanecer quieto, apaciguado, levitando sin perder el suelo, tratando de que el análisis recíproco de aquellos ojos de un rojizo profundo y mi mente cruzada por la espada de dos filos, surta los efectos esperados en un momento de fascinación, en el que mi cuerpo respondió al embrujo de toda la atmósfera de lascivas pasiones. Era buena hora de acceder a la traspolación de lo que vi, hacia la realidad... Que sigo imaginando.

    Genaro, en definitiva, no pretendía despertar. Él estaba muy ocupado tratando de poner en paz al universo, pues el fin del mundo –sea cual sea; el mío, el suyo, qué más nos da– estaba por llegar y ese vistazo no dilataría la pupila por más magnánima que fuera la impresión... Pero, ahora que lo pienso, puede que nos guste, y al momento de enfocar, nuestras fantasías más exorbitantes se hagan realidad después de tanta espera.

    Justamente, decidí, con enorme congoja y unos apuntes extensos cuyo contenido consistía en conjeturas iconoclastas, inclusive con un toque mordaz, que la visión y su catarsis universal radicaría en la trasmutación. Así es, la trasmutación, el cambio, la metamorfosis. La meta era deshacerme de ese estado inmaterial en el que me encontraba, en el que yo mismo quise y me apesadumbra dejarlo, pero que es necesario. El universo suplica la cura de la naturaleza, el exterminio del impío que amenaza con ser cruel, del simple que se empeña en no ascender de nivel y de mí, el sujeto perteneciente a esa generación que clama a los desequilibrados que la alquimia sea personal y la quintaesencia se derrame de nuestra alma, no existiendo despotismo en la mano del inquisidor, que sólo reprocha una respuesta que lo convenza.


    V

    Combinación De Elementos

    LOS alquimistas nunca tuvieron éxito en su investigación universal –El conjunto de sus especulaciones y experiencias, generalmente de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia, que influyó en el origen de la ciencia química, tuvieron como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal y de la panacea universal, considerada un medicamento al cual se le atribuye eficacia para curar diversas enfermedades, siendo así un remedio o solución general para cualquier mal... Para cualquier mal. Pero de eso no hay prueba alguna. Encontrar o descifrar una fórmula perenne que les permitiera trasmutar en oro todos los metales fue un vía crucis por cientos de años. Empero, considero su trabajo para permitirme florecer, con diestra particularidad, en el discernimiento de las sustancias y preparar el advenimiento de mi visión, hacia la claridad de mi presencia en esta hora marcada por la disolución de la sustancia y el destino que te obliga a reprimir tus más nefandas acciones.

    Mi piedra de toque sería un ardid y me ayudaría a establecer el parámetro entre lo que es y no, inanimado. Utilicé ciertas costumbres para no frotarme los ojos... No me importaba el ardor, sino lo que en él está implícitamente.

    Necesité dejarle una ligera marca sobre la cual apliqué varios reactivos. De esta manera, conseguí saber si el objeto de mi visión era realmente de paz o si había cometido algún perjuicio dentro de lo que me rodea, dentro de mi atmósfera tridimensional... Su grado de pureza, su importancia generacional.

    Cinco...

    Cuatro...

    Tres...

    Dos...

    Uno.

    Pasado el tiempo. Comprendí que mi cometido no debió ser esclarecer mi visión dentro de la realidad, mucho menos el tratar de concebirla en la vida de una manera insólita, sino conservarla en el estado al que pertenece, en esa parte extrasensorial del alma; en ese estado de deslumbramiento, provocado intensamente, por la circunstancia de pánico y la larga meditación en algún lugar del universo, junto a Morfeo, como Genaro lo hizo sobre el fin del mundo y la dilatación de las pupilas al momento del gusto visual. A mí me gustaba mucho ver que Genaro podía soñar y meditar; que los ojos rojizos me otorgaban una visión particular –sí, sí, como el patio de mi casa– y que la música es una dictadura inmaterial de un espíritu diseñado, por primera vez, por el dedo que señaló dónde se establecerían todas las cosas que hoy vemos y sentimos, sin tener que soportar la peste de un muerto de tres días; la vista fijada en ti por una extraña mujer –muerta también– cuya voz advertía que el pan comido en la oscuridad es más sabroso, que morar en su cuerpo es alojarse en cámaras de muerte y que su deseo es camino al más lúbrico infierno... Pero que el brillo de sus ojos te dictaban la realidad que entregaría esa tarde las fantasía más promiscuas y tersas, vanas también; y que la transmutación en la alquimia sólo era ficticia pues los lagos no se convierten en oro, por más hemáticos que sean.

    Eso es, Lector, ahora que el sello está abierto, la sustancia de sus cuerpos se disuelve cada vez más. El encuentro se hizo con esos ojos de un rojizo profundo llenos de sensualidad profanada, que agonizaban mientras que el compuesto químico sonoro terminaba la canción, disolviendo su intención en un soplo de nostalgia.

    Yo, finalmente, cumplida o no la misión de alquimista, puedo trasmutar sin sentido a un ser que se deja morir por un capricho de la monotonía, mientras escribe con las manos envilecidas de ese líquido amarillento, deseando una vez más que la redención llegue personalmente y sin retraso. Todo ello, para que lo emblemático de mi visión no lo determine la reincidencia de los caprichos humanos, sino que sea determinante –más bien– para el exterminio de aquellos hombres que buscan un homenaje para sí mismos, aportando a la humanidad la destrucción, precedida de la confusión, de las débiles conciencias.

    No obstante, Lector, todo capricho generacional es causa de muerte, valiendo más que ésta llegue cuando su nombre esté escrito en las páginas eternas. Temo que, de no ser así, aquel dedo que señaló la ubicación de todo el universo, señale también el veredicto final en una sentencia que lo condene a vivir por siempre en una monomanía monótona, mortis causa de toda generación simple y menos agraciada... Aunque la gracia siempre se encuentre más cerca de lo que se piensa.
     
    #1
  2. Ciela

    Ciela Poeta veterano en el portal

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    ______________________________________________________

    Me atrapó aunque es tardísimo y estoy muy cansada. Voy a relerlo al despertar: sospecho que la gracia está muy cerca, entre tus letras.

    Un abrazo sin capricho generacional. Un condenado abrazo, presto a sobrevivir en una monomanía sin monotonía.
     
    #2

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