Morir Contigo

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Estamos los dos en la habitación, cantan pájaros afuera mientras cierro la puerta, me sonríes ligeramente y con los ojos entreabiertos te me acercas lentamente. Tomo tu mano y caminamos hacia la cama. Me siento y te pones en medio de mis piernas pegando tu espalda contra mi pecho. Te abrazo, entre cruzamos nuestros dedos, como un saludo tierno. Con tu mano tomas tu pelo negro, brillante y sedoso, para despejar tu cuello, provocando de una manera abismal. Voy besándolo con calma. Siento como sueltas un suspiro tembloroso echando la cabeza hacia atrás y tus mejillas se ponen de color rosa tenue. Vas lento contorneando tu cuello para que lo cubra de a poco con mi boca y subo hasta la tuya, para que nuestras lenguas jueguen con idolatría. Tenemos la respiración entrecortada, y los ojos como con sueño. Comprendo que ya estas entregada, como yo lo estoy también, por lo tanto, nos vamos rindiendo de a poco a nuestros instintos más pasionales, así que deslizo mis manos hasta tu cintura para despojarte de tus ropas entre leves risas de cosquilleo y sollozos de dulzura. Yo también me voy desvistiendo lento y con tu ayuda hasta que los dos ya estamos desnudos por completo, viendo como el sol del ocaso más bello traspasa por la ventana, bañándonos completamente y veo que a contraluz nuestros ojos parecen los de unos felinos. Nos tendemos quedando tú arriba mío, me cubres con tu cabello con olor a frutas, nos vamos recorriendo con las yemas de los dedos, te froto los hombros, bajando por tu espalda, hasta llegar a tus muslos tiernos y calientes. Me tocas todo, mi pecho, mi espalda, mi vientre. Estamos ya atontados, no hay vuelta atrás, nos sabemos nombres ni razones, solo somos dos almas sintiendo y viviendo el amor en la forma más profunda, como acostados sobre nubes. Me rodeas la cintura con tus piernas, y te inclinas levemente hacia adelante, dejando tus pechos en mi cara, insinuándome que quieres que entre en ti, pues yo lo quiero, yo te quiero complacer de la mejor forma posible, sin ataduras, sin temores, sin remordimientos, así que lo hago con delicadeza, y apretamos los dientes y soltamos un gemido unísono, no me voy a separar de ti . Empezamos la danza del vaivén deseoso, mirándonos el interior con los ojos cerrados, con cada embestida fogosa te digo sin palabras, que te amo, que quiero estar contigo en este momento sin despegarme de ti, ojala lo pudiera prolongar más allá, ojalá pudiera morir acá contigo.