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Navajita

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Cris Cam, 23 de Febrero de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 630

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Hombre
    Navajita

    Lo llamaron a las 3 de la mañana. Mandó al carajo al pelotudo que se atrevió a despertarlo. Se sentó en la cama, se calzó los zapatos. Bufó unas cuantas veces. Despertó sin proponérselo a su mujer que no por acostumbrada se resignaba a esas llamadas, quien le dijo algo inarticulado pero adivinable.

    - ¡ Nada, negra, lo de siempre!

    Llegó a la sala de recepción, con una escena de la película, un sueño donde el era el bueno y la intermitente del movil 9657 que lo trajo, en los ojos. El suboficial de guardia, lo acompañó a la entrevista con la psicóloga. La mirada seria y fría de la profesional le adelantaba que sería un largo día, pero nadie todavía lo había puesto al tanto del porqué lo habían llamado.

    Se tomó unos minutos para terminar de despertarse, recordar quién era esa mujer menuda, rubia, de ojos celestes y escrutadores, vestida con un elegante trajecito bordó, una camisa blanca de impecables bordados, un prendedor por sobre el bolsillo izquierdo, una pollera corta y ajustada, que enmarcaban unas piernas que atraían e intimidaban, zapatos de taco bajo, y la chaqueta amarilla reglamentaria colgando del brazo izquierdo con manchas de suciedad y sangre reciente. Ya se conocían, por lo que intuyó algo.

    - Dígame licenciada. ¿Lo de siempre?

    - No. No es lo de siempre. Tenemos una chica violada en estado de conmoción, de la cual será muy difícil sacarla. Y después de aquí no creo que haya terapia suficiente para ella.

    - ¿La lastimaron mucho?

    - En absoluto, no tiene casi ningún rastro de violencia física.

    - ¿Qué, era virgen y la forzaron al paso?

    - Ni era virgen, ni fue forzada.

    - Bueno, licenciada. Espere que no entiendo. No la golpearon, no la forzaron. ¿Dónde cree que puedo ponerle al juez que hubo violación?

    - ¿Para Ud. que debe haber?

    - No. No diga para mí. Digamos para la cosa juzgada. No hubo golpes, no hubo inmovilización, no hubo resistencia.

    - Yo no le dije, oficial, que no hubo resistencia.

    - ¿Bueno que hubo, entonces?

    - Digamos... terror psicológico.

    - Esa palabra no existe. Todas las víctimas sufren terror psicológico, desde el tipo al que le ponen un chumbo en la cabeza en una calle oscura, hasta la mujer que ve cómo el tren destroza a un desconocido. No tiene entidad. ¡Sea más precisa!

    - Hubo ablande psicológico. Y de aquí no me muevo. Y fue violación, sin duda alguna.

    Bermúdez prende un cigarrillo, le convida uno a su interlocutora, que acepta. Medita, vuelve a mirar los resueltos y firmes ojos de la psicóloga, que lo observaba con seguridad e impaciencia, haciendole dudar, por momentos, quién era el Comisario. Estira la mano, presiona el intercomunicador.

    - ¿Velásquez?, a ver que tenemos en concreto, venga por favor.

    Velásquez trae una carpeta, mira con desconfianza a la profesional, sin saludarla. Vuelve su olvidado rostro femenino al oficial a Bermúdez.

    - ¿No me diga que vamos a salir a las 4 y cuarto de la mañana, a girar al pedo, porque a una pendeja no le gustó la fiestita?

    - Velásquez, ¿alguien le preguntó algo?

    - No. Está bien. Fueron Navajita y compañía. Ya los fueron a buscar, pero no creo que tengamos personal suficiente para ingresar, es zona...

    Suena el timbre de atención, suave y discreto. Que obliga a que todas las manos hábiles, quiten al unísono el seguro de la reglamentaria, y la otra buscando el filo de un escritorio para parapetarse.

    - ¿Qué pasa?. Pregunta Bermúdez.

    - Navajita, se viene a entregar.

    Bermúdez, sale al pasillo. Navajita ya camina, esposado y tranquilo, a su encuentro.

    - ¿Qué te traes entremanos?

    - Yo. Nada. Vengo a colaborar con la justicia.

    - ¿De qué forma? No, nada... vamos rápido a tomarte declaración.

    Bermúdez, abre un cajón, saca un block de hojas, pone una en su vieja Rémington, mirá a los ojos al detenido, y empieza, contrario a la costumbre, el interrogatorio de forma, él mismo.

    - ¿Nombre?

    - Julio Esteban López.

    - ¿Edad?

    - 32 años

    - Domicilio.

    - No tengo.

    - ¿Trabajo?

    - Soy un pobre desocupado.

    - Me volves a responder así y te hago comer la mierda que cagaste ayer. ¿Me entendiste?

    - ¡Eh, que violencia! Yo vengo solícito a colaborar. Es más, vengo a confesar un hecho que me avergüenza y usted me amenaza con improperios irreproducibles.

    - ¿Estudios?

    - Secundario incompleto.

    - ¿Hasta que año?

    - Dejé en cuarto.

    - ¡Dale desembuchá!

    - ¡Y nada, oficial!. Uno se apreta una minita, la minita se asusta y acá estamos. Como la fama no ayuda, antes de me vayan a buscar y me pidan cosas o me peguen un tiro, acá vengo yo a cumplir.

    Gira la silla, mira por sobre el hombro, con sus soberbios ojos verdes, a la suboficial Velásquez.

    - La suboficial, por ejemplo, sabe que yo siempre cumplo.

    La suboficial lo quema con la mirada. Confirmando secretos bien guardados.

    - Y bueno, ve cómo todos somos humanos, un día alguna mujer se siente sola y a quién llama, a Navajita. Y cuando Navajita se siente solo, se arma el gran despelote.

    - Acabás de jugar una carta grande, espero que tengas más juego, porque si no vas a perder hasta las pelotas, y no es juego de palabras.

    - Pregúntenle a la victima. Si la golpee, la lastimé. Va a ver que no le hice nada. Eso si, que la gasté la gasté. Pero todo fue un acto de pasión, de amor. Me gustan tanto las chicas lindas. Por ejemplo, a Ud. Licenciada, ¿no le gustaría hacer honor a ese cuerpo y profesión y celebrar un libre albedrío conmigo?

    La profesional no contesta, ni se inmuta y sigue en silencio escuchando la exposición, mientras marca números de teléfono, sin esperar respuesta, con su celular.

    - Bueno, no tengo nada más que decir, a menos que estas dos potras quieran conocer los detalles, para después bautizar sus sábanas de solteronas.

    Bermúdez recobra un poco la calma que había perdido. Se sonríe irónico. Mira al sospechoso.

    - Cuando termine con vos, te vas a acordar de mí durante toda la corta vida que te queda.



    La licenciada con calma rompe el silencio y, devolviendo sarcasmo por sarcasmo, con voz suave y cadenciosa, le dice.

    - Sabés que es un gran placer conocerte. Nunca había conocido un psicópata, que no vistiese uniforme, de verdad. Y antes de matarte a golpes, te voy a estudiar, te voy a quebrar y te vas a arrepentir, vas a llorar tanto, pero tanto, que no habrá mujer que te supere.

    - No, si ya estoy arrepentido. Ve, ahora les confieso todo a Uds. Esta tarde lo haré con el padre Miguel...

    - No, a mi no me interesa, la falsa lengua, de los que se arrepienten de papel, ni los que pronuncian el Santo Nombre de Dios en Vano. Yo prefiero los que se arrepienten 100 o 100.000 veces, una por cada golpe que reciben.

    - ¡Pero licenciada! ¿Ud. No conoce a Freud, a Lacan o a Piaget? ¿No sabe que yo puedo hacer lo que hago por los sufrimientos que tuve en la vida?¿Que no soy responsable de mis actos?

    - ¡A sí, sí!. Después de que te haga comer los dientes, voy a volver a leer qué dicen, a ver si me compadezco de vos..

    - Me parece que no va a poder. Yo estoy aquí, bajo presentación espontánea. A las 9:00 viene mi abogado. Usted sabe como son las cosas o no mejor, me parece que Ud. no sabe nada de leyes, de leyes argentinas.

    - Tenés razón, no se nada de leyes, ni del código penal Darwiniano y fascista que tenemos. No, en absoluto. Pero sé de leyes de la vida. Sé que estoy hablando. Sé como lo hiciste. Y te lo voy a probar antes de que tu abogado, pueda sacar un Habeas Corpus del maletín. Por empezar, vas a necesitar que el gordo Bubalú esté aquí, y como me parece que no va a poder ser, ya estas complicado.

    - ¿El gordo Bubalú? Hace rato que no es de la barra. Vio, los gordos son muy cagones. Pero bueno, ya vamos a ver que hacemos.

    - No te hagas problema, (usando una voz suave sugerente y moviendo como mariposas las manos, en todo lo que su venus ofendida le permitía), que yo sé perfectamente qué y cómo lo hiciste. Por eso en lugar de prestar declaración como una perito más, y para que no tengas dudas, te lo voy a contar.

    Bermúdez entre sorprendido y abrumado por el ímpetu de la profesional, se apura a tomar la hoja, olvidarse que estaba foliada y la rompe. Apoya un codo sobre la máquina, y se lleva la mano a la barbilla, confiando escuchar algo que lo saque de la abulia de coimas y sangre no compensada. Mientras observa como lenta pero inexorablemente, el rostro frío de la licenciada se llena de colores, los ojos de ira y las manos de crispación. El oficial acostumbrado a ser él el expositor de pistas y sospechas, se queda mudo, y escucha a la hasta ahora pulcra psicóloga.

    - A las 11 de la noche, de regreso de la Facultad, Estela baja del tren. La mandás abordar por tu personal femenino. Ya la tenías observada, y te tomaste un tiempo para planearlo. Al verse rodeada, ante el filo de las navajas, la chica entra en pánico, la suben al auto y te la llevan con los ojos tapados. Cuando la sueltan estaban en tu aguantadero, ella sola contra tus tres mujeres, que no dejaban de hacerle ademanes soeces, el Banana con una cámara, el loco Cerveza jugando con una sevillana entre los dedos y el gordo Bubalú. La tenías llorando, aterrada. Escudándose con sus carpetas. Intentaste el primer manoseo. La chica se asustó más, se arrinconó contra la pared. Tenía tanto miedo que se orinó, es su pantalón blanco, como una nena. Se burlaron despiadadamente de ella. Le ordenaste que se desvista. Ella se apretó más a sus carpetas. Y entonces, comenzaste con la tortura indirecta...

    - ¿Tortura indirecta? Licenciada, perdón que palabra difícil para un juez. ¿No se lo dijo Ud. Comisario.

    - Callate que estoy hablando yo. (Mientras crispa los puños y golpea los talones sobre la pinotea de la vieja seccional) Le dijiste que, si no accedía, te ibas a enojar y que la podías lastimar de una manera atroz. A esa altura, ella ya no te registraba, entonces lo llamaste al gordo Bubalú...

    - (Gordo, ¿No te parece que tenemos que demostrarle a esta guacha que estamos decididos a hacer lo que tenemos que hacer?)

    - (¡Sí, Navajita!)

    - (¿Y vos estás seguro, que tenemos que hacerlo?)

    - (¡Sí, Navajita, seguro!)

    - (Bueno, vamos a empezar a enseñarle quienes somos, traeme el bate que te mande buscar).

    - (Sí, Navajita, acá tenés).

    - Comenzaste a dibujar figuras furiosas en el aire, el gordo te seguía con la mirada, y entonces, sin darle tiempo ni siquiera a la sospecha, le diste un furioso golpe en el hombro. El gordo grita desesperado. Se revuelca en el piso, le pisas un tobillo y le volvés a dar en una rodilla y después en la otra. El gordo grita y suplica.

    - (¿No me dijiste que teníamos que enseñarle? Imaginate, después le toca a ella. ¿Gritará como vos?)

    - El gordo intenta levantarse, no puede, se agarra de tus pantalones, lo tomás de ambas manos, le duelen tanto las rodillas, que vuelve a caer. Entonces aprovechás el impulso y le retorcés las manos, quebrándole las dos muñecas, no aguanta más y se desmaya. La mirás, ella ya estaba acuclillada en posición fetal, con la mirada perdida. Le volviste a ordenar que se desvistiera. Ella sin abrir la boca, negaba con la cabeza. Ensayaste una nueva furia, volviste a tomar el bate y se lo descargaste en la cara al gordo, destrozándole la nariz y la boca, presumiblemente, lo mataste. Te acercaste a Estela quién ya estaba quebrada y le fuiste ordenando, suave y arteramente, cada una de las cosas que le hiciste. No la golpeaste, no la lastimaste. Te abusaste de su nula experiencia con la calle, para someterla psicológicamente. No me interesa una mierda, qué le hiciste físicamente a ella o al gordo, lo que sí me interesa fue el daño psicológico. Y de eso te olvidás. Te olvidás que tengo la cabeza llena de fantasías guardadas. Años escuchándolas, las dulces fantasías, las sexuales fantasías, las perversas fantasías, las sádicas fantasías. No tenés ni idea lo que vas a tener que pasar, antes que Estela se recupere.

    - Pero Licenciada, ¿Qué imaginación más profusa la suya? Va a tener que dejar un poco la cocaína.

    - No te hagas problema. Desde que estoy a cargo de la Oficina de Violencia Familiar. Me hice de una cantidad de amigos que jamás pensé que podrían existir. Conoces la Asociación de Familiares de Victimas de Crímenes Impunes

    - A sí, ¿y a mí que?

    - Ese es el tema, ¿y a vos que? Supongamos que la justicia, bah esto que tenemos, te hicieran encerrar por violación. ¿Qué pasaría? Y lo de siempre. Los primeros quince días, te van a dar para que tengas, te van hacer vomitar sangre y leche, te van a reventar los esfínteres, pero luego se van a aburrir y te van a dejar en paz, hasta que cumplas la condena, que en el peor de los casos será de 8 años. Vas a salir con más cómplices y dinero que con los que entraste, paara volver a hacerlo. Pero yo no te voy a hacer encerrar con 20 machos. Te voy a encerrar con 5 mujeres, 5 mujeres que saben lo que significa ser violadas, lo que es el abuso de la fuerza física y psicológica y que hace años están esperando una venganza. Mujeres que necesitan imperiosamente la revancha para acceder a la cura. Y ellas no se van a aburrir en absoluto de recordarte, cada mañana, cada tarde, cada noche, lo que hiciste, hasta que les implores, con lágimas y de rodillas, que te maten. Y a ellas sí, les voy a dejar tu cuerpo a su libre albedrío, ¿No era eso lo que me pedías hace un rato? Vos no naciste de madre y no te imaginás lo que puede hacer la venganza femenina. ¡Ah, por supuesto! Te tenemos que liberar por falta de mérito, decile a tu abogado que no hace falta que venga. Mientras vos te regodeabas, me tomé la libertad de hacer 16 llamados, llamé al papá de Mariela, al hermano de Micaela, a los hijos de Francisca, al esposo de María, y otros hombres que vieron a sus mujeres arruinadas, por que un día un psicópata como vos, en lugar de buscarse una hembra y ponerla al día, uso su fuerza cobarde en mujeres indefensas. ¡Pobres estos hombres, a quien tus leyes, les cambiaron oro por espejitos, están un poco ansiosos! ¡Y el anonimato da un valor inusitado!

    - Ud. Ni siquiera es cana. No puede ni siquiera, firmar un papel. No conoce las reglas de la calles y esta amenaza puede caerle muy mal a mis amigos.

    - Tenés razón no puedo firmar papeles. Lo mío son sólo juramentos. El juramento que me hice cuando estando chupada y pasé lo mismo que Estela. Pero en mi fuerza íntima, sabía que sobreviría y me sobrepondría, y ayudaría a sobreponer a otros. Cuando escapé, me olvidé de mis hábitos de monja misionera, que unos señores comulgantes no respetaron y los cambíe por esta chaquetilla. No me olvidé de mi Señor, sino que hice una Trenza para hechar a los Mercaderes. Porque vos, aunque no vistas uniforme, sos de la aquella misma materia, de la misma clase de mierda. Y la mierda no tiene oídos. Y la revancha sí. Cierto que no voy a poder vengar mi propia tortura. Pero te aseguro, aunque es bastante probable que no lo vea, que la de Estela sí.

    - Señor Comisario, ¿No le parece que ya es tarde? El señor ya se va. Su hermana Susana lo espera. No sea cosa que estando sola le esté pasando algo.

    - Una pregunta más ¿Dónde vas a dormir esta noche?
     
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