No habÍa nada dentro

El carro imperial pasa, pasa,
no acaba nunca de pasar.
Tenía un cochero rubio
y ahora tiene uno negro
pero ambos te acarician con el mismo guante blanco.
Con una mano sostiene las riendas
y yo sé bien qué significa,
con la otra hace gestos de elocuencia
que dicen que seguirá lloviendo sobre nosotros.
El carro imperial con sus pesadas huellas se mueve
entre los adoquines craneanos de la historia
y en los intersticios hay charcos de sangre que bajan
con sus penas, sus historias mutiladas
que se hunden en la tierra
y el carro imperial pasa, pasa,
no acaba nunca de pasar.
Sus ruedas se mueven de acá para allá
aplanando la existencia.
El carro pasa y el cochero saluda con su mejor sonrisa,
con mucho ensayo y protocolo
se saca su galera,
todos al unísono inclinan sus traseros
pero yo me lo quedo mirando
y he allí el pasmo:
no había nada dentro…
de su cabeza.