Noches de un migrante extraño

Ojalá me comiera la soledad.
Sin embargo aquí estoy, agotada, vencida por mis propios deseos. Me han devorado sueños inútiles que no he cumplido. La juventud me asfixia entre el deseo de tenerlo todo, de ser y hacer sin ser nada. Ni para mi misma, peor para otros.
El alma se me consume con vueltas, y me pierdo entre sus dedos. He dado lo poco de mi a cambio de un par de caricias, de unos pequeños gestos y una alegría de cristal.
Son segundos en los que la agonía se me pone en pausa, a veces esos segundos se hacen respiros y hasta me creo mi propia vida.
De algún modo se que estoy viviendo mientras más me vaya, mientras mas me ceda. Mientras más me toque la angustia. Hasta se me olvida el desgano y la miseria, hasta me veo al espejo de vez en cuando. La sonrisa ligera me ha comido la cara de tristeza, y me ha escondido la locura. Aunque se me escape a ratos y comience a darme palos hasta hacerme temblar, para que me olvide a mi misma y amanezca en mis rincones llorosos.

Pobres los huecos de migrante, que saben a nada, a lejos, a frío y a cubos sin sabores que se amontonan para condimentar sopas de recuerdos chupados.

Vacío mi plato y aún siento hambre, sigo queriendo comprar una libra de ternura mientras me embaucan con almas secas que me succionan la vida, que no es mucha.

El deseo se hizo hilo y las cometas bajaron, las curvas dolieron, y el viento de Julio me sancionó los deseos. Ahora, pago por cuotas, por caricias e intereses por antojo. Ahora me recogen medidas de
entrepierna con costos por tasas. El porcentaje me pone en apuros el tiempo y quedo endeudada de ambas partes. Todo para volver a casa y pedir prestado de nuevo el recuerdo del sueño que vuela. Pero ningún vuelo queda en el aire, y ningún sueño se materializa.