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Obsesión inmortal

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 16 de Noviembre de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 384

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Mira, te voy a ser sincero. No me arrepiento de nada de lo que he hecho en mi vida. Todo tiene su razón de ser; además, como diría mi abuela Leonor, todo pasa por algo, ya sea para bien o para mal. Sólo te pido un favor, no me interrumpas cuando te lo esté contando, puedo perder el hilo y divagar. ¿Estamos? De acuerdo entonces.

    Veo que no tienes nada donde apuntar, eso me gusta. Así podrás modificar o relatarlo a tus anchas. Estoy consciente de que las historias conforme se cuentan, de boca en boca, empiezan a perder ciertas cosas y ganar otras, es decir, sufren una metamorfosis. Me gusta esa palabra: Metamorfosis. ¿A ti te gusta? No importa, lo veo en tus ojos, sé que le sacarás buen partido a todo esto, no queda la menor de las dudas.

    Esta no es una historia de amor convencional. Esas historias, las convencionales, te hacen ver ridículo desde todos los ángulos por donde le mires. Por eso te digo que éste amor, sí, este amor, que aún siento, es algo primigenio, de límpidos lazos, de aguas cristalinas y playas vírgenes. ¿Si me entiendes? ¿Verdad? Aunque no lo entiendas, lo digo por la expresión de tus labios hechos una inadvertida mueca. Se me olvidaba, soy muy observador y hasta de esas inadvertidas muecas me doy cuenta. No te estreses, estamos entre amigos, ¿no?

    Como te decía, este no es un amor convencional. Lo supe desde el primer día que la vi entrar a las oficinas del Consorcio Illescas Prado; una compañía dedicada a la maquila de productos, de todo tipo, para cadenas de supermercados. Sus ojos marrones me enloquecieron, ya ni decir de sus largos cabellos castaños. Para ser honesto, no era muy guapa, pero tampoco corriente. Su belleza radicaba en su sonrisa y mirada casi angelical. Tampoco era muy alta, su metro cincuenta se ajustaba perfectamente a mis gustos. Su presencia lo iluminaba todo. Acababa de egresar de la carrera de Ingeniería Química en Alimentos. Era su primer empleo. Nueva de paquete. No reprimas esa risita. Causa gracia: nueva de paquete.

    Sabes, lo más hermoso fue que, a pesar de la primera impresión que me causó, me enamoré de ella lentamente, casi imperceptible se fue gestando ese amor. Sé qué tramas, ese parpadeo inquisidor me está obligando a decirlo. Te regocija, y mucho, ponerme entre la espada y la pared. Está bien. Lo admito, sin darme cuenta se volvió una obsesión. ¡Contento! ¡Carajo! Si vuelves a hacer algo parecido de nuevo, juro que te sacaré los ojos y te los meteré por el ¡culo! Perdóname, lo siento, no quise hacerlo; fue un arranque nada más. No vayas a creer que soy violento, no, todo mundo quiere creer que así es, para justificar mis actos, inclusive para justificar los suyos propios. Me voy a calmar, me voy a calmar.

    Ya.

    No sé si contarte todo con lujo de detalle, o simplemente ir a lo concreto. Dime. No te escuché bien. ¿Depende de mí? ¿De si tengo tiempo? Mira, tengo todo el tiempo del mundo, no me voy a ir a ningún lado. Siendo así, atente a las consecuencias.

    Para ese entonces era casado. Mi esposa estaba pasando por una dura enfermedad: Cáncer de estómago. Los dolores la tenían casi todo el día sedada. Para colmo, era infértil, pero eso no me preocupaba. Nos resignamos a tenernos el uno al otro, nuestro amor y nada más. Tuve que trabajar jornadas extensas para poder solventar los gastos de una enfermera particular que la atendía cuando estaba fuera de la casa. No le reprocho nada a ella, ni a nadie, simplemente te estoy contando cómo sucedieron las cosas. Me refugiaba en la pornografía para tener un poco de placer, todos necesitamos de eso. Me refiero al placer; la pornografía sólo es un medio. ¿A poco tú no te masturbas? Sí, lo haces pequeño bribón. Ya ni recuerdo cuando fue la última vez que tuve sexo con ella. Cuando Giovanna entró al Consorcio hacía un año que estaba viudo. Mi vida era la de un pusilánime Godínez: de la casa al trabajo y viceversa. Los fines de semana procuré llevar algo de trabajo a la casa. Mi casa cada vez se me hacía más sombría y tuve la brillante idea de venderla y comprar una más pequeña. Te digo, las cosas pasan por algo. Giovanna estaba buscando una casa para un amigo que venía a la ciudad a vivir. Pedro Castillo, el jefe de Giovanna, me lo comentó porque sabía que estaba vendiendo mi casa. Le dije que viniera a hablar conmigo para darle más detalles.

    A la semana siguiente fue a mi lugar. Su aroma me embriagó. Experimentar de nuevo esa sensación me dio remordimiento. Alejé esos pensamientos inmediatamente. Se presentó amablemente y estiró el brazo para saludar. Su mano era pequeña y cálida. Su voz me transportó a ese atardecer cuando le propuse matrimonio a Perla. Un nudo en la garganta me impidió hablar unos segundos. Emiliano, dije sin soltarle la mano. Sabía que era una señal, algo tenía que significar. Deseché la idea entre tanto ella me contaba lo de su amigo y su deseo de adquirir una casa. Le propuse que fuera su amigo a verla. Aceptó y le di el número de mi teléfono móvil. No pude apartar de mi mente los ojos de Perla, la brisa que movía ligeramente sus cabellos. Seguí con los remordimientos por una semana. Luego me hice a la idea que era una señal tácita de Perla. Me ericé al tener ese pensamiento. Una señal del más allá. Mira, así estaba de erizado ese día. Muy a mi pesar, lo tomé con calma, supuse que era producto de mi imaginación y mi deseo de vivir de otra manera, con otros sueños e ideales. Dejé pasar los días con el tedio de la vida misma.

    Ocasionalmente la recordaba en la casa, incluso la soñaba. Me ría de esas estupideces. Yo a mi edad teniendo esos sueños de amor adolescente. Y no es que estuviera tan viejo, tenía cuarenta y dos años. ¡Chingaderas! Era una sucia jugarreta de la vida, me quería hurgar el culo nada más. Luego me sorprendía pensando en qué comprarle para su cumpleaños, qué le haría de desayunar las mañanas de los domingos, a dónde iríamos de vacaciones, incluso cuántos hijos tendríamos y que nombres les podríamos; por lo menos, añoraba, una niña se llamaría igual que ella: Giovanna.

    ¿Sabes que era lo más hermoso de todo esto? No tienes ni las más remota idea. Te diré: Ese amor iba creciendo y creciendo dentro de mí y ella ni cuenta se daba. Incluso me aterraba tener tanto amor para una sola mujer; por decirte, Perla no mereció todo ese amor. La idealicé por completo. Llegó el punto de desearla entre mis brazos, hacerle el amor todos los días, saciarla completita. Ese vigor amatorio regresó a mí como un toro embravecido. En mi mente todo era perfecto. No, no estoy loco. ¡Carajo! ¡Entiéndelo de una buena vez! Ponte en mi lugar, era mi más grande amor y no podía dejarlo pasar como si nada.

    Cada vez que la veía caminar, por los pasillos del Consorcio, el corazón me latía desesperado, las manos sudaban y sentía una pequeña erección; si eso no era amor, no sé qué lo era. ¿Cómo me hice tan amigo de ella? Calma, ahí voy. Te decía, esas sensaciones que electrizaban mi cuerpo las provocaba ella y sólo ella. Pasaron seis meses antes de que tuviera el valor de invitarla a un postre después de la comida, so pretexto del cumpleaños de Pedro Castillo y agradecerle que la venta de mi casa se hubiera cerrado sin inconvenientes. Está delicioso, cómo sabías que es mi favorito, dijo con una sonrisa esplendorosa. No podía negar que casi toqué el cielo y humedecí mi ropa interior. Ahí supe que era soltera y que vivía con una amiga en un departamento al norte de la ciudad. Era la segunda de cuatro hermanos; dos mujeres y dos hombres. Su mamá murió de cáncer de mama cuando ella cumplió los diez años y lo sufrió mucho. ¡Ves! Otra señal: Ambos habíamos perdido a un ser querido por culpa del maldito cáncer. No tenía carro, así que andaba en transporte público o taxis. Sufro cuando llueve, toda la ciudad se vuelve un caos, me comentó algo molesta, si tuviera un carro las cosas serían diferentes. Esa era mi oportunidad y la aproveché. Si quieres, le propuse, puedo pasar por ti y traerte a la oficina; estoy a diez minutos de tu departamento. Cómo crees, replicó con una tenue sonrisa. No se diga más, dije, paso por ti desde mañana. Así empezaron las pláticas y encuentros por las mañanas con Giovanna. No está de más decir que la parte del día que me encantaba era la mañana. Sí, es una sonrisa de placer.

    Nuestra amistad se afianzó paulatinamente, hasta el punto en que me convertí en su confidente. Tienes mucha experiencia, me decía melosamente. Mi pecho se ensanchaba como pavo real. Una mañana de abril, se le hizo tarde y me invitó a pasar a su departamento. Su amiga ya se había ido. Estábamos solos. La vi ir y venir por todo el departamento. Sus largos cabellos ondeaban como látigos de miel. El pudor lo había dejado olvidado y se contoneaba casi desnuda. Su aroma juvenil caló muy profundo y me excité de inmediato. Ella no advirtió mi prominente erección. Fui a la cocina y me serví un vaso con agua helada para calmar mi excitación. Solté el vaso, por el temblor de mis manos, que se hizo añicos por toda la cocina. ¿Estás bien?, preguntó desde su habitación que tenía la puerta abierta. Sí, no te preocupes, le contesté al tiempo que empezaba a recoger los trozos del vaso. Mi erección no cedía, un impulso me ordenaba que entrara a la habitación y le diera placer. Una esquirla me cortó el dedo índice de la mano izquierda. La sangre brotó a borbotones. Giovanna entró a la cocina ese mismo instante. ¡Por Dios! Fue por el botiquín de primeros auxilios y me curó de inmediato el dedo. El aroma de sus cabellos húmedos era de un petricor delirante. Sus labios resplandecían con los rayos del sol que se colaban por la ventana. Unas gotas de sudor se deslizaban apacibles en su pecho, que se agitaba con una cadencia rítmica. Apreté los dientes y la mano derecha y reprimí un gemido, síntoma de una eyaculación prematura. ¿Te duele?, preguntó sin quitar la vista de la herida. Moví la cabeza de un lado a otro en señal de negación. Fue sublime. No podía esperar a tenerla junto a mí, dándole el placer que se merecía. El incidente no pasó a más y la llevé a la oficina. La dejé en la entrada y luego fui a mi casa a cambiarme la ropa porque la humedad ya me empezaba a delatar. Llegué y otra erección me sorprendió al recordar el petricor de sus cabellos y lo sensual de sus labios. Me masturbé desesperado.

    Un viernes por tarde, después de salir de la oficina, la invité a tomar un trago. Aceptó de buena gana, casi extasiada. Fuimos al sport-bar “Maracaná”. Para ser viernes, había pocos parroquianos. Nos sentamos en una mesa cerca de la barra. Pedí un Vodka con agua mineral y ella una cerveza. La plática divagaba en qué haríamos el fin de semana. Al tercer Vodka le solté a quemarropa que me atraía mucho. Sus ojos casi salen de sus cuencas. Estás loco, sonrió creyendo que estaba bromeando. Le acaricié el hombro y le dije que hacía meses que estaba pensando cómo decírselo. Con voz seria me dijo que era mejor que olvidara el momento bochornoso y que las cosas siguieran como hasta ahora. Sorbió el último trago de la cerveza y se fue al baño. Cuando regresó me dijo que su amiga la vendría a buscar en diez minutos. Le propuse que la llevaría a dónde ella quisiera. Se negó rotundamente. Cuando llegó su amiga, se despidió muy seca y fría. Estrujé el billete de cien pesos que dejó sobre la mesa. La sangre me hervía. La rabia se convirtió en llanto al cabo del sexto Vodka. A la mañana siguiente, frente a su puerta y chocolates en mano, le rogué que me perdonara el atrevimiento. Una lágrima se deslizó rápidamente en mi mejilla izquierda. Me abrazó con ternura de madre. No lo vuelvas a hacer, replicó con un susurro. Mi amor era más fuerte que mis deseos de satisfacerla en la cama. Decidí, como lo hice con Perla, saciar mis ganas con la pornografía y la masturbación. Los viejos hábitos siempre sacan a uno del atolladero, ¿no crees?

    Dadas las circunstancias, mi amor fue creciendo más y más. Pero no todo fue miel sobre hojuelas, no, tuvo que aparecer ese maldito mocoso de Fernando Alcázar, Jefe Administrativo. Si decir “agua va” ya estaba cortejando a mi Giovannita. Estaban, casi todo el día, con las risitas y mimos. Un martes, lo recuerdo bien, me dijo que ese bastardo la iría a buscar a su casa por las mañanas. ¿Cómo crees que me sentí? Desde luego, me sentí humillado, como sentenciado en el paredón. Era más joven que yo, carro último modelo, con un sueldo mejor que el mío. La vida es muy injusta, mi estimado, muy injusta, pero tenía que actuar y rápido. Me puse manos a la obra. Averigüé todo acerca de Fernando Alcázar. Resulta que era divorciado, con un hijo de apenas dos años. Dejó a su esposa alegando que no lo satisfacía sexualmente. ¿Puedes creerlo? Creo firmemente que el hombre está hecho para satisfacer a la mujer, ¿no es así? En la oficina lo estaban impulsando para una gerencia. Me duele aceptarlo, pero era “carita” el hijo de su puta madre. Escuchaste bien, ¡hijo de su puta madre! Le seguí el rastro por dos semanas seguidas e identifiqué los lugares y la gente que frecuentaba. El muy idiota tenía una manía por los horarios, se vanagloriaba en decir que su mejor carta de presentación era la puntualidad, su puntualidad inglesa. Esa puntualidad… acércate un poquito, que nadie lo escuche. Esa puntualidad fue su perdición. Lo esperé a la hora en que salía del gym. Simplemente lo arrollé en el estacionamiento, desde luego que con un vehículo rentado, porque pendejo no soy, no, no lo soy. Agonizó una semana en el hospital, semana que Giovanna lo iba a visitar sin falta. Me dio remordimientos verla llorar por ese desgraciado, pero se merecía acabar de esa manera.

    De nuevo volví a la rutina de siempre: Irla a buscar a su casa por las mañanas. Aquí es donde las cosas tomaron un rumbo excitante. Ponte cómodo, que viene la mejor parte. No pongas esa cara. Después de una semana de ir por ella, y retomar nuestra trunca amistad, un sentimiento se fusionó con el amor que le tenía; una especie de deseo infantil o más bien añoranza. Las erecciones eran más frecuentes, me masturbaba casi todos los días; incluso le saqué del closet, sin que ella se diera cuenta, una prenda íntima de lencería fina. La olisqueaba cuando estaba en la faena. Y así empecé a coleccionar pequeñas prendas. ¿Qué si lo notó? Desde luego que sí, en varias ocasiones me comentó que quizá su amiga se las estaba robando, pero no tenía las agallas para enfrentarla y reclamarle tal hecho. Los fines de semana hacía mi orgía de prendas íntimas. Imaginaba como olía al salir de esos lugares que visitaba, a qué sabrían sus besos con el alcohol que ingería, cómo se oirían sus gemidos y jadeos. El amor se transformó en una especie de locura incontrolable, es decir, amor a la pasión ó pasión al amor; me daba igual. Era mi droga, mi veneno. Está mal que lo diga, pero así era. No aguanté más y decidí salir de vacaciones un par de semanas para seguirla a todos los lugares a donde iba y las nuevas amistades que frecuentaba. Una mañana tuve una sobredosis de amor. Llegué a su casa, estaba maquillándose en el cuarto y entré jadeando y envuelto en un lujuria indescriptible. No recuerdo que balbuceó. Le tapé la boca con la mano y la arrastré hasta la cama. Su resistencia me excitó mucho más. Quería disfrutarla a mis anchas y con sus pataleos no podía, así que le asesté un golpe en el mentón y se desmayó. Un alarido salió de mis entrañas al mojar mi ropa interior. Le até las manos y los pies a la cama como lo había visto en tantas películas pornográficas. Olisqueé cada centímetro de su cuerpo. Su piel era tan tersa, tan juvenil, tan inmaculada, que casi lloro. Mordisqueé sus labios apetitosos. El dolor la hizo reaccionar e intentó gritar. Le tapé de nuevo la boca con la mano. Le dije que la amaba y todo esto lo estaba haciendo en nombre de ese intenso amor. Sus ojos se anegaron y el llanto brotó relampagueante. No soporté aquella escena. La noqueé una vez más antes de desnudarla lentamente. Hice lo propio. Fundí mi cuerpo con el suyo en un cálido abrazo, casi celestial. Mi erección resplandecía sobre su pubis. Introducírselo fue lo más hermoso, y sublime, que me ha pasado en la vida. Lo más hermoso. Lloré. Me imagino que has experimentado algo así en todos estos años. Pasado el llanto me moví frenéticamente dentro de ella y me afiancé, con las dos manos, a su cuello. Apretaba y apretaba. Reaccionó por la falta de oxígeno. Me pareció ver un destello de felicidad en sus ojos, un placer infinito; era otra señal. Cuando eyaculé, ella cerró los ojos para no abrirlos jamás. Caí de bruces sobre su cuerpo tibio. Le di un beso en la frente, me alejé de la cama un par de metros y la admiré largo rato. Estaba en el paraíso, hermano, en el paraíso terrenal. Deja que suspire de nuevo, por favor. Ni pienses en parpadear inquisitivamente, ya te lo advertí. Antes de marcharme, le desaté las manos y los pies y la cubrí con las sábanas. Se veía tan angelical que lloré de nuevo. Sí, estoy llorando al recordar esa escena.

    ¿Funeral? Igual que yo creíste que había muerto, pero no, ella es inmortal. En serio, es inmortal para mi regocijo. Al día siguiente, por la tarde, la volví a encontrar en un supermercado. Un estupor invadió mi cuerpo al instante. Estaba sola y había bajado un poco de peso, pero el brillo de sus ojos marrones aún resplandecía. Decidí que ya era hora de que viviéramos juntos, así que la llevé a mi casa, un poco a la fuerza. ¿Quién? ¿Amalia Serrano? No sé quién es esa mujer. La até a la cama y le amordacé la boca. Cuando despertó, la casa estaba iluminada por miles de ojos que serpenteaban al compás de la tenue brisa que se colaba por la ventana. Mi desnudez, y dureza, la cubrían las pequeñas sombras de los ojos. No es un sueño, le dije, estamos en nuestro propio cielo. Lloró al instante. Otra vez vi esa felicidad en sus ojos. Lo extraño fue que su piel no era tan tersa y su pubis había cambiado de color. ¡Bah! Las mujeres son camaleónicas y qué se le puede hacer. Un animal en celo se apoderó de mí en esos momentos. Le rasgué la ropa y le mordisqueé todo el cuerpo. Forcejeó convulsamente y me encendí más. Lamí su sexo bruscamente. Mi egoísmo casi me hace olvidar que ella igual tenía derecho al placer. Se lo introduje de un golpe, no sin antes haberme afianzado, con mis dos manos, a su cuello. Entré y salí no sé cuando tiempo, hasta que eyaculé y caí rendido sobre ella. En eso estaba cuando irrumpió la policía en la casa. Lo demás ya lo sabes, me imagino. Me quieren culpar por su muerte, pero ella es inmortal. Ya te lo dije, es inmortal. Te puedo apostar que se está divirtiendo en alguno de esos sitios que frecuenta. Vamos a verla, si quieres. Diles que ella está viva y que me dejen salir. No aguanto estar sin ella más tiempo, la tengo que encontrar, el domingo desayunaremos en la cama. Ve, anda, ve, para eso eres mi abogado, ¿o no?
     
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