Oculta cobardia

Despierto en la marea que atiborra de falacia las pocas paredes que no se han derrumbado, cadáveres han cubierto tu espacio inundándolo de tibia sangre, preguntas ¿Cuándo se callaron las sirenas?, y el llanto de un niño se escucha detrás de tu agitada cabeza, corres, desesperas, pero mis frías manos han cubierto tu mentirosa boca.

En las calles rompes en lágrimas, profanas la memoria ahorcando mi cuello, meretriz de deseos insaciables tomas de mi boca el suave veneno de la vida, recuestas sobre mi lecho tu albino cuerpo vacío buscando saciar tu enferma sed, condesa, tu fe es mi doctrina, tus helados ojos negros, la locura que has enterrado en mí.

Abrazas mi odio, sonríes con tus cruentos labios que se derraman, despiadada tinta postras sobre mi pecho, déjame bañar tus ojos con mis lágrimas, ¡SEÑOR PERDONAME!

La traición de mí desesperado anhelo rebosa la fatal noticia de tu insatisfecha muerte, serenata de ángeles disfrutan de tu inerte sonrisa, parten ya las caravanas chacales dejando a su paso el rancio olor de mi penoso cuerpo.

Llega la primavera, mostrando nuevas formas de falsedad, crueldad dinamitada por los niños que gimen sobre la enflorecida tumba de su madre, viven menguantes vidas esperando el eficaz ocaso de su muerte.

Perpetúa resurrección, recaigo sobre las mismas puntas afiladas de tu negra boca, muero junto a ti manchado de sangre, levanta tu cabeza que rueda sin control, escucha la endulzada voz que surge frágil de tu tumba abierta.

Reina mía, enciendes las perogrulladas llamas de la existencia, arrancando por trozos la pútrida piel, susurrando la tenaz apatía de nuestra ignorancia.