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Odisea ética por una mosca

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Kwisatz, 17 de Septiembre de 2009. Respuestas: 3 | Visitas: 762

  1. Kwisatz

    Kwisatz Poeta recién llegado

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    ODISEA ÉTICA POR UNA MOSCA

    Ante mis ojos, pavoneándose, sin haber sido invitada, allí se encontraba ella, instigándome con una animosidad mecánica, infinita e irritante.
    Confiada y desafiante recorría el escritorio de mi mesa, creyéndose (quién sabe) a salvo de cualquier represalia.
    Mas aquel ser ignorante me estaba subestimando, quizás por su poco seso, quizás por su corta existencia, quizás por ambas cosas.
    -Pobre infeliz, no sabes lo que te espera- pensé mientras mis músculos se tensaban y fijaba la mirada en sus movimientos.
    Mientras tanto, ella seguía como si nada. Había empezado a restregar sus patas delanteras, en una suerte de gesto burlesco o quizás de autosatisfacción que para mi iracundo ánimo no podía ser otra cosa que una provocación.
    Los instantes justo antes del golpe asesino devinieron cuasi eternos. El aire pareció volverse de pronto más pesado, el sonido de la calle lejano y el mundo a mi alrededor se paralizó conformando un efímero lienzo frontera entre el antes y el después.
    Tras esta tensa pausa los acontecimientos se desencadenaron vertiginosamente a la velocidad del pensamiento.
    Asesté un certero golpe al descuidado insecto, que al instante quedó sumido en completa inmovilidad.
    Por fortuna para mi víctima la superficie donde estaba posada al recibir el golpe no era rígida, sino más bien blanda, y pese a la contundencia del ataque no había sido lo suficientemente severo para matarla.
    Su quietud mortecina era engañosa, puesto que, si se observaba con detenida atención el cuerpo, podían vislumbrarse pequeños espasmos que delataban un estado de temporal inconsciencia.
    Al parecer el bicho había evitado la muerte temporalmente, pero ahora se encontraba enteramente a mi merced. Nada podía evitar que acabase lo que había empezado apenas unos segundos atrás.
    Sin embargo, la vulnerabilidad que exhibía ahora de algún modo había enfriado mi predisposición a matar, pero no había apagado mis ansias de venganza.
    Así pues tras meditar sobre la nueva situación durante unos cuantos segundos, tuve una ocurrente idea.
    Encima de la mesa se encontraba una bolsa de plástico transparente que había sido el envoltorio de mi almuerzo.
    Qué mejor forma de vengarme –me dije- que privar a ese dichoso animal de su libertad confinándolo en ella.
    Así que sin perder un momento ejecuté mi nuevo plan, y unos breves instantes después mi antes acosador se había convertido ahora en prisionero.
    Pacientemente esperé un par de minutos desviando mi atención a otros asuntos mientras el rehén recobraba la conciencia
    Al cabo de un rato prudencial volví a contemplar las novedades de mi prisión improvisada.
    Y tal como esperaba, el prisionero ya estaba consciente, y de forma titubeante comenzaba la exploración de su celda.
    Observé con interés la evolución de sus pasos, intentando imaginar su desconcierto- si tal emoción era posible en él- al encontrarse en una jaula invisible ,transparente e intraspasable.
    Me pregunté si tras cierto tiempo podría apreciar en el pequeño ser el pánico y la angustia apoderándose de sus actos, o sencillamente, continuaría repitiendo su ruta de exploración hasta el infinito sin que se pudiese observar variación alguna en el patrón de su conducta.
    Dejé transcurrir una hora más hasta que de nuevo volví a posar mi vista en la bolsa de plástico, para ver si la inquilina forzosa de la misma empezaba a mostrar cambios en el patrón de sus movimientos.
    Pero tal como temía, continuaba ejecutando el mismo bucle de exploración sin que pudiera percibirse atisbo de apremio alguno en su conducta.
    Ante tan aburrida perspectiva opté por forzar aún más la situación claustrofóbica que propiciaba la experiencia, llevándola a sus límites.
    Tomé en mis manos la bolsa de plástico y comencé a arrugarla poco a poco, reduciendo el espacio vital de la prisionera más y más, hasta que quedó encastrada en una minúscula burbuja que se ajustaba perfectamente a su perímetro corporal.
    Fue en ese momento cuando por fin observé una reacción visible en el insecto, que se debatía con furia ante la asfixiante situación que la amenazaba de muerte.
    Sin duda, por sencillo que fuese su sistema nervioso, como ser vivo que era, tenía el instinto de auto conservación grabado a fuego en su material genético.
    Viéndola allí confinada y agonizante, me sentí tentado de rematar la faena ejecutándola sangrienta y explícitamente.
    Cogí las tijeras del escritorio y progresivamente las fui cerrando hasta que ambos filos rozaron el cuerpo del animal.
    Saboreé la sensación de completo control que tenía sobre la víctima, fantaseando sobre el miedo que debería sentir, en el caso de que fuera consciente de cuán próxima estaba su muerte.
    Algo dentro de mi mente parecía pedirme a gritos que la matase sin piedad, en una sensación morbosa e implacable de cruel visceralidad, que nada tenía que ver con mi inicial despecho, sino más bien con el malsano placer de ejercer el poder de matar impunemente.
    Antes de segar su vida con un gesto, suspendido en el tiempo, inmóvil como una estatua, recapacité sobre las motivaciones de mis actos.
    Y entonces fue cuando me di cuenta horrorizado de como mi conducta vengativa inicial había derivado en aquel ejercicio de irracional sadismo, y al mismo tiempo me inquietó la posibilidad de que semejante conducta pudiese estar tan arraigada en mi ADN como el instinto de auto conservación que aquel pequeño insecto había exhibido momentos antes.
    Resultaba chocante hacerse consciente de cómo al conjuntarse circunstancias tales como tener un ser débil indefenso a tu merced y ser conocedor de que no habrá castigo posterior para tus actos, había provocado que el devenir de los hechos desembocara en esta irracional tortura.
    La pulsión destructiva que subyace en el subconsciente humano, a la cual Freud había bautizado como Tanathos, se había manifestado a través de mis actos y había secuestrado mi razón en pos de un placer vacío de propósito.
    Resultaba espeluznante admitir que esta sinrazón detrás de tantos horrendos crímenes que a lo largo de la Historia se han perpetrado y se perpetran a diario, estaba implícita en nuestra naturaleza humana.
    Quizás –pensé- aquello que las religiones etiquetaron como el Mal absoluto, a veces personificado en figuras mitológicas como el propio diablo, no fuera otra cosa que esta oscura verdad.
    Un impulso que tuerce nuestra voluntad en actos contrarios a la vida, los cuales en términos biológicos evolutivos podríamos calificar de no adaptativos.
    En definitiva una conducta que conduce a la completa autodestrucción y al vacío.
    Ante tan sorprendente y súbita reveleación mi percepción de la realidad cambió drásticamente.
    Y al observar a la inmóvil criatura que instantes antes aguardaba su muerte, en vez de ver al molesto insecto que había agotado mi paciencia vi a un ser vivo, que pese a su aparente sencillez era en realidad un pequeño milagro de la vida.
    A pesar de todo era consciente de que si liberaba a ese minúsculo insecto, volvería con toda probabilidad a atormentarme con su mecánica rutina de alimentación.
    Pero en cualquier caso ¿hasta que punto podía culparle por ser lo que era? ¿Podía acaso aquel animal decidir cómo comportarse?
    La respuesta más probable era que no, pero yo sí era capaz.
    Así que sobreponiéndome a mis instintos destructivos opté por utilizar mi libre albedrío y mi inteligencia para idear una estrategia que me preservase de su impertinencia y a la vez respetara su vida.
    Por ello me dirigí a la ventana más cercana y liberé al insecto para inmediatamente cerrar la ventana. Ya había decidido que a la mañana siguiente sin falta instalaría una mosquitera en la ventana.
    En esta ocasión el Eros había vencido.
     
    #1
    Última modificación: 6 de Enero de 2014
  2. rodrigotoro

    rodrigotoro Poeta adicto al portal

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    21 de Julio de 2009
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    quizas aquella pequeña mosca fué suficiente para probar que dentro del animal humano hay un ser distinto.
    interesante escrito, muy bien logrado. un gusto pasar y leerte: R. toro
     
    #2
  3. cristobal monzon lemus

    cristobal monzon lemus Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    14 de Diciembre de 2008
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    Interesante introspección de un fútil acontecimiento, a una grande meditación, en una compleja decisión tan simple y tan díficil, cuestionando un irreverente corpontamiento, ante un ser gigantescamente superir en tamaño físico y mental, enfocado al sublime instante de la génesis de vida, para volar, o para pensar, castigar o perdonar. Habrán muchos seres mosca, que sería un desperdicio abrirles la ventana, pero que sí tienen la oportunidad de un juicio, quizás con los mismos resultados, manifestados en tan fantástico escrito, cuyas gracias rindo, por tener la oportunidad de comentarlo. Afectuosamente: Crimolem.
     
    #3
  4. ROSA

    ROSA Invitado

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