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Olt

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por J.Alcedo, 12 de Agosto de 2012. Respuestas: 1 | Visitas: 896

  1. J.Alcedo

    J.Alcedo Poeta recién llegado

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    Capitulo 1: Juicio


    El señor Olt caminaba por un extraño sendero, sin saber muy bien como llego a él. Camino que parecía antiguo, era una ruta que se basaba en un continuo espacio entre los maizales que había a ambos lados.


    El cielo era morado tirando a negruzco, las nubes eran muy volátiles y deformadas, esto solo variaba cuando el señor Olt se fijaba en una en especial, y en ese momento ésta comenzaba a tener formas reconocibles para él. ¿Una salchicha?


    El señor Olt no era un hombre muy adinerado precisamente, ropajes negros cubrían su cuerpo, unos pantalones bastantes desgastados ya y unos zapatos más que feos pero muy cómodos y calentitos. Su única posesión era una flauta de madera, recuerdo único de su vida anterior.


    Como en un estado de ensoñamiento llegó a una ciudad, más bien un pueblo grande, donde todo era de color amarillo y con formas curvas, casas achatadas que parecían una glorieta aplastada, en medio había un rio y cruzándolo un pequeño puente, lo único adintelado de toda la ciudad, bueno más bien del pueblo grande. Un perro verde le dio los buenos días y le meo en la pierna, de esto último se dio cuenta cinco pasos después.


    Había mucho ruido, la gente pasaba corriendo por las extrañas calles asfaltadas con tableros de ajedrez, el señor Olt no sabía qué hacer...


    El señor Olt con muchísima cautela empezó a correr en diagonal cual alfil para que no le comiese el cocodrilo, tras derrotar a una dama roja se vio frente a una frutería que vendía solo tomates, sin entender muy bien por qué le dio un mordisco a uno de ellos, el tendero le pilló y le regaló un saco de aceitunas naranjas, y así el señor Olt, a paso lento salió corriendo como una rana.


    Con el saco acuestas, goteando el extraño liquido que se usaba en las aceitunas sobre sus harapos, se montó en uno de esos caballos teledirigidos para que le llevara a la casa del sheriff, no sin antes ir repartiendo las aceitunas anaranjadas por todo el terreno lo que provocó la muerte de numerosas termitas, pero sin la preocupación de la gran reina pues sabía que algún día volverían.


    El caballo, más bien un percherón con sombrero de copa, le ofreció colgar su chaqueta pero el señor Olt era reacio a dejar nada que fuese suyo, como todos los vietnamitas. El caballo resopló con cara de sorpresa y dio una vuelta entera para irse.


    Cinco metros más adelante estaba la sheriffería típicamente azul, pero no para nuestro amigo. El señor Olt esperaba que el sheriff hiciera justicia y le diera un buen escarmiento al maldito perro parlante con cara de trapo. A esto que entra por la ventana de un respingo.
    -¡Buenos días Tolón! – dijo Olt con una graciosa mueca.




    El buey es un animal usualmente extraño, y aun más si uno se fijaba en esos pinchos verdosos que le salían de los hombros. Tolón, el sheriff – cocinero – medico del pueblo se encontraba sentado en una silla que al señor Olt le pareció pequeña pero en realidad media dos centímetros, evidentemente Olt no estaba bien.
    -Muuuuuuy buenas Señor, ¿que desea usted de mí? – Dijo el rudo buey con cierto acento inglés.
    -Deme una de calamares, por favor – Suplicó Olt casi de rodillas sin llegar al suelo.


    Al oír esto, Tolón escandalizado, salió corriendo de donde se encontraba, gritando barbaridades que Olt confundió con una agradable melodía, quizá lo fuera, de hecho tenia gancho. El señor Olt estuvo un segundo pensando, demasiado para él y cuando acabó de secar el suelo volvió el buey loco con una cuerda, y atada a ella el maldito perro parlante. Olt con ternura le atizó en el lomo una patada a dos manos, a ese hijo de perra le esperaba una buena.
    Tolón organizó un juicio, en su propia casa, había limonada suficiente para todos. El jurado lo componían un número indeterminado de seres de extrañas apariencias, eran como gorilas de toda la vida pero calvos y más feos, el sheriff Tolón haría de juez, y tanto El señor Olt como el perro debían de defenderse solos. Es una suerte que Olt no tuviera ni idea de oratoria, casi tenía el caso ganado por ello.
    Habló el juez:


    -¡Señoras y señores! ¡Que empiece ya que el público se acaba de ir!


    Primero lo tocaba a nuestro amigo Olt, que con una gran templanza que incluso llegaba a ocultar el repiqueteo de sus piernas, no se puso en pie porque ya lo estaba, y así comenzó a hablar:


    -Señoría – dijo - Hoy me encontraba yo vagando por un sendero el cual no conocía, buscando un pozo situado en ninguna parte, cuando de repente me encontré esta bella ciudad, más bien un pueblo grande, y cuando comencé a caminar por las calles de dicha ciudad platanera, este individuo – gritó señalando al jurado – me humilló depositando un extraño líquido en mi pierna. ¡Merece un castigo ejemplar!


    Tolón asintió con cara de bobo, pero demostrando una solemnidad propia de personas como él, y de pronto se encendió:


    -¡Perro, ahora vas tú!


    -Señoría, rogaría que se me tratara con respeto – se defendió el perro – mi nombre es Don Perro Meo.


    -De acuerdo – dijo Tolón - , comience usted Don Perro Meo.


    -Muy bien…


    La sala era una lata de anchoas en salmuera, todo el mundo se encontraba en un estado de tensión propio de una clase de yoga, todos observaban a Don Perro Meo, expectantes, bueno, todos menos un tío cabra que estaba mirándose la mano, buscando la verdad. Y de pronto, cuando la gente menos lo esperaba dijo el acusado:
    -¡Guau, guau, guau!
    …….
    Tolón se calló de la mesa, los asistentes comenzaron a aplaudir fervientemente, se oyeron silbidos y gritos de júbilo, todo el mundo apoyaba a Don Perro Meo, bueno, todos excepto el mismo cabrito de antes que seguía mirándose la mano, buscando la verdad.
    El juez, sheriff y vacuno se incorporó de un respingo aunque tardó lo suyo, y se dedicó a hacer callar al agitado personal, una vez logrado esto, habló:


    -Señor Olt, sin duda el acusado ha argumentado de manera magistral y no nos queda más remedio que dejarlo en libertad
    -¡Maldita sea! – Refunfuñó Olt – estaba tan cerca de conseguirlo…


    -Lo siento – se excusó Tolón – Venga, muuuuuevan todos el culo fuera de mi casa.
    Esperando dos instantes y medio, todos se fueron yendo del local, incluido el Señor Olt, que iba sorprendentemente cabizbajo.
    Ya fuera, empezó a caminar a la pata coja para liberar la tensión, con un semblante triste emprendió la marcha fuera de la ciudad. Ahí estaba el camino de antes, el que nunca le abandona, el que siempre le llevó a lugares inhóspitos.
     
    #1
  2. Rigel Amenofis

    Rigel Amenofis Poeta que considera el portal su segunda casa

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    20 de Enero de 2009
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    Vaya relato tan sui generis que parece salida de una mente en que la imaginación se ha desbordad aún más allá del surrealismo. Un saludo cordial.
     
    #2

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