Orgulloso de no poder olvidar

Hay sustantivos que jamás llegaron a estar en mi diccionario vital. Nunca conocí el tan solicitado odio, definido en la RAE como "antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea", a pesar de que tal vez, según algunos, hay quienes merecieron la cólera de este. Viviendo en el mundo en el que vivimos, en el que el odio se multiplica una y otra vez, lo único que nos queda para combatir a otros es el amor.
Tampoco he conocido a la recurrente por muchos avaricia, ese "afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas" Desde pequeño sé lo que tengo, lo que puedo perder, lo que puedo ganar, mis límites de valor Tal vez, la única avaricia que he podido rozar, es la de querer ser mejor cada día y mantener esa virtud a mi lado el mayor tiempo posible.
Una vez me topé con la envidia. Era lo suficientemente pequeño y, menos mal, mi madre tiró de mi brazo en cuanto la vio aparecer. Me dijo que no hablara con esa desconocida pasara lo que pasara, que es la peor vecina de todos. Esa "tristeza o pesar del bien ajeno" es veneno puro para los humanos No la he vuelto a ver, pero sé de quienes se codean con ella, y sigo con ellos el consejo que mi madre me dio aquel día. Es tan fácil reconocerla en ciertos ojos Tampoco he sentido sed de venganza, ni soberbia, ni orgullo -¡madre mía, este sí que me habría hecho falta alguna vez!-. Todos esos seres, incluido algún que otro más, han sido deshechos, casi desde que tengo uso de razón, por mi propia mano (a veces también con ayuda) Por el contrario sí he sentido rabia, celos, inseguridad, dolor, impaciencia, indignación -mi peor enemigo es la injusticia- y sobre todo he sentido tristeza. También una decepción terrible. Un ladrillo gigante rompiéndome la sien en tan sólo un golpe. No sólo del resto también la propia Os cuento todo esto porque, el otro día, me preguntaron sobre el olvido. Sobre si alguna vez lo he sentido. En caso de que así haya sido siento decirlo: no lo recuerdo. El olvido, esa "cesación de la memoria que se tenía", ha venido a casa varias veces -en diferentes ocasiones- para recordarme que le olvide. Pero el olvido no me cae bien, a pesar de que toque a la puerta suave y su voz sea tan, tan bonita Estoy seguro de que lo hace por por los nuevos recuerdos que estén por venir, pero son tan míos los viejos, tan enteramente míos que da miedo soltarlos, no vaya a ser que sea feliz. No vaya a ser que me olvide de mí. No vaya a ser que me olvide de aquella canción que sonaba en el mismo momento que conocí al amor de mi vida. El olvido tiene la espalda rota de llevar tanto peso y, como buen profesional, él sólo quiere más El otro día me preguntaron si alguna vez podría llegar a olvidar. Y no se trata de cualquier cosa, se trata de olvidar lo inolvidable. Llevo varias noches pensándolo. Supongo, y esto es tan sólo una opinión, que se puede olvidar el dolor, de hecho, diría que es necesario, que incluso sucede solo, y si la vida quiere volverte a donde una vez reiste y lloraste a partes iguales lo hará ella por sí misma. O tal vez no y, en efecto como muchos dicen, no existe ningún tipo de destino posible. El olvido. Olvidar ciertas cosas sería, para mí, como arrancar de cuajo miles de girasoles vivos. Contesto pues: quitar la luz a esas flores, el dolor a esos momentos, el valor a esas palabras, los besos a esos actos, los abrazos que nos dimos, la felicidad que compartimos, la alegría a esos fugaces... Eso es algo que yo jamás permitiría. Se puede olvidar el afecto -se supone-, no la memoria hablo de mí-. Y a pesar de que el olvido sea uno de los sustantivos que más afecta a mis adjetivos, lo diré: Estoy orgulloso de no saber cómo se olvida.

 

Excelente. Un gusto leerle. Saludos.