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Otra verdad cualquiera (obra finalizada)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 3 de Enero de 2013. Respuestas: 7 | Visitas: 1896

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Vacié totalmente la habitación de muebles y de toda clase de objetos, quedando desnuda, de un blanco de algodón que me recordaba a la ropa interior, donde las paredes eran la camiseta y el suelo los calzoncillos. El techo, no lo sé, quizás el gorro cónico de dormir.

    Un rodillo grande y cuatro cubos de pintura verde y uniformé al habitáculo de verde: suelo, paredes y un techo sin lámparas.

    Un botecito de pintura azul y sólo la ventana, con sus cristales, era lo que desentonaba.

    Sobre los cristales azulados de la habitación verdosa escribí con rotulador amarillo unos versos de Machado:

    Tu verdad, no,
    la verdad.
    Y ven conmigo a buscarla,
    la tuya, guárdatela.

    Con el brazo derecho y su mano y sus dedos apretando el lóbulo de la oreja izquierda, por detrás de la cabeza, y lo mismo con el brazo izquierdo y su mano y sus dedos en el lóbulo de la oreja derecha, empecé con el vaivén de mi cintura mientras con la pierna derecha trazaba círculos imaginarios.

    Me coloqué de espaldas a los azulados cristales y a los versos escritos de amarillo de Machado y dije las palabras mágicas en tan extraña posición y movimiento:

    Muevo la cadera
    muevo el pie
    muevo la tibia y el peroné.

    Y me dejé caer sobre la ventana.

    No ocurrió lo que yo esperaba, sólo un porrazo con su dolor en cabeza y en culo.

    Lo volví a intentar. Todo igual, salvo que ahora en vez de la pierna derecha, componía círculos, también imaginarios, con la izquierda.

    Las palabras mágicas:

    Muevo la cadera
    muevo el pie
    muevo la tibia y el peroné.

    Caída para atrás y...

    Lo conseguí. Había penetrado en el Laberinto de la Verdad. Ya no estaba en la habitación. Había logrado entrar. La ventana azulada la veía ahora desde el otro lado. La habitación, no lo sé.

    No sé por qué lo del laberinto, me dije, pues carecía de pasillos y por ahora de enigmas.

    Se perdía la vista por unos prados de un leve ondulado, como un mar donde las olas eran montículos desahogados. En ellas las flores de lavanda tapizaban todo horizonte. La luz de este mundo amarilleaba pálidamente aunque su sol naranja paseaba tranquilamente por el paisaje. A lo lejos, decenas, o quizás miles de cientos de siluetas negras y humanas, pequeñitas por la distancia, caminaban en un silencio cálido.

    Corrí para alcanzarlos entre las hileras de flores violáceas. Tras de mí, una estela blanquecina que debía ser mi sombra. Me miré por si mi silueta era igualmente oscura.

    Lo era.

    No tardé en contactar con lo últimos del inmenso grupo y jadeando pregunté:

    -¿A quién seguís? ¿Dónde vais?

    Varios de ellos se giraron para responderme:

    -Seguimos al Maestro y buscamos La Verdad. Ven con nosotros.

    Me asusté. Sus ojos eran rojos como los de las ratas en la noche. Brillaban e iluminaban un par de metros su contorno, formando una enorme neblina alrededor del gran grupo de personas de siluetas negritas.

    -¿Por qué tenéis los ojos rojizos y sois sombras? -volví a preguntarles.

    Y varios de ellos se giraron otra vez y respondieron.

    -Tú también, tú también.

    Por lo tanto les seguí y anduvimos por los pequeños oteros de lavanda en silencio, detrás de un Maestro al que no veíamos, los da atrás.



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    #1
    Última modificación: 3 de Enero de 2013
  2. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Lento y parsimonioso era el andar, sin ruido, sin pájaros, sin nubes, sin insectos, sin mariposas... ¡Y sin agua ni alimento!, me exclamé en susurros que alertaron a mis compañeros negruzcos.

    Sin decirme palabra dieron media vuelta unos cuantos, ofreciéndome cantimploras, trozos de queso, manchego, podría ser, y algún chusco de pan.

    -Menudo buscador que soy; he venido sin comida ni bebida, ni abrigo, a la aventura. ¡Menos mal que estas personas no son como yo!, me dije susurrándome más bajito, o quizás ni hablé; pero volvieron a tornarse los de mi alrededor, diciendo.

    -Nosotros también, nosotros también entramos como tú.

    -¿De dónde el agua, de dónde la comida, de dónde las cantimploras?

    -Mucho preguntas, no dejas meditar. Cállate ya.

    Y me callé.

    Pasaron un dos tres, cuatro cinco seis horas y yo podía caminar, hasta que todos, de golpe, se pararon sin avisar, y miles de empujones dimos los de las filas de atrás.

    Alaridos tremendos desde las cercanías de las filas primeras volaban hasta nosotros. Gritos que así decían:

    -Parad, parad, dejad de avanzar, que estamos cayendo por un enorme agujero central.

    Pensé que para muchos fue tarde, por esos alaridos que van disminuyendo a gran velocidad, como caer en un pozo, ¿pero qué pozo?

    Ya me llegaría a mí la oportunidad de observar. Quieto de momento hay que estar, me dije con esta forma tan rara de hablar.

    Se partió el grupo en dos, para el agujero rodear. Me tocó el de la izquierda. Los de la derecha, lejos están. Debe ser grande el precipicio, me dije. Quiero verlo, me añadí.

    Mientras la gente-sombra bordeaba este abismo no telúrico, las filas disminuían en su ancho, estirándose a su largo.

    Al pasar cerca del gran abismo abierto en la tierra de flores de lavanda, todos miraban hacia el boquete sin fondo, del que emanaba una luz acuosa y zarca, ¿llamativa?

    Muchos cayeron, mas no se divisaban sus siluetas oscuras bajando. Yo me detuve, dudaba si proseguir o dejarme caer. Por lo tanto, paré.

    El Maestro, o quizás no era el Maestro, desde el centro del grupo partido, viendo pasar de cara a sus filas, detenido en el borde de otra hora de reloj del círculo gigante y azulado, entremedias de las dos hileras que avanzaban como hormigas, observaba a su ejército marchar.

    Nos miramos los dos cuerpos de la noche con nuestros ojos que emitían esa luz de color sanguíneo. Éramos los únicos quietos. Él miraba. Yo dudaba si dejarme caer o no.

    Me lancé como si de aguas submarinas se trataran. Mas no lo eran. Era un vacío por el que caía y caía y caía mientras se alejaban los puntitos rojizos y ese cielo de pálido amarillo.

    No sé cuánto descendí, ni cómo, ni dónde fui a parar. Mas ya estaba de pie, en el punto central de una gran cripta blanca, donde los muertos no estaban ni restos de signos eclesiásticos existían. Partían de la cripta que no era cripta, dos caminos, uno a mi derecha. Otro a mi izquierda. Me acerqué para leer los letreros del umbral de sus entradas. Uno decía:

    Cielo. Tararí.
    Salida de emergencia.

    Y de él partía un sendero recto que ascendía en constante pendiente por un túnel amplio y garzo, dónde a lo lejos, lejísimos, se divisaba una luz que se diría solar.

    Me acerqué hasta el otro letrero, el del otro pasillo. El umbral de su entrada decía:

    Infierno. Tarará.
    Salida de emergencia.

    Y de él partía un sendero recto que descendía en constante pendiente por un túnel estrecho y opacado, donde a lo lejos, lejísimos, se divisaba una luz que se diría fuego.

    Volví al centro de la cripta blanquecina y esperé, por si algún otro quiso imitarme, lanzándose conmigo. Como nadie cayó, medité:

    De la izquierda y derecha he de olvidarme, pues según me ponga de enfrente o de espaldas se intercambian. Por lo tanto, no he de echar cuentas con izquierdas y derechas. Y si me pongo al revés, es decir, con la cabeza en los pies, es lo mismo otra vez, pero al revés, otra vez. Ya paré de decir otra vez.

    Continué meditando como Noé, aunque esto, no lo sé. Quizás lo inventé, lo de Noé:

    Un camino va por un túnel amplio, azul y sube. Otro oscuro y estrecho y baja. Yo soy ahora silueta negra. ¿Qué sendero elegir? No lo sé. ¿Por dónde andarían los que cayeron antes que yo? Tampoco lo sé.

    Puestos a caminar caminé por la bajada, pues siempre es más descansada, y ya que mi cuerpo era negro, en el pasadizo opaco disimularía como si de cuadro decorativo movible se tratara.
     



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    #2
    Última modificación: 3 de Enero de 2013
  3. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Me dolían los talones, los muslos, el costillar y la cabeza. Las tres primeras partes del cuerpo son de dolencia lógica: el descender constante tiene estas consecuencias. Pero la cabeza era debido a una canción pegadiza que surgía desde algún lugar de mi encéfalo. La letra era la siguiente, de un tal Manolo Escobar:

    "Entre flores, fandanguillos y alegrías
    nació mi España, la tierra del amor.
    Sólo Dios pudiera hacer tanta belleza,
    y es imposible que puedan haber dos.
    Y todo el mundo sabe que es verdad,
    y lloran cuando tienen que marchar."

     
    Luego, al llegar el estribillo, yo me unía a esa otra voz que provenía de mí, y mientras me dirigía hacia la salida de emergencia del infierno tarará la acompañaba contento y placentero:

    "Por eso se oye este refrán:
    Que viva España.
    Y siempre la recordarán.
    Que viva España.
    La gente canta con ardor:
    Que viva España.
    La vida tiene otro sabor,
    y España es la mejor."

    Luego proseguía ella sola y yo me callaba, esperando angustioso al estribillo.

    Así llegué, con un tremendo dolor de huesos y carne y cabeza a las puertas traseras del averno donde, ante mi sorpresa, se congregaba una multitud de siluetas oscuras.

    Me dije:

    Parece mentira que tantos hallan elegido el camino del infierno. O son muy vagos y se han decidido por la menor dificultad, o son muy desconfiados y no creen ni en Dios.

    Pero nadie respondió, quizás porque me lo dije a mí mismo.

    No sé si pasaron días o semanas, aunque yo apostaría por semanas, y nadie asomaba por la puerta de salida de emergencias del infierno tarará, por lo que la multitud que allí nos reuníamos sin saber por qué ni para qué, comenzamos a cantar durante horas y horas y horas la canción de Manolo Escobar, llegando a tal punto el griterío y el jolgorio que un diablo de rabo largo en punta de flecha, con unos cuernos de cabra enfadada y un tridente en la mano, todo encendido de rabia e ira, por ser el guardián de la puerta y estar harto de la dichosa canción, abrió y nos dijo:

    -Ya está bien, esto es insoportable. Váyanse, por favor. Por aquí no se puede entrar. Esta es salida de emergencias. Aquí se entra sólo por un sitio, y cuando le llega a uno el turno, no cuando le dé la gana.¡Hala, arreando que es gerundio!

    Antes de irnos, porque era inútil ponerse cabezón, uno preguntó lo que queríamos y nos sorprendía a todos:

    -¿Para qué necesita el infierno una salida de emergencias?

    -Para cuando hay algún intercambio con los del maldito cielo, o alguna equivocación. Pero ya se habrán dado cuenta que no hay mucho movimiento -contestó el diablo, empujando con el tridente, para que nos fuéramos de una vez.




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    #3
    Última modificación: 4 de Enero de 2013
  4. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Me puse a la cabeza del grupo y subimos y subimos hasta llegar a la cripta y proseguimos por el sendero del amplio túnel azulado, camino de la salida de emergencias de cielo tararí.

    Es curioso cómo ni las piernas ni muslos ni costillar duelen en ascensión de pendiente constante, ni tan siquiera la cabeza, porque ahora surgía de mi encéfalo musica de Vivaldi, Las cuatro Estaciones, y creo que la oía todo el grupo de siluetas oscuras que iba conmigo.

    Nos daba paz y armonía y sosiego, una tranquila felicidad.

    Así proseguimos hasta topar con la puerta de nuestro destino. Pero allí no teníamos instrumentos musicales para acompañar como orquesta a la música, por lo que, después de mucho tiempo de esperar y esperar, decidimos aporrear la puerta hasta que saliera alguien.

    Es posible que no quisieran ver alterada la paz de sus cielos, por lo que abrió pronto un señor de túnica y barba blanca, con unas sandalias trenzadas, que con buen semblante nos dijo:

    -No sé qué es lo que esperáis, pero por aquí no se puede entrar. Marcharos, por favor.

    -No nos podemos marchar -dije-, por que sólo otra salida hay, y tampoco nos dejan entrar.

    -Volveré en un momento, tengo que consultar -y se fue.

    El momento fue largo, pero volvió y así habló.

    -Está bien, me han dado permiso para dejaros entrar, pero para acompañaros a la puerta principal y mandaros otra vez a vuestro lugar. Aquí sólo podéis estar cuando os llegue el turno. Pasad, y no miréis mucho, pero antes dejad salir a este, que camino del infierno va, otra vez.

    Pasó a mi lado el celeste desterrado y le pregunté.

    -¿Por que te echan?

    -No me echan, me devuelven.

    -Entonces, estuviste ya en el infierno. ¿Cómo es?

    -Como los bajos fondos de cualquier ciudad, como la guerra, como el hambre, como la violencia, la avaricia, el egoísmo... Tú ya sabes de qué va.

    -Adiós, buena suerte, o quizás... Espérame -así me despedí del condenado condenado, porque dos veces lo fue.

    Atravesamos el cielo y el cielo era, por lo poco que pudimos ver y deducir, como los barrios altos de cualquier ciudad, como los yates, los palacios, las joyas, el poder, la ambición, el egoísmo, la avaricia, la envidia, la iglesia, los gobiernos... Vosotros ya sabéis de qué va.

    Al salir por la puerta principal del cielo tararí caímos y caímos y caímos por un cielo -sin tararí- de nubes y pájaros y lluvia y arcoíris y montañas y valles y ríos y mares y océanos y pueblos y aldeas y ciudades y trigales y árboles y árboles y árboles... Hasta caer cada uno en el punto exacto donde partió. Por lo tanto yo acabé, otra vez, dentro de las paredes- camisetas y el suelo-calzoncillos, en el interior de mi vacía habitación de paredes verdes y ventana azul con los versos amarillos de Machado, que releí:

    Tu verdad, no,
    la verdad.
    Y ven conmigo a buscarla,
    la tuya, guárdatela.
     
    Pero yo ya sabía la verdad, por lo que abrí mi puerta y salí a pasear al parque de enfrente, donde en su bar, disfruté de un cigarrillo y una cerveza, o dos.

    Tararí que te vi.
    Tarará que te vas.
    Ni hay cielo allí
    ni infierno donde parar.
    En la Tierra todo está.



    Fin.


    Obra finalizada.


     
     
     
    #4
    Última modificación: 3 de Enero de 2013
  5. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Estimado Évano, qué bueno que encontraste la verdad de la verdad, y lo mejor de todo es que nos llevaste en el viaje y la compartiste con nosotros.

    Te dejo un abrazo fuerte y leo la siguiente publicación tuya. El tiempo luego no permite leer todo a la vez, entre los quehaceres domésticos del foro que quita algo de tiempo colocando cada cosa en su sitio y las otras labores de conserjería en el mismo, se nos consumen los momentos de que disponemos para esta distracción.

    Abrazos.

    PD
    Edito porque recordé que iba a escribir en el comentario lo siguiente:
    Muchas personas creen que la muerte abre las puertas a la verdad. Y hay quien cree que "dejando el cuerpo" (piensan que lo que vive se va a algún lado) se sabe absolutamente todo lo que en vida está oculto.
     
    #5
    Última modificación: 5 de Enero de 2013
  6. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Estimados Melquiades San Juan,¡qué más quisiera yo que haber encontrado la verdad!, la encontró mi personaje, yo ando, y creo que andaré perdido hasta que llegue esa muerte que cómo usted bien dice nos desvelará todo, espero.
    Le agradezco enormemente su paso, y más comprendiendo la ardua labor que tiene en el portal.
    Se le saluda afectuosamente.
     
    #6
  7. Rosaela

    Rosaela Invitado

    Me ha encantado la lectura, muchas gracias, Évano, un placer. Saludos
     
    #7
  8. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchas gracias a usted, Rosaela, por dar significado a días de trabajo, incita y motiva para seguir escribiendo.
    Se la saluda afectuosamente.
     
    #8
    Última modificación: 5 de Enero de 2013

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