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Pablo Neruda

Tema en 'Biblioteca de Poética Clásica (Poetas famosos)' comenzado por lobo111, 7 de Mayo de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 4480

  1. lobo111

    lobo111 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    7 de Febrero de 2012
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    Pablo Neruda, de nacimiento Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Parral, 12 de julio de 1904 – Santiago, 23 de septiembre de 1973), fue un poeta chileno, considerado entre los mejores y más influyentes artistas de su siglo; «el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma», según Gabriel García Márquez. También fue un destacado activista político, senador, miembro del Comité Central del Partido Comunista, precandidato a la presidencia de su país y embajador en Francia. Entre sus múltiples reconocimientos destacan el Premio Nobel de Literatura en 1971 y un Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford. «Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él», ha escrito el crítico literario Harold Bloom, quien lo considera uno de los veintiséis autores centrales del canon de la literatura occidental de todos los tiempos.
    Obras
    Publicadas en vida
    Neruda durante una visita a Estados Unidos en 1966.

    Crepusculario. Santiago, Ediciones Claridad, 1923.
    Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Santiago, Editorial Nascimento, 1924.
    Tentativa del hombre infinito. Santiago, Editorial Nascimento, 1926.
    Anillos. Santiago, Editorial Nascimento, 1926. (Prosa poética de Pablo Neruda y Tomás Lago.)
    El hondero entusiasta. Santiago, Empresa Letras, 1933.
    El habitante y su esperanza. Novela. Santiago, Editorial Nascimento, 1926.
    Residencia en la tierra (1925–1931). Madrid, Ediciones del Árbol, 1935.
    España en el corazón. Himno a las glorias del pueblo en la guerra: (1936–1937). Santiago, Ediciones Ercilla, 1937.
    Nuevo canto de amor a Stalingrado. México, 1943.
    Tercera residencia (1935–1945). Buenos Aires, Losada, 1947.
    Canto general. México, Talleres Gráficos de la Nación, 1950.
    Los versos del capitán. Imprenta L'Arte Tipografica, Napoli, 1952, 184 pp.
    Todo el amor. Santiago, Editorial Nascimento, 1953.
    Las uvas y el viento. Santiago, Editorial Nascimento, 1954.
    Odas elementales. Buenos Aires, Editorial Losada, 1954.
    Nuevas odas elementales. Buenos Aires, Editorial Losada, 1955.
    Tercer libro de las odas. Buenos Aires, Losada, 1957.
    Estravagario. Buenos Aires, Editorial Losada, 1958.
    Navegaciones y regresos Buenos Aires, Editorial Losada, 1959.
    Cien sonetos de amor. Santiago, Editorial Universitaria, 1959.
    Canción de gesta. La Habana, Imprenta Nacional de Cuba, 1960.
    Poesías: Las piedras de Chile. Buenos Aires, Editorial Losada, 1960.Las Piedras de Pablo Neruda
    Cantos ceremoniales. Buenos Aires, Losada, 1961.
    Memorial de Isla Negra. Buenos Aires, Losada, 1964. 5 volúmenes.
    Arte de pájaros. Santiago, Ediciones Sociedad de Amigos del Arte Contemporáneo, 1966.
    Fulgor y muerte de Joaquín Murieta. Santiago, Zig-Zag, 1967. La obra fue escrita con la intención de servir de libreto para una ópera de Sergio Ortega.
    La Barcarola. Buenos Aires, Losada, 1967.
    Las manos del día. Buenos Aires, Losada, 1968.
    Comiendo en Hungría. Editorial Lumen, Barcelona, 1969. (En co-autoría con Miguel Ángel Asturias)
    Fin del mundo. Santiago, Edición de la Sociedad de Arte Contemporáneo, 1969. Con Ilustraciones de Mario Carreño, Nemesio Antúnez, Pedro Millar, María Martner, Julio Escámez y Oswaldo Guayasamín.
    Aún. Editorial Nascimento, Santiago, 1969.
    Maremoto. Santiago, Sociedad de Arte Contemporáneo, 1970. Con Xilografías a color de Carin Oldfelt Hjertonsson.
    La espada encendida. Buenos Aires, Losada, 1970.
    Las piedras del cielo. Editorial Losada, Buenos Aires, 1970.
    Discurso de Estocolmo. Alpignano, Italia, A. Tallone, 1972.
    Geografía infructuosa Buenos Aires, Editorial Losada, 1972.
    La rosa separada. Éditions du Dragon, Paris, 1972 con grabados de Enrique Zañartu.
    Incitación al Nixonicidio y alabanza de la revolución chilena. Santiago, Empresa Editora Nacional Quimantú, Santiago, 1973.
    Geografía de Pablo Neruda. Editorial Aymá, Barcelona, 1973. Glosas autógrafas de Neruda, Fotos de Sara Facio y Alicia D'Amico.
    Himno y regreso
    Que despierte el leñador
    Tentativa del hombre infinito

    Discografía

    Arte de pájaros (1966, con Ángel Parra)

    Publicación póstuma
    Neruda en su última aparición en público (1972).

    El mar y las campanas. Editorial Losada, Buenos Aires, 1973
    2000. Editorial Losada, Buenos Aires, 1974
    Elegía. Editorial Losada, Buenos Aires, 1974.
    El corazón amarillo. Editorial Losada, Buenos Aires, 1974
    Jardín de invierno. Editorial Losada, Buenos Aires, 1974.
    Confieso que he vivido. Memorias. Barcelona, Seix Barral, 1974. (autobiografía)
    Libro de las preguntas. Editorial Losada, Buenos Aires, 1974.
    Cartas de amor de Pablo Neruda. Ediciones Rodas, Madrid, 1975.
    Para nacer he nacido. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1978.
    Cartas a Laura. Centro Iberoamericano de Cooperación, Madrid, 1978.
    Poesías escogidas. Biblioteca Premios Nobel. Aguilar S.A. de ediciones, 1980.
    El río invisible Editorial Seix Barral, Barcelona, 1980.
    Neruda/Eandi, Correspondencia durante Residencia en la tierra. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1980.
    El fin del viaje. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1982.
    Antología fundamental, prólogo de Jaime Quezada y selección de Jorge Baroos, Andrés Bello, 1997
    Pablo Neruda, Discursos Parlamentarios. (1945-1948). Editorial Antártica, Santiago, 1997.
    Pablo Neruda, Cuadernos de Temuco Seix Barral, Buenos Aires.
    Pablo Neruda, Prólogos. Editorial Sudamericana, Santiago, 2000.
    Pablo Neruda, Epistolario viajero. (1927-1973), Editorial RIL, Santiago, 2004.
    Pablo Neruda en O’Cruzeiro Internacional. Editorial Puerto de Palos, Santiago, 2004.
    Pablo Neruda. Yo respondo con mi obra: Conferencias, Discursos, Cartas, Declaraciones. (1932 - 1959). Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, España, 2004.
    David Bautista. Yo respondo con mi obra: tus ojos, Discursos, Cartas, Declaraciones. (1932 - 1959). Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca, España, 2004.
    Pablo Neruda, J.M. Coetzee, W. Faulkner, Doris Lessing, G.G. Márquez, Discursos, Alpha Decay, Barcelona, 2008.
    Antología General, Real Academia Española, Asociación Chilena del Libro y Hernán Loyola, Alfaguara, Santiago de Chile, 2010.
    La piel extensa, antología dirigida a un público juvenil, reúne cincuenta y cinco poemas en siete apartados temáticos; compilación de Gerardo Beltrán y Abel Murcia con ilustraciones de Adolfo Serra; Edelvives, Madrid, 2013

    Tributos
    En el mural Presencia de América Latina, obra de Jorge González Camarena ubicada en el hall de acceso de la Casa del Arte de la Universidad de Concepción, sobre la punta de la cola de Quetzalcóatl puede leerse «Pablo Neruda», finalizando el extracto de su poema.

    1965 - Jorge González Camarena - Una sección de sus versos se encuentra en el mural Presencia de América Latina, los que pertenecen al poema América, del libro Canción de fiesta.
    1986 - Alberto Cortez - Perdí tu dirección, canción homenaje del disco Sueños y Quimeras.
    2011 - Rayden - Si vas, canción homenaje.

    Álbumes

    1969 - Istros (Danai canta a Neruda) (por Danai Stratigopoulou)
    1977 - Paco Ibáñez canta a Pablo Neruda
    1999 - Marinero en Tierra. Tributo a Pablo Neruda (disco doble, varios artistas)
    2004 - Neruda en el corazón (CD y DVD, varios artistas)
    2004 - Sólo el amor (por Ángel Parra)

    Artes escénicas

    Pablo Neruda fue personificado por Roberto Parada, en la película Ardiente paciencia, ficción creada por Antonio Skármeta (1983), obra que nos propone la relación entre el poeta y su cartero en sus últimos años de vida (1969-1973). En la adaptación al teatro fue representado por Julio Jung, en la versión italiana El cartero de Neruda 1994, fue personificado por el actor francés Philippe Noiret, y en la ópera Il postino (estrenada en Los Ángeles, California el año 2010), fue representado por Plácido Domingo.
    En la miniserie de TVN De Neftalí a Pablo (2004), el universitario Neruda fue interpretado por el actor chileno Juan Pablo Ogalde, el niño Neruda por Diego Gamboa, el adolescente Neruda por Danny Foix, y el Neruda joven por Diego Ruiz.
    En la película documental Neruda, diario de un fugitivo (2005), de Manuel Basoalto, obra que trata de la fuga del poeta en 1948 y de la persecución a los comunistas decretada por el gobierno de Gabriel González Videla, el papel de Neruda es interpretado por José Secall.

    Otros

    Tanto en Temuco como en Santiago existen Establecimientos de Enseñanza Superior que llevan su nombre.
    En el año 2004 la ex casa de máquinas (maestranza ferroviaria) de Temuco es transformada en museo, llamándose actualmente Museo Nacional Ferroviario Pablo Neruda, en honor a la afición que siempre mostró por el mundo ferroviario, la herencia de su padre.


    Predecesor:
    Mariano Latorre Premio Nacional de Literatura
    1945 Sucesor:
    Eduardo Barrios
    Predecesor:
    Aleksandr Solzhenitsyn Premio Nobel de Literatura
    1971 Sucesor:
    Heinrich Böll
    Referencias
    http://es.wikipedia.org/wiki/Pablo_Neruda
    TARDE


    SONETO LI

    Tu risa pertenece a un árbol entreabierto
    por un rayo, por un relámpago plateado
    que desde el cielo cae quebrándose en la copa,
    partiendo en dos el árbol con una sola espada.
    Sólo en las tierras altas del follaje con nieve
    nace una risa como la tuya, bienamante,
    es la risa del aire desatado en la altura,
    costumbres de araucaria, bienamada.
    Cordillerana mía, chillaneja evidente,
    corta con los cuchillos de tu risa la sombra,
    la noche, la mañana, la miel del mediodía,
    y que salten al cielo las aves del follaje
    cuando como una luz derrochadora
    rompe tu risa el árbol de la vida.


    SONETO LII

    Cantas y a sol y a cielo con tu canto
    tu voz desgrana el cereal del día,
    hablan los pinos con su lengua verde:
    trinan todas las aves del invierno.
    El mar llena sus sótanos de pasos,
    de campanas, cadenas y gemidos,
    tintinean metales y utensilios,
    suenan las ruedas de la caravana.
    Pero sólo tu voz escucho y sube
    tu voz con vuelo y precisión de flecha,
    baja tu voz con gravedad de lluvia,
    tu voz esparce altísimas espadas,
    vuelve tu voz cargada de violetas
    y luego me acompaña por el cielo.



    SONETO LIII

    Aquí está el pan, el vino, la mesa, la morada:
    el menester del hombre, la mujer y la vida:
    a este sitio corría la paz vertiginosa,
    por esta luz ardió la común quemadura.
    Honor a tus dos manos que vuelan preparando
    los blancos resultados del canto y la cocina,
    salve! la integridad de tus pies corredores,
    viva! la bailarina que baila con la escoba.
    Aquellos bruscos ríos con aguas y amenazas,
    aquel atormentado pabellón de la espuma,
    aquellos incendiaron panales y arrecifes
    son hoy este reposo de tu sangre en la mía,
    este cauce estrellado y azul como la noche,
    esta simplicidad sin fin de la ternura.




    SONETO LIV

    Espléndida razón, demonio claro
    del racimo absoluto, del recto mediodía,
    aquí estamos al fin, sin soledad y solos,
    lejos del desvarío de la ciudad salvaje.
    Cuando la línea pura rodea su paloma
    y el fuego condecora la paz con su alimento
    tú y yo erigimos este celeste resultado!
    Razón y amor desnudos viven en esta casa.
    Sueños furiosos, ríos de amarga certidumbre
    decisiones más duras que el sueño de un martillo
    cayeron en la doble copa de los amantes.
    Hasta que en la balanza se elevaron, gemelos,
    la razón y el amor como dos alas.
    Así se construyó la transparencia.




    SONETO LV

    Espinas, vidrios rotos, enfermedades, llanto
    asedian día y noche la miel de los felices
    y no sirve la torre, ni el viaje, ni los muros:
    la desdicha atraviesa la paz de los dormidos,
    el dolor sube y baja y acerca sus cucharas
    y no hay hombre sin este movimiento,
    no hay natalicio, no hay techo ni cercado:
    hay que tomar en cuenta este atributo.
    Y en el amor no valen tampoco ojos cerrados,
    profundos lechos lejos del pestilente herido,
    o del que paso a paso conquista su bandera.
    Porque la vida pega como cólera o río
    y abre un túnel sangriento por donde nos vigilan
    los ojos de una inmensa familia de dolores.




    SONETO LVI

    Acostúmbrate a ver detrás de mí la sombra
    y que tus manos salgan del rencor, transparentes,
    como si en la mañana del mar fueran creadas:
    la sal te dio, amor mío, proporción cristalina.
    La envidia sufre, muere, se agota con mi canto.
    Uno a uno agonizan sus tristes capitanes.
    Yo digo amor, y el mundo se puebla de palomas.
    Cada sílaba mía trae la primavera.
    Entonces tú, florida, corazón, bienamada,
    sobre mis ojos como los follajes del cielo
    eres, y yo te miro recostada en la tierra.
    Veo el sol trasmigrar racimos a tu rostro,
    mirando hacia la altura reconozco tus pasos.
    Matilde, bienamada, diadema, bienvenida!



    SONETO LVII

    Mienten los que dijeron que yo perdí la luna,
    los que profetizaron mi porvenir de arena,
    aseveraron tantas cosas con lenguas frías:
    quisieron prohibir la flor del universo.
    «Ya no cantará más el ámbar insurgente
    de la sirena, no tiene sino pueblo.»
    Y masticaban sus incesantes papeles
    patrocinando para mi guitarra el olvido.
    Yo les lancé a los ojos las lanzas deslumbrantes
    de nuestro amor clavando tu corazón y el mío,
    yo reclamé el jazmín que dejaban tus huellas,
    yo me perdí de noche sin luz bajo tus párpados
    y cuando me envolvió la claridad
    nací de nuevo, dueño de mi propia tiniebla.




    SONETO LVIII

    Entre los espadones de fierro literario
    paso yo como un marinero remoto
    que no conoce las esquinas y que canta
    porque sí, porque cómo si no fuera por eso.
    De los atormentados archipiélagos traje
    mi acordeón con borrascas, rachas de lluvia loca,
    y una costumbre lenta de cosas naturales:
    ellas determinaron mi corazón silvestre.
    Así cuando los dientes de la literatura
    trataron de morder mis honrados talones,
    yo pasé, sin saber, cantando con el viento
    hacia los almacenes lluviosos de mi infancia,
    hacia los bosques fríos del Sur indefinible,
    hacia donde mi vida se llenó con tu aroma.




    SONETO LIX

    Pobres poetas a quienes la vida y la muerte
    persiguieron con la misma tenacidad sombría
    y luego son cubiertos por impasible pompa
    entregados al rito y al diente funerario.
    Ellos —oscuros como piedrecitas— ahora
    detrás de los caballos arrogantes, tendidos
    van, gobernados al fin por los intrusos,
    entre los edecanes, a dormir sin silencio.
    Antes y ya seguros de que está muerto el muerto
    hacen de las exequias un festín miserable
    con pavos, puercos y otros oradores.
    Acecharon su muerte y entonces la ofendieron:
    sólo porque su boca está cerrada
    y ya no puede contestar su canto.




    SONETO LX

    A ti te hiere aquel que quiso hacerme daño,
    y el golpe del veneno contra mí dirigido
    como por una red pasa entre mis trabajos
    y en ti deja una mancha de óxido y desvelo.
    No quiero ver, amor, en la luna florida
    de tu frente cruzar el odio que me acecha.
    No quiero que en tu sueño deje el rencor ajeno
    olvidada su inútil corona de cuchillos.
    Donde voy van detrás de mí pasos amargos,
    donde río una mueca de horror copia mi cara,
    donde canto la envidia maldice, ríe y roe.
    Y es ésa, amor, la sombra que la vida me ha dado:
    es un traje vacío que me sigue cojeando
    como un espantapájaros de sonrisa sangrienta.



    SONETO LXI

    Trajo el amor su cola de dolores,
    su largo rayo estático de espinas
    y cerramos los ojos porque nada,
    porque ninguna herida nos separe.
    No es culpa de tus ojos este llanto:
    tus manos no clavaron esta espada:
    no buscaron tus pies este camino:
    llegó a tu corazón la miel sombría.
    Cuando el amor como una inmensa ola
    nos estrelló contra la piedra dura,
    nos amasó con una sola harina,
    cayó el dolor sobre otro dulce rostro
    y así en la luz de la estación abierta
    se consagró la primavera herida.




    SONETO LXII

    Ay de mí, ay de nosotros, bienamada,
    sólo quisimos sólo amor, amarnos,
    y entre tantos dolores se dispuso
    sólo nosotros dos ser malheridos.
    Quisimos el tú y yo para nosotros,
    el tú del beso, el yo del pan secreto,
    y así era todo, eternamente simple,
    hasta que el odio entró por la ventana.
    Odian los que no amaron nuestro amor,
    ni ningún otro amor, desventurados
    como las sillas de un salón perdido,
    hasta que se enredaron en ceniza
    y el rostro amenazante que tuvieron
    se apagó en el crepúsculo apagado.




    SONETO LXIII

    No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina
    es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,
    anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.
    Las amargas alturas de las cordilleras conocen mis pasos.
    Enmarañada, silbante región de mi patria salvaje,
    lianas cuyo beso mortal se encadena en la selva,
    lamento mojado del ave que surge lanzando sus escalofríos,
    oh región de perdidos dolores y llanto inclemente!
    No sólo son míos la piel venenosa del cobre
    o el salitre extendido como estatua yacente y nevada,
    sino la viña, el cerezo premiado por la primavera,
    son míos, y yo pertenezco como átomo negro
    a las áridas tierras y a la luz del otoño en las uvas,
    a esta patria metálica elevada por torres de nieve.




    SONETO LXIV

    De tanto amor mi vida se tiñó de violeta
    y fui de rumbo en rumbo como las aves ciegas
    hasta llegar a tu ventana, amiga mía:
    tú sentiste un rumor de corazón quebrado
    y allí de la tinieblas me levanté a tu pecho,
    sin ser y sin saber fui a la torre del trigo,
    surgí para vivir entre tus manos,
    me levanté del mar a tu alegría.
    Nadie puede contar lo que te debo, es lúcido
    lo que te debo, amor, y es como una raíz
    natal de Araucanía, lo que te debo, amada.
    Es sin duda estrellado todo lo que te debo,
    lo que te debo es como el pozo de una zona silvestre
    en donde guardó el tiempo relámpagos errantes.




    SONETO LXV

    Matilde, dónde estás? Noté, hacia abajo,
    entre corbata y corazón, arriba,
    cierta melancolía intercostal:
    era que tú de pronto eras ausente.
    Me hizo falta la luz de tu energía
    y miré devorando la esperanza,
    miré el vacío que es sin ti una casa,
    no quedan sino trágicas ventanas.
    De puro taciturno el techo escucha
    caer antiguas lluvias deshojadas,
    plumas, lo que la noche aprisionó:
    y así te espero como casa sola
    y volverás a verme y habitarme.
    De otro modo me duelen las ventanas.




    SONETO LXVI

    No te quiero sino porque te quiero
    y de quererte a no quererte llego
    y de esperarte cuando no te espero
    pasa mi corazón del frío al fuego.
    Te quiero sólo porque a ti te quiero,
    te odio sin fin, y odiándote te ruego,
    y la medida de mi amor viajero
    es no verte y amarte como un ciego.
    Tal vez consumirá la luz de Enero,
    su rayo cruel, mi corazón entero,
    robándome la llave del sosiego.
    En esta historia sólo yo me muero
    y moriré de amor porque te quiero,
    porque te quiero, amor, a sangre y fuego.




    SONETO LXVII

    La gran lluvia del sur cae sobre Isla Negra
    como una sola gota transparente y pesada,
    el mar abre sus hojas frías y la recibe,
    la tierra aprende el húmedo destino de una copa.
    Alma mía, dame en tus besos el agua
    salobre de estos mares, la miel del territorio,
    la fragancia mojada por mil labios del cielo,
    la paciencia sagrada del mar en el invierno.
    Algo nos llama, todas las puertas se abren solas,
    relata el agua un largo rumor a las ventanas,
    crece el cielo hacia abajo tocando las raíces,
    y así teje y desteje su red celeste el día
    con tiempo, sal, susurros, crecimientos, caminos,
    una mujer, un hombre, y el invierno en la tierra.




    SONETO LXVIII

    La niña de madera no llegó caminando:
    allí de pronto estuvo sentada en los ladrillos,
    viejas flores del mar cubrían su cabeza,
    su mirada tenía tristeza de raíces.
    Allí quedó mirando nuestras vidas abiertas,
    el ir y ser y andar y volver por la tierra,
    el día destiñendo sus pétalos graduales.
    Vigilaba sin vernos la niña de madera.
    La niña coronada por las antiguas olas,
    allí miraba con sus ojos derrotados:
    sabía que vivimos en una red remota
    de tiempo y agua y olas y sonidos y lluvia,
    sin saber si existimos o si somos su sueño.
    Ésta es la historia de la muchacha de madera.




    SONETO LXIX

    Tal vez no ser es ser sin que tú seas,
    sin que vayas cortando el mediodía
    como una flor azul, sin que camines
    más tarde por la niebla y los ladrillos,
    sin esa luz que llevas en la mano
    que tal vez otros no verán dorada,
    que tal vez nadie supo que crecía
    como el origen rojo de la rosa,
    sin que seas, en fin, sin que vinieras
    brusca, incitante, a conocer mi vida,
    ráfaga de rosal, trigo del viento,
    y desde entonces soy porque tú eres,
    y desde entonces eres, soy y somos,
    y por amor seré, serás, seremos.




    SONETO LXX

    Tal vez herido voy sin ir sangriento
    por uno de los rayos de tu vida
    y a media selva me detiene el agua:
    la lluvia que se cae con su cielo.
    Entonces toco el corazón llovido:
    allí sé que tus ojos penetraron
    por la región extensa de mi duelo
    y un susurro de sombra surge solo:
    Quién es? Quién es? Pero no tuvo nombre
    la hoja o el agua oscura que palpita
    a media selva, sorda, en el camino,
    y así, amor mío, supe que fui herido
    y nadie hablaba allí sino la sombra,
    la noche errante, el beso de la lluvia.
    Tal vez herido voy sin ir sangriento
    por uno de los rayos de tu vida
    y a media selva me detiene el agua:
    la lluvia que se cae con su cielo.
    Entonces toco el corazón llovido:
    allí sé que tus ojos penetraron
    por la región extensa de mi duelo
    y un susurro de sombra surge solo:
    Quién es? Quién es? Pero no tuvo nombre
    la hoja o el agua oscura que palpita
    a media selva, sorda, en el camino,
    y así, amor mío, supe que fui herido
    y nadie hablaba allí sino la sombra,
    la noche errante, el beso de la lluvia.




    SONETO LXXI

    De pena en pena cruza sus islas el amor
    y establece raíces que luego riega el llanto,
    y nadie puede, nadie puede evadir los pasos
    del corazón que corre callado y carnicero.
    Así tú y yo buscamos un hueco, otro planeta
    en donde no tocara la sal tu cabellera,
    en donde no crecieran dolores por mi culpa,
    en donde viva el pan sin agonía.
    Un planeta enredado por distancia y follajes,
    un páramo, una piedra cruel y deshabitada,
    con nuestras propias manos hacer un nido duro,
    queríamos, sin daño ni herida ni palabra,
    y no fue así el amor, sino una ciudad loca
    donde la gente palidece en los balcones.




    SONETO LXXII

    Amor mío, el invierno regresa a sus cuarteles,
    establece la tierra sus dones amarillos
    y pasamos la mano sobre un país remoto,
    sobre la cabellera de la geografía.
    Irnos! Hoy! Adelante, ruedas, naves, campanas,
    aviones acerados por el diurno infinito
    hacia el olor nupcial del archipiélago,
    por longitudinales harinas de usufructo!
    Vamos, levántate, y endiadémate y sube
    y baja y corre y trina con el aire y conmigo
    vámonos a los trenes de Arabia o Tocopilla,
    sin más que trasmigrar hacia el polen lejano,
    a pueblos lancinantes de harapos y gardenias
    gobernados por pobres monarcas sin zapatos.




    SONETO LXXIII

    Recordarás tal vez aquel hombre afilado
    que de la oscuridad salió como un cuchillo
    y antes de que supiéramos, sabía:
    vio el humo y decidió que venía del fuego.
    La pálida mujer de cabellera negra
    surgió como un pescado del abismo
    y entre los dos alzaron en contra del amor
    una máquina armada de dientes numerosos.
    Hombre y mujer talaron montañas y jardines,
    bajaron a los ríos, treparon por los muros,
    subieron por los montes su atroz artillería.
    El amor supo entonces que se llamaba amor.
    Y cuando levanté mis ojos a tu nombre
    tu corazón de pronto dispuso mi camino.




    SONETO LXXIV

    El camino mojado por el agua de Agosto
    brilla como si fuera cortado en plena luna,
    en plena claridad de la manzana,
    en mitad de la fruta del otoño.
    Neblina, espacio o cielo, la vaga red del día
    crece con fríos sueños, sonidos y pescados,
    el vapor de las islas combate la comarca,
    palpita el mar sobre la luz de Chile.
    Todo se reconcentra como el metal, se esconden
    las hojas, el invierno enmascara su estirpe
    y sólo ciegos somos, sin cesar, solamente.
    Solamente sujetos al cauce sigiloso
    del movimiento, adiós, del viaje, del camino:
    adiós, caen las lágrimas de la naturaleza.




    SONETO LXXV

    Ésta es la casa, el mar y la bandera.
    Errábamos por otros largos muros.
    No hallábamos la puerta ni el sonido
    desde la ausencia, como desde muertos.
    Y al fin la casa abre su silencio,
    entramos a pisar el abandono,
    las ratas muertas, el adiós vacío,
    el agua que lloró en las cañerías.
    Lloró, lloró la casa noche y día,
    gimió con las arañas, entreabierta,
    se desgranó desde sus ojos negros,
    y ahora de pronto la volvemos viva,
    la poblamos y no nos reconoce:
    tiene que florecer, y no se acuerda.





    SONETO LXXVI

    Diego Rivera con la paciencia del oso
    buscaba la esmeralda del bosque en la pintura
    o el bermellón, la flor súbita de la sangre
    recogía la luz del mundo en tu retrato.
    Pintaba el imperioso traje de tu nariz,
    la centella de tus pupilas desbocadas,
    tus uñas que alimentan la envidia de la luna,
    y en tu piel estival, tu boca de sandía.
    Te puso dos cabezas de volcán encendidas
    por fuego, por amor, por estirpe araucana,
    y sobre los dos rostros dorados de la greda
    te cubrió con el casco de un incendio bravío
    y allí secretamente quedaron enredados
    mis ojos en su torre total: tu cabellera.




    SONETO LXXVII

    Hoy es hoy con el peso de todo el tiempo ido,
    con las alas de todo lo que será mañana,
    hoy es el Sur del mar, la vieja edad del agua
    y la composición de un nuevo día.
    A tu boca elevada a la luz o a la luna
    se agregaron los pétalos de un día consumido,
    y ayer viene trotando por su calle sombría
    para que recordemos su rostro que se ha muerto.
    Hoy, ayer y mañana se comen caminando,
    consumimos un día como una vaca ardiente,
    nuestro ganado espera con sus días contados,
    pero en tu corazón el tiempo echó su harina,
    mi amor construyó un horno con barro de Temuco:
    tú eres el pan de cada día para mi alma.




    SONETO LXXVIII

    No tengo nunca más, no tengo siempre. En la arena
    la victoria dejó sus pies perdidos.
    Soy un pobre hombre dispuesto a amar a sus semejantes.
    No sé quién eres. Te amo. No doy, no vendo espinas.
    Alguien sabrá tal vez que no tejí coronas
    sangrientas, que combatí la burla,
    y que en verdad llené la pleamar de mi alma.
    Yo pagué la vileza con palomas.
    Yo no tengo jamás porque distinto
    fui, soy, seré. Y en nombre
    de mi cambiante amor proclamo la pureza.
    La muerte es sólo piedra del olvido.
    Te amo, beso en tu boca la alegría.
    Traigamos leña. Haremos fuego en la montaña.




    NOCHE


    SONETO LXXIX

    De noche, amada, amarra tu corazón al mío
    y que ellos en el sueño derroten las tinieblas
    como un doble tambor combatiendo en el bosque
    contra el espeso muro de las hojas mojadas.
    Nocturna travesía, brasa negra del sueño
    interceptando el hilo de las uvas terrestres
    con la puntualidad de un tren descabellado
    que sombra y piedras frías sin cesar arrastrara.
    Por eso, amor, amárrame el movimiento puro,
    a la tenacidad que en tu pecho golpea
    con las alas de un cisne sumergido,
    para que a las preguntas estrelladas del cielo
    responda nuestro sueño con una sola llave,
    con una sola puerta cerrada por la sombra.




    SONETO LXXX

    De viajes y dolores yo regresé, amor mío,
    a tu voz, a tu mano volando en la guitarra,
    al fuego que interrumpe con besos el otoño,
    a la circulación de la noche en el cielo.
    Para todos los hombres pido pan y reinado,
    pido tierra para el labrador sin ventura,
    que nadie espere tregua de mi sangre o mi canto.
    Pero a tu amor no puedo renunciar sin morirme.
    Por eso toca el vals de la serena luna,
    la barcarola en el agua de la guitarra
    hasta que se doblegue mi cabeza soñando:
    que todos los desvelos de mi vida tejieron
    esta enramada en donde tu mano vive y vuela
    custodiando la noche del viajero dormido.




    SONETO LXXXI

    Ya eres mía. Reposa con tu sueño en mi sueño.
    Amor, dolor, trabajos, deben dormir ahora.
    Gira la noche sobre sus invisibles ruedas
    y junto a mí eres pura como el ámbar dormido.
    Ninguna más, amor, dormirá con mis sueños.
    Irás, iremos juntos por las aguas del tiempo.
    Ninguna viajará por la sombra conmigo,
    sólo tú, siempreviva, siempre sol, siempre luna.
    Ya tus manos abrieron los puños delicados
    y dejaron caer suaves signos sin rumbo,
    tus ojos se cerraron como dos alas grises,
    mientras yo sigo el agua que llevas y me lleva:
    la noche, el mundo, el viento devanan su destino,
    y ya no soy sin ti sino sólo tu sueño.




    SONETO LXXXII

    Amor mío, al cerrar esta puerta nocturna
    te pido, amor, un viaje por oscuro recinto:
    cierra tus sueños, entra con tu cielo en mis ojos,
    extiéndete en mi sangre como en un ancho río.
    Adiós, adiós, cruel claridad que fue cayendo
    en el saco de cada día del pasado,
    adiós a cada rayo de reloj o naranja,
    salud oh sombra, intermitente compañera!
    En esta nave o agua o muerte o nueva vida,
    una vez más unidos, dormidos, resurrectos,
    somos el matrimonio de la noche en la sangre.
    No sé quién vive o muere, quién reposa o despierta,
    pero es tu corazón el que reparte
    en mi pecho los dones de la aurora.




    SONETO LXXXIII

    Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,
    invisible en tu sueño, seriamente nocturna,
    mientras yo desenredo mis preocupaciones
    como si fueran redes confundidas.
    Ausente, por los sueños tu corazón navega,
    pero tu cuerpo así abandonado respira
    buscándome sin verme, completando mi sueño
    como una planta que se duplica en la sombra.
    Erguida, serás otra que vivirá mañana,
    pero de las fronteras perdidas en la noche,
    de este ser y no ser en que nos encontramos
    algo queda acercándonos en la luz de la vida
    como si el sello de la sombra señalara
    con fuego sus secretas criaturas.




    SONETO LXXXIV

    Una vez más, amor, la red del día extingue
    trabajos, ruedas, fuegos, estertores, adioses,
    y a la noche entregamos el trigo vacilante
    que el mediodía obtuvo de la luz y la tierra.
    Sólo la luna en medio de su página pura
    sostiene las columnas del estuario del cielo,
    la habitación adopta la lentitud del oro
    y van y van tus manos preparando la noche.
    Oh amor, oh noche, oh cúpula cerrada por un río
    de impenetrables aguas en la sombra del cielo
    que destaca y sumerge sus uvas tempestuosas,
    hasta que sólo somos un solo espacio oscuro,
    una copa en que cae la ceniza celeste,
    una gota en el pulso de un lento y largo río.



    SONETO LXXXV

    Del mar hacia las calles corre la vaga niebla
    como el vapor de un buey enterrado en el frío,
    y largas lenguas de agua se acumulan cubriendo
    el mes que a nuestras vidas prometió ser celeste.
    Adelantado otoño, panal silbante de hojas,
    cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte
    cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,
    los caballos relinchan hacia la Patagonia.
    Hay una enredadera vespertina en tu rostro
    que crece silenciosa por el amor llevada
    hasta las herraduras crepitantes del cielo.
    Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno
    y no sólo tus senos amo sino el otoño
    que esparce por la niebla su sangre ultramarina.




    SONETO LXXXVI

    Oh Cruz del Sur, oh trébol de fósforo fragante,
    con cuatro besos hoy penetró tu hermosura
    y atravesó la sombra y mi sombrero:
    la luna iba redonda por el frío.
    Entonces con mi amor, con mi amada, oh diamantes
    de escarcha azul, serenidad del cielo,
    espejo, apareciste y se llenó la noche
    con tus cuatro bodegas temblorosas de vino.
    Oh palpitante plata de pez pulido y puro,
    cruz verde, perejil de la sombra radiante,
    luciérnaga a la unidad del cielo condenada,
    descansa en mí, cerremos tus ojos y los míos.
    Por un minuto duerme con la noche del hombre.
    Enciende en mí tus cuatro números constelados.



    SONETO LXXXVII

    Las tres aves del mar, tres rayos, tres tijeras
    cruzaron por el cielo frío hacia Antofagasta,
    por eso quedó el aire tembloroso,
    todo tembló como bandera herida.
    Soledad, dame el signo de tu incesante origen,
    el apenas camino de los pájaros crueles,
    y la palpitación que sin duda precede
    a la miel, a la música, al mar, al nacimiento.
    (Soledad sostenida por un constante rostro
    como una grave flor sin cesar extendida
    hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo.)
    Volaban alas frías del mar, del Archipiélago,
    hacia la arena del Noroeste de Chile.
    Y la noche cerró su celeste cerrojo.




    SONETO LXXXVIII

    El mes de Marzo vuelve con su luz escondida
    y se deslizan peces inmensos por el cielo,
    vago vapor terrestre progresa sigiloso,
    una por una caen al silencio las cosas.
    Por suerte en esta crisis de atmósfera errabunda
    reuniste las vidas del mar con las del fuego,
    el movimiento gris de la nave de invierno,
    la forma que el amor imprimió a la guitarra.
    Oh amor, rosa mojada por sirenas y espumas,
    fuego que baila y sube la invisible escalera
    y despierta en el túnel del insomnio a la sangre
    para que se consuman las olas en el cielo,
    olvide el mar sus bienes y leones
    y caiga el mundo adentro de las redes oscuras.




    SONETO LXXXIX

    Cuando yo muera quiero tus manos en mis ojos:
    quiero la luz y el trigo de tus manos amadas
    pasar una vez más sobre mí su frescura:
    sentir la suavidad que cambió mi destino.
    Quiero que vivas mientras yo, dormido, te espero,
    quiero que tus oídos sigan oyendo el viento,
    que huelas el aroma del mar que amamos juntos
    y que sigas pisando la arena que pisamos.
    Quiero que lo que amo siga vivo
    y a ti te amé y canté sobre todas las cosas,
    por eso sigue tú floreciendo, florida,
    para que alcances todo lo que mi amor te ordena,
    para que se pasee mi sombra por tu pelo,
    para que así conozcan la razón de mi canto.



    SONETO XC

    Pensé morir, sentí de cerca el frío,
    y de cuanto viví sólo a ti te dejaba:
    tu boca eran mi día y mi noche terrestres
    y tu piel la república fundada por mis besos.
    En ese instante se terminaron los libros,
    la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,
    la casa transparente que tú y yo construimos:
    todo dejó de ser, menos tus ojos.
    Porque el amor, mientras la vida nos acosa,
    es simplemente una ola alta sobre las olas,
    pero ay cuando la muerte viene a tocar a la puerta
    hay sólo tu mirada para tanto vacío,
    sólo tu claridad para no seguir siendo,
    sólo tu amor para cerrar la sombra.



    SONETO XCI

    La edad nos cubre como la llovizna,
    interminable y árido es el tiempo,
    una pluma de sal toca tu rostro,
    una gotera carcomió mi traje:
    el tiempo no distingue entre mis manos
    o un vuelo de naranjas en las tuyas:
    pica con nieve y azadón la vida:
    la vida tuya que es la vida mía.
    La vida mía que te di se llena
    de años, como el volumen de un racimo.
    Regresarán las uvas a la tierra.
    Y aún allá abajo el tiempo sigue siendo,
    esperando, lloviendo sobre el polvo,
    ávido de borrar hasta la ausencia.




    SONETO XCII

    Amor mío, si muero y tú no mueres,
    no demos al dolor más territorio:
    amor mío, si mueres y no muero,
    no hay extensión como la que vivimos.
    Polvo en el trigo, arena en las arenas
    el tiempo, el agua errante, el viento vago
    nos llevó como grano navegante.
    Pudimos no encontrarnos en el tiempo.
    Esta pradera en que nos encontramos,
    oh pequeño infinito! devolvemos.
    Pero este amor, amor, no ha terminado,
    y así como no tuvo nacimiento
    no tiene muerte, es como un largo río,
    sólo cambia de tierras y de labios.




    SONETO XCIII

    Si alguna vez tu pecho se detiene,
    si algo deja de andar ardiendo por tus venas,
    si tu voz en tu boca se va sin ser palabra,
    si tus manos se olvidan de volar y se duermen,
    Matilde, amor, deja tus labios entreabiertos
    porque ese último beso debe durar conmigo,
    debe quedar inmóvil para siempre en tu boca
    para que así también me acompañe en mi muerte.
    Me moriré besando tu loca boca fría,
    abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,
    y buscando la luz de tus ojos cerrados.
    Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo
    iremos confundidos en una sola muerte
    a vivir para siempre la eternidad de un beso.




    SONETO XCIV

    Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
    que despiertes la furia del pálido y del frío,
    de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
    de sol a sol que suene tu boca de guitarra.
    No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
    no quiero que se muera mi herencia de alegría,
    no llames a mi pecho, estoy ausente.
    Vive en mi ausencia como en una casa.
    Es una casa tan grande la ausencia
    que pasarás en ella a través de los muros
    y colgarás los cuadros en el aire.
    Es una casa tan transparente la ausencia
    que yo sin vida te veré vivir
    y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.



    SONETO XCV

    Quiénes se amaron como nosotros? Busquemos
    las antiguas cenizas del corazón quemado
    y allí que caigan uno por uno nuestros besos
    hasta que resucite la flor deshabitada.
    Amemos el amor que consumió su fruto
    y descendió a la tierra con rostro y poderío:
    tú y yo somos la luz que continúa,
    su inquebrantable espiga delicada.
    Al amor sepultado por tanto tiempo frío,
    por nieve y primavera, por olvido y otoño,
    acerquemos la luz de una nueva manzana,
    de la frescura abierta por una nueva herida,
    como el amor antiguo que camina en silencio
    por una eternidad de bocas enterradas.




    SONETO XCVI

    Pienso, esta época en que tú me amaste
    se irá por otra azul sustituida,
    será otra piel sobre los mismos huesos,
    otros ojos verán la primavera.
    Nadie de los que ataron esta hora,
    de los que conversaron con el humo,
    gobiernos, traficantes, transeúntes,
    continuarán moviéndose en sus hilos.
    Se irán los crueles dioses con anteojos,
    los peludos carnívoros con libro,
    los pulgones y los pipipasseyros.
    Y cuando esté recién lavado el mundo
    nacerán otros ojos en el agua
    y crecerá sin lágrimas el trigo.



    SONETO XCVII

    Hay que volar en este tiempo, a dónde?
    Sin alas, sin avión, volar sin duda:
    ya los pasos pasaron sin remedio,
    no elevaron los pies del pasajero.
    Hay que volar a cada instante como
    las águilas, las moscas y los días,
    hay que vencer los ojos de Saturno
    y establecer allí nuevas campanas.
    Ya no bastan zapatos ni caminos,
    ya no sirve la tierra a los errantes,
    ya cruzaron la noche las raíces,
    y tú aparecerás en otra estrella
    determinadamente transitoria
    convertida por fin en amapola.




    SONETO XCVIII

    Y esta palabra, este papel escrito
    por las mil manos de una sola mano,
    no queda en ti, no sirve para sueños,
    cae a la tierra: allí se continúa.
    No importa que la luz o la alabanza
    se derramen y salgan de la copa
    si fueron un tenaz temblor del vino,
    si se tiñó tu boca de amaranto.
    No quiere más la sílaba tardía,
    lo que trae y retrae el arrecife
    de mis recuerdos, la irritada espuma,
    no quiere más sino escribir tu nombre.
    Y aunque lo calle mi sombrío amor
    más tarde lo dirá la primavera.




    SONETO XCIX

    Otros días vendrán, será entendido
    el silencio de plantas y planetas
    y cuántas cosas puras pasarán!
    Tendrán olor a luna los violines!
    El pan será tal vez como tú eres:
    tendrá tu voz, tu condición de trigo,
    y hablarán otras cosas con tu voz:
    los caballos perdidos del Otoño.
    Aunque no sea como está dispuesto
    el amor llenará grandes barricas
    como la antigua miel de los pastores,
    y tú en el polvo de mi corazón
    (en donde habrán inmensos almacenes)
    irás y volverás entre sandías.




    SONETO C

    En medio de la tierra apartaré
    las esmeraldas para divisarte
    y tú estarás copiando las espigas
    con una pluma de agua mensajera.
    Qué mundo! Qué profundo perejil!
    Qué nave navegando en la dulzura!
    Y tú tal vez y yo tal vez topacio!
    Ya no habrá división en las campanas.
    Ya no habrá sino todo el aire libre,
    las manzanas llevadas por el viento,
    el suculento libro en la enramada,
    y allí donde respiran los claveles
    fundaremos un traje que resista
    la eternidad de un beso victorioso.


    http://www.angelfire.com/co2/coditos0/ciensonetos2.html
    http://www.nuestraedad.com.mx/indexsonetosneruda.htm
     
    #1
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