Paseo por mi jardín sombrío

No se vive del pasado, aunque me acerco por allí más a menudo de lo que me gustaría, como si tuviese algo pendiente con él. En ese lugar me topo a veces conmigo, y contigo también. Me sorprendo al vernos, tan jovenes dentro de nuestra efímera piel, con aquel brillo en la mirada algo ensombrecido pero sin llegar a oscurecerse.


Aunque no me gusta demasiado lo que veo, entro y doy un paseo por aquel jardín sombrío en el que viví tantos días. Allí observo los lugares donde hace mucho esparcí las semillas que hoy ya son troncos anchos y secos, árboles de frutos amargos bajo los que tantas tardes me atiborré de amargura.


Levanto más la mirada y la veo, impasible al tiempo, erguida, es ella, es la planta del rencor que brotó dentro de mi con tu indiferencia, y que pese a yo prometerme jamás regarla, ahí sigue, viva, y es seguro que ese es el motivo de que hoy esté aquí otra vez, dispuesto ya a arrancarla de raíz de estos adentros míos, tal vez también tuyos.


A la vera de esa planta, en la orilla del río por el que transcurre mi vida, veo tu barca abandonada, casi intacta, a excepción de por las brechas que filtran el agua que le impide flotar. Son las mismas brechas que aún se abren en mi, cuando recuerdo que fuiste tú quien la saboteo, con el único proposito de no salir a navegar conmigo.


Pero cuando vuelvo en mi, al momento de ahora, después de todas las tormentas, me veo ya lejos de aquel paisaje otra vez, porque no he parado de remar. He visto la inmensidad del mar, me he sentido a la deriva y ahora después de revolcarme entre las olas, al fin estoy en la playa. Hace sol y te he enviado este mensaje sincero dentro de cada botella que me bebí pensándote, ya no espero tu respuesta, porque sé que tú ya hace tiempo que no bebes.