Peones de la especie

Vestidos de desnudez con la seda de una piel
brillante y fúlgida. Acariciados por las sílabas
que afirman un vuelo sin límite, rotundos como
la verdad de espada alegre y flores color carmesí.
Los ojos dibujan una silueta recíproca en el opalino iris,
el tacto húmedo igual que rocío de lágrimas es un don
del éxtasis, los pechos buscan el hueco que engendre
un perfil unívoco, la deidad de múltiples brazos: Shiva
nocturna del amor. Así luce la identidad que antes fue
silencio, así transmutamos las sombras y devolvemos la luz
a los espejos, así los labios responden con la muesca
feliz que lacra la orla de una elipse en tu carne. El abanico
de la vida juguetea con el aire, nuestras manos lo intuyen
al parir la ilusión de un pulso eterno. El mañana de un hijo
bajo el frenesí del tiempo prosigue la misión inútil
de profanar el jardín de las Hespérides. ¿Es que aún
queda algo de luz en la cortedad del pábilo?, ¿o será
que al fin se ha cumplido el designio?

 

Intensidad, hondos sentimientos y el recurso de imágenes de las mitologías más antiguas han dado origen a este singular poema que he disfrutado. Mi saludo cordial.

 

Gracias, Rigel, por la lectura y el amable comentario. Un saludo cordial.