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Periodímen. Capitulo 2 de la tercera historia.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por sergio Bermúdez, 26 de Agosto de 2009. Respuestas: 2 | Visitas: 558

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    CAPITULO 2:OMICALDUS Y LAS ARAÑAS GRANIZADAS



    Después de que las sombras tejieran cadáveres entre el olor a carne fresca arañada, y en donde los caldos de araña se hacían intensos entre cada paisaje que enterraba a los animales podridos y descuartizados, se situaba entre esmeraldas de gran tamaño y un sillón de oro, con miles de Cucainas, unas cucarachas que eran mitad momias, mitad zombis. Las Cucainas eran la comida preferida de Omicaldus, pues hacía una especie de sangría, y después le juntaba arañas granizadas, un refresco que iba lleno de un aliento de perro sarnoso, además de llevar sangre quemada de serpiente negra. No había más que mirar al horizonte y contemplar como se sentaba en el sillón negro de un huracán, que desterró al tiempo, y lo cicatrizo hasta consumirse en una época marginada, y llena de enfermedades. Periodímen alzo la vista y de pronto empezaron a salir Cabañeles, y estos se adentraron en los gritos, que venían de las profecías de los Anyeliscos, pues estos seguían su religión y descuartizaban al aire, y mordían al sol de los días, pues las temperaturas quedaban perdidas en aires maldecidos por muertes, por días oscuros, por la suerte perdida entre las almas derretidas, sin querer verse a si mismas. Era una locura, porque de ahí, salía Fasdentes, unos animales con cerebro de mosquito y cabeza de toro con cuernos, que estaban hechos de rayos x. Porque de pronto salto el agua de los estómagos de los Fasdentes, y vino a propinar una guerra, en donde el suelo se besaba así mismo, y la lluvia de cristales luchaba con las sombras fantasmales, y en donde Omicaldus, el rey de los demonios sin cuernos, aupaba su sonrisa, y la martirizaba en la cúspide de la muerte súbita. Las claridades se evaporaban y todo quedaba en llamas, en ardientes deseos quemados por nervios visuales, que quedaban invisibles hasta que la barrera de un mar entrando bajo el hielo, se hacía cadáver, cada vez que Omicaldus protegía su voz de hielo, esa que detestaban todos sus enemigos. Su voz era de ultra tumba, y se hacía intensa, porque así era como se protegía su alma, entonada en cuerpos desnudos, los cuales se sacrificaban para dar vida a otra criatura, porque esta quedaba llena de sombras, y su endiablada intensidad, se quedaba en desastrosos métodos con la frescura de una lágrima de un bebe en mitad de una catástrofe. Dueños de las sombras, luces sin verse a si mismas, sonidos en donde la fantasía no era esperanza, pero si había una profecía escondida bajo el humo de los ácidos de araña, esos que se servían en platos fríos, pues la calma era el mejor amigo de estos seres, que se mordían unos a otros, por las leyes de Omicaldus, ya que su trono dependía de las tormentas que se divorciaban de las leyes, que no eran nada fáciles de cambiar, pues las nubes se chocaban unas con otras, y de ahí salía los túneles, en donde alfombras vestidas de podridos líquidos que flotaban en los ojos del tiempo, y enrojecido por las alarmas de una campanada que derretía cada trozo de cielo, y lo cocinaba en palabras que se perdían en miradas que no llegaban a las voces normales, pues todo era una fuente, para que llegara mediante cables, para llegar a penetrar el sonido de un aullido, y esto provenía del contagió deformado en imágenes sangrientas, y destinadas a ser cabalgadas de puñaladas, que dormían durante el día, y salían entre la noche. Periodímen seguía instalando su plenitud, ya que con sus brazos destornillaba las leyes que se perdían en las voces de hielo, esas que se quemaban, para salir más criaturas, y de estas salir Alegatnos, unas aves que no tenían pico, simplemente tenían taladradora en vez de tener picos, porque así era como mataban a las tripas de sus enemigos, y hacían baños de sangre, hasta quedar todo en una burbuja, que se evaporaba, y se convertía en el acido, para atraer a cada Vadonquideo, una especie de elefante sin trompa, solo que tenía un absorbedor, para absorber a la ultima orilla de arena, esa que enterraba los misterios, que resistían al miedo, y se cosía en las mentes de las calaveras polares.
     
    #1
    Última modificación: 26 de Agosto de 2009
  2. Megara900

    Megara900 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    hola sergio, la rareza de tu relato se ve engarzada por las fascinantes descripciones que haces, el lenguaje pintoresco que utilizas permite llevar al lector a ese lugar que tu mente creo

    un placer leerte.
     
    #2
  3. rodrigotoro

    rodrigotoro Poeta adicto al portal

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    21 de Julio de 2009
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    al leer este capitulo de tu saga me quedan dos cosas claras...primero: jamàs aceptar una invitacion a cenar a Omicaldus, y segunda: es una historia fantastica. continuo atento a su desarollo: R. toro
     
    #3

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