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Periodímen y las tormentas platonicas. Capitulo 1.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por sergio Bermúdez, 24 de Diciembre de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 687

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    CAPITULO 1: LOS REYES DEL CIELO ACUCHILLADO.



    Entre las asesinadas velas, color de sangre sin ver la arena respirar sobre la timidez de una cera que caía lentamente, y se quemaba en sus propias cenizas, sin poder ni si quiera oler su aroma. Las noches eran solo de almas, que caían entre golpes de unos fuertes terremotos, que fundían a las piedras, y las hacían liquidas para ser completamente un liquido negro y muy oscuro. Las sectas eran los ejércitos de la piel de grasas sin ninguna gota de sangre. Era una civilización respetada y admirada, por ser los fundadores de unas tormentas que su amor era el arte de la supervivencia imposible de conseguir. Pues esas tormentas te daban la eternidad de ser inmortal, pero solo era un sueño, que se quemaba en los braseros imaginativos por ser imposibles de realizar. Actos violentos, sangre derramada en las velas, para que oliera a sangre, e hiciera deprimirse a las lágrimas que se ataban en las pestañas, con inocentes pensamientos, que arremolinaban los puentes y los hacían de piedra blanda y débil que impedía llegar a alcanzar los objetivos. Los túneles de los infiernos, las coplas que serian enterradas bajo la crispación de argumentos que no dejaban lugar ni a las mismísimas ordenes de ver el lado de la suerte, que se escondía como el que no quiere verse, para dejar que sus manos apagaran sus líneas de su destino. Llamaban los lugares, de los cuales hasta los bosques malditos dejaban su huella en el norte, hacia los tesoros de Yeri. Yeri eran montañas penetradas por la oscuridad, en donde los cuentos eran frías profecías, y los tiempos eran malditos, y las arenas unían sus líneas, y dejaban el amanecer tan pálido, sin recursos de despistar a los infiernos, pues los recorridos no podían andar sobre ellos mismos, para camuflar sus orígenes, y dejar paso a sus gases de niebla, y derretir las partes del día, y acoplar entre sus ojos, a la muerte sobre los maleficios, que enseñaban la cara para navegar entre cada lugar que se agarraba y se hacía oír entre las barbaridades que atentaban hacia el sol inocente, pues quedaba pisado, sin oír sus soplidos, quedando tan sordo, que la suerte encerraba a sus testigos. Las imágenes eran marionetas de sus propias reflexiones, los muertos eran la viva imagen del pensamiento, y las frases de la actual y cruel guerra, venia del odiado Omicaldus. Enterrados los huesos de las personas sin culpa, cabalgando entre los ojos, que se convertían en pupilas de cemento sin el mismísimo arte de ver su secreto, para encenderse despacio y apagarse entre las toneladas de sus palpados, pues solo la muerte comprendió que nada podía alcanzar esos rayos tan platónicos, pues eran los verdaderos reyes de ese cielo acuchillado.
     
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    Última modificación: 24 de Diciembre de 2009

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