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Pesadilla al despertar

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por Javier Castillo Aparicio, 7 de Octubre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 817

  1. Javier Castillo Aparicio

    Javier Castillo Aparicio Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    6 de Octubre de 2011
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    Un golpe metálico desveló mi sueño. Luché contra el peso de mis párpados tratando de vislumbrar el entorno en el que me encontraba rezagado. Un cálido amanecer se percibía en la habitación desde una ventana, estrecha, en lo más alto de la pared de piedra. Los barrotes negros y oxidados cortaban los rayos del Sol en dos brazos ardientes que parecían envolver mi cuerpo con dulzura, resguardándome de la fría y húmeda tierra sobre la que me hallaba.

    Traté de levantarme, pero no pude. Mi cuerpo carecía de fuerza alguna, los huesos parecían querer escapar de mi piel, que había comenzado a caérseme y, en ocasiones, la tomaba como único alimento del día. Entonces me acordé del caldo con el que me bendecían los sábados, y miré ansioso hacia la puerta suplicando que por fin hubiera quedado atrás el viernes. En efecto, al pie de la puerta encontré mi bol y me acerqué rápido, arrastrando mi cuerpo agarrando el suelo con las uñas, perdiendo algún trozo de mí en el camino. Pero eso no importaba, el hambre superaba cualquier sensación de dolor.

    El bol contenía un caldo insípido, pero mitigar el hambre era recompensa más que suficiente para soportar los pequeños contratiempos que se presentaban en el brebaje, como algún que otro pelo que imaginé serían del cocinero, así como los insectos que encontraron en aquel líquido el inicio de un viaje con destino a mis entrañas. No podía desperdiciar esa pequeña aportación vitamínica que me daba fuerzas para levantar mi cuerpo sobre mis lánguidas piernas. La recompensa del lunes no era el sustento alimenticio, ya que deseaba la muerte para escapar de mi celda. La recompensa era la fuerza de poder caminar dando vueltas en la habitación, tramando planes para escapar de la prisión, desgarrar la tierra del suelo con mis desgastadas uñas y asomarme al tragaluz para contemplar el hermoso paisaje exterior lleno de vida salvaje, libre. La recompensa era la fuerza de poder seguir luchando por mi libertad, de rebelarme contra la situación en la que había sido condenado en contra de mi voluntad y, a mi juicio y entender, tan injustamente. La recompensa era la sensación de recuperar lo poco que quedaba de humanidad en mi ya apagado corazón, y desear escapar de aquel lugar para enfrentarme cara a cara con los verdugos de mi libertad, para evitar que el cruel destino que yo sufrí pudiera ser el destino de otro pobre desagraciado, condenado injustamente como yo, por denunciar la corrupción de los que tienen dinero y poder.

    Pero al llegar la noche el día terminaba del mismo modo en el que empezó, conmigo atrapado y moribundo, encerrado y condenado a renunciar a mi vida, sin poder desprenderme de ella. Con la oscuridad de la noche el cansancio atrapa mis ojos y un manto negro llena de silencio la habitación. Es entonces cuando suena el despertador. Me despierto agitado, miro la hora en mi reloj de mesa, salgo de mi cama y enciendo la luz. Entiendo que tengo que prepararme para ir a trabajar, y confundido me pregunto si habré despertado de una pesadilla... o habré comenzado a soñarla.
     
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