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Poblaciones fantasmas de Juan Rulfo.

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por AUGUSTO SILVA ACEVEDO, 18 de Enero de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 430

  1. AUGUSTO SILVA ACEVEDO

    AUGUSTO SILVA ACEVEDO Poeta veterano en MP

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    POBLACIONES FANTASMAS DE JUAN RULFO.

    Augusto Silva Acevedo.

    Juan Rulfo inundó de fantasma a Comala, cuando el hijo de Pedro Páramo, buscaba La Media Luna, acompañado de Damiana Cisneros, le había dicho antes, que Eduviges, había muerto hacía mucho tiempo y que en la habitación que la mujer le concedió para que descansara habían matado a Toribio Aldrete y que lo dejaron colgando ahí, para que su cuerpo se secara. “Luego condenaron la puerta, hasta que él se secara; para que su cuerpo no encontrara reposo. No sé cómo has podido entrar, cuando no existe llave para abrir esta puerta.” Dijo Damiana.

    —Fue doña Eduviges quien abrió. Me dijo que era el único cuarto que tenía disponible:

    —¿Eduviges Dyada?

    —Ella.

    —Pobre Eduviges. Debe de andar penando todavía.

    Recuerdan que Abundio; también hijo de Pedro Páramo, recomendó que buscara a Eduviges; lo que se interpreta de las letras de Juan Rulfo, es que el Hijo de Dolores, tenía un gran grupo de espíritus, fantasmas, que lo ayudarían a llegar a su destino: La Media Luna, y en un determinado momento en el camino damiana Cisneros se le desvanece en una circunstancia tan rara, cuando el hijo de Pedro le pregunta: “¿Está usted viva, Damiana? ¡Dígame, Damiana!

    Y me encontré de pronto solo en aquellas calles vacías. Las ventanas de las casas abiertas al cielo, dejando asomar las varas correosas de la yerba. Bardas descarapeladas que enseñaban sus adobes revenidos.

    —¡Damiana! —grité—. ¡Damiana Cisneros!”

    La nada respondió en un eco extraño, la muerte circundaba la magia de Juan Rulfo, para hacer que alguien supuestamente vivo, se encontrara, con un grupo de fantasmas en una población abandonada por Dios.

    El hijo de Dolores y Pedro, no temía, y parecía que se acostumbraba a la existencia de los fantasmas, que eran tan reales, y con quienes podía compartir hasta café. «… Todas las madrugadas el pueblo tiembla con el paso de las carretas. Llegan de todas partes, topeteadas de salitre, de mazorcas, de yerba de pará. Rechinan sus ruedas haciendo vibrar las ventanas, despertando a la gente. Es la misma hora en que se abren los hornos y huele a pan recién horneado. Y de pronto puede tronar el cielo. Caer la lluvia. Puede venir la primavera. Allí te acostumbrarás a los “derrepentes”, mi hijo».

    Carretas vacías, remoliendo el silencio de las calles. Perdiéndose en el oscuro camino de la noche. Y las sombras. El eco de las sombras.

    Pensé regresar. Sentí allá arriba la huella por donde había venido, como una herida abierta entre la negrura de los cerros.

    Entonces alguien me tocó los hombros.

    —¿Qué hace usted aquí?

    —Vine a buscar… —y ya iba a decir a quién, cuando me detuve—: vine a buscar a mi padre.

    —¿Y por qué no entra?

    —¿No están ustedes muertos? —les pregunté.

    Y la mujer sonrió. El hombre me miró seriamente.

    —Está borracho —dijo el hombre.

    —Solamente está asustado —dijo la mujer.

    Había un aparato de petróleo. Había una cama de otate, y un equipal en que estaban las ropas de ella.”

    La magia de Juan Rulfo nos acomoda a la idea de preguntarle a cada persona, con quien se encuentra el Hijo de Dolores, que sí están muertos… Las voces se deshacían, y el cansancio, del que buscaba a su padre, permitía, que esas voces, en la realidad circunstancial, no existieran, como las voces de este mundo, que aunque se pierden en el espacio, sí tienen nombre y apellido.

    Recuerdo en una de esas oportunidades que me vine manejando desde Estados Unidos, pasar por una población llamada Ahumada, en el Estado de Chihuahua, estaba aburrido de comer hamburguesas y salchichas, y vi una casucha, como un rancho, muy grande, que tenía un rotulo: “CANTINA”, serían las 4 de la tarde el calor era desértico y quise entrar para beber una cerveza y comer algo.

    Cuando caminaba, sabía y sentía, que todos los que estaban ahí entendían que yo no era del lugar, nadie movió ni las pestañas, pero yo sentía que todos me observaban de alguna forma; al llegar a un bar de madera desteñida por el tiempo, me supuse, que esos eran los muertos que describía Juan Rulfo en su novela: “Pedro Páramo”; yo tampoco tuve la osadía de volver a ver hacia ningún lado, caminé de frente al que estaba detrás de la barra y le solicité una cerveza; el compadre me dijo: “Aquí no hay cervezas güey…”

    Pregunté con cautela: ¿y que tienes para refrescar el gaznate?

    ¡Pulque!

    Pues dame pulque, entonces me sirvió en una jarra grande el jugo fermentado del agave y no me supo mal; luego le pregunté: ¿tienes algo para comer? y me dijo: “carne seca y tortillas…”

    Todo estaba muy seco, pero al masticar ayudaba a humedecer en la boca con el pulque; le pregunté: “¿cuánto vale invitar a cada uno con pulque? Había unos 14 parroquianos, y convidarlos me costaba como unos 36 pesos, lo que para mí era como unos 6 dólares, mande tres invitaciones y habían dos que tocaban guitarra y canté un par de canciones… Cuando decidí continuar mi viaje uno de los hombres, se puso de pie y me dijo: ¿Dónde está su carro, déjeme acompañarlo, la noche ya tiene envoltura obscura…”

    Caminó conmigo hasta que abrí el carro y extendió su mano para hacerme sentir una mano áspera, pero sincera… emprendí mi viaje, deseando acercarme a Veracruz. Seguí pensando, que Rulfo describía tan mágicamente a sus pueblos, que uno podía vivir sus novelas, tal y como solo describía en sus narraciones… Paré de conducir a las 12 de la noche, pensando en el camino en esa maravillosa obra literaria de Juan Rulfo…
     
    #1

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