Por fin

Por fin, después de miles de sueños, lo volví a ver. Estaba sentado dando la espalda a la entrada en la cafetería que yo había escogido para pasar un tiempo a solas, para pensar por qué mi soledad se había tornado tan sombría, tan lánguida, tan solitaria.

A penas entré y di una leve mirada a mi entorno, lo reconocí, demonios, a cambiado tanto y sin embargo es el mismo, sus bellas alas blancas que nadie más puede ver eran las de siempre, la pluma que le arrebaté la última vez que nos vimos no ha crecido, trae el pelo corto, aunque yo pude ver sus ensortijados rulos dorados atrás del cuello alto de su chamarra. Caminé nervioso hacia la mesa donde él parecía esconder su rostro de las demás personas y antes de llegar a su lado, él, como siempre, como si la cita se hubiera concertado mediante una agenda ancestral, me miró con sus ojos verdes de mar antiguo y me disparó a mansalva una delicada sonrisa antes de saludarme.

No había duda, era el mismo ángel que tantas veces durante el transcurso de las vidas y de los sueños trató de engatusarme para que besara sus hermosos labios de corazón y así, con un maldito beso, romper el maléfico de la vida eterna que de origen se le había concedido.
Él mismo, una vez. hace tres o cuatro vidas me confesó que al besarme en los labios a mi o a cualquier otra persona viva, por fin podría morir como lo acostumbramos los humanos y así su alma tendría consuelo y paz, lo que jamás me ha dicho es qué pasaría conmigo y mi alma después del beso al que tanto me he negado, al que tanto le temo y al qué, si he de ser honesto, también siempre he soñado.

En fin, la noche fue como tantos otros encuentros, los dos ahí, contándonos lo bueno y lo malo que han sido para cada uno las vidas, platicando como si siempre -espero que se entienda la palabra: siempre- de nuestros amores, fracasos, muertes y derrotas, reímos un poco, mejor dicho, sonreímos mucho y por fin hicimos un compromiso: nos veremos de nuevo en este plano de tiempo, el próximo viernes.

Esta vez, después de un emparedado cada uno y una taza de café y la maldita prohibición del cigarro, me contó su más reciente perdida, un desquicio total, la mierda sobre la mierda y un virus, quise llorar y lloré por dentro, quise ser su muerto tomado de su mano antes de partir y escuchar de su boca y en silencio sus mejores deseos, pero egoístamente recordé las mías, mis perdidas, quise decirle que todo estará bien, pero él es un ángel y todo lo sabe, quise besarlo por amor y sexo -pues divino sigue siendo- además de, carajo, para qué negarlo, lujuria con la que o habría hecho y con ello conjurar su malaventura.

No sé si está por demás que lo sepan, pero los ángeles no tienen sexo y se visten, o se aparecen como a muchos les gusta decir, con el cuerpo que les place, con las ropas que les acomoda. La fantasía que llevas en la cabeza y la forma en la que se dejan mirar, es cosa de uno, no de ellos.

Total, apareció por fin, y por fin supe algo más de él y para engrosar mi ego, vi que la pluma que le arrebaté la última vez que le abrace no ha crecido, creo que me quiere, creo que soy algo en su eternidad, por lo menos alguien con quien tomar café y citarnos para el siguiente viernes…


Due 24/01/23. En una noche en la que siento haberme comportado como un caballero

 

Un gusto leerte.
saludos.

 

muy buena historia señor @Francisco Lechuga Mejia

 

amuchas gracias