Príncipe negro

A Elide con todo mi cariño.
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No me gustan las despedidas, sin embargo ese día le di un fuerte abrazo y un beso en la mejilla. Lo siento, no puedo corresponderte como te mereces, dijo Elide, tengo muy adentro un amor que no me deja vivir. No quiero nada a la fuerza, sólo lo que quieras regalarme esta noche, dije simulando una entereza que no tenía. Estaba profundamente enamorado. Regué este príncipe negro para regalarte en un ocasión especial y todos lo fueron, dijo apesadumbrada, es lo último que puedo regalarte, mi amor. Saqué del pantalón una soguilla con un dije en forma de corazón. No dije nada y se lo entregué en las manos. Le besé la frente y me marché.

He acumulado cartas que no le he mandado después de aquella noche. Sé que es feliz y eso me basta, a veces. El príncipe negro se marchita y florece en el jardín trasero. No me gustan las despedidas, pero anoche le escribí una carta para despedirme. Han pasado doce años y cada día se borra una porción del atlas de su desnudez; no quiero olvidarlo por completo antes de decirle adiós. Forré una caja de cartón y ahí puse la carta y un dije de oro en forma de príncipe negro. Hace tres días por fin supe la dirección exacta donde ahora vive. Fui a una estafeta y pagué para que se lo llevaran hasta su casa. El jardín se marquita y mi vida también. A veces sueño con un lunar navegando en un seno desnudo bañado en sudor: Elide, sin temor a equivocarme.