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Promesa es promesa

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 30 de Abril de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 395

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Inconsciente la busqué en derredor. La tarde era calurosa y la cantina estaba a reventar. El tufo a orines me llegó de golpe. Me llevé el dorso de la mano a las narices para mitigarlo. Me acerqué a la barra y pedí una cerveza bien fría. Beto, el cantinero, me sirvió de inmediato; él sabía que me encabronaba esperar mucho tiempo. En una ocasión, la mesera tardó en llevarme una tanda y rompí una mesa y varios vasos. ¡No me jodas, Pepe!, gritó colérico, ¡me vas a pagar tu desmadre, si no, te rompo la madre! Tuve que pagar.

    Zulema podía tardarse las horas que quisiera, a ella le aguantaba todo y Beto lo sabía. Me “enculé”. Iba casi a diario a la cantina sólo para verla y agasajarla un rato. Los días de quincena hasta flores le compraba. Ella juraba que me amaba, cosa que se le olvidó muy rápido. Maldita. No puedo negar que me manejaba a su antojo. Necesito dinero, Pepito, para comprarme unas garritas, de esas que te gustan, me decía al oído luego de mordisquear el lóbulo. Me erizaba y sacaba la cartera y ella se auto-despachaba. En el trabajo me pasaba pensando en ella, soñando sacarla de esa pocilga y hacerla mi esposa. Empecé a ahorrar dinero para la boda. Pendejo. Ya no me ponía bien “pedo” cuando iba a la cantina, nada más tomaba dos. Beto tenía una mesa apartada para nosotros y nadie nos molestaba. Pepe, necesito que Zulema me ayude, me pedía. A talonear, le decía dándole una nalgada. Así pasaban los días y los meses.

    Dónde está Zulema, le pregunté a Beto. No me veía a la cara, se estaba haciendo el pendejo. ¡Coño! ¡Dónde está Zulema!, grité colérico y aporreé el puño cerrado en la barra. Cálmate, Pepe, dijo al fin. Anoche se fue sin decir nada. Sentí hervir la sangre. El anillo de compromiso, que tenía en la bolsa del pantalón, me quemaba. Beto abrió los ojos como platos, expectante. Lancé un grito de dolor y salí empujando a mi paso a cuanto beodo se interponía. El sol me cegó unos instantes. No sabía qué hacer, quería madrearme a alguien. Le marqué al teléfono celular y me mandaba al buzón; lo había apagado. Estuve deambulando, bajo el sol, por horas. La fatiga me llevó a refugiarme en una pequeña casita que hacía las veces de clandestino. Una señora estaba sentada en el piso con una “caguama” en las manos. Muy cerca se oía a Juan Gabriel, acompañado de mariachis:

    Probablemente estoy pidiendo demasiado
    se me olvidaba que ya habíamos terminado
    que nunca volverás que nunca me quisiste
    se me olvidó otra vez que sólo yo te quise


    Me senté a lado de ella y me puse a llorar. Estiró la mano ofreciéndome la “caguama”. Entre sollozos sorbí ávidamente. Pide un cartón, le dije. ¡Un cartón de caguamas!, gritó como pudo. Entró un muchacho. No grites mamadas, dijo dirigiéndose a ella. Lo miré enfurecido. Trae el puto cartón, dije tirándole unos billetes. Los recogió y se fue sin decir nada. Sólo recuerdo que el anillo dejó de quemarme en la bolsa y que el muchacho ya no quiso venderme más “caguamas”. Amanecí en los separos de la policía con una cruda infernal y sin el anillo en la bolsa. Me prometí no “encularme” otra vez; a otro con esas pendejadas. Beto la sabe, por eso ya no tengo la mesa apartada y a menudo me cambia de mesera.

     
    #1

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