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Prosa negra

Tema en 'Leyendo en voz alta, solo prosas' comenzado por inframundo, 7 de Noviembre de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 1012

  1. inframundo

    inframundo Poeta recién llegado

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    4 de Abril de 2012
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    PROSA NEGRA
    I

    Paso mis manos a la sombra más negra, a la sombra muerta. Dedos que miran, de miradas frías; las manos se mecen en una contemplación suicida.
    Ya me doy cuenta; avanzo al cruel destino que siempre olfateé.
    Son lágrimas las que caen mientras escribo; agua rota del alma parida de un dolor supremo, de un abismo vacío, de un mundo que falta.
    Yo nunca estuve aquí; nunca pisé este suelo, siempre volando en mi hundimiento, sepultado en escombros de dolor.
    Ya me cansé de luchar. El que ha estado conmigo en todas las horas, bien sabe que lo intenté, mas él siempre salió ganando. Fui una hormiga llevando una gran hoja seca. Pero, ¿a qué ya resistir?; cuando parece que todo pasó, ya nada queda, salvo un enorme hueco.
    Algo resuena ahí adentro. Es mi nombre. Desde la profunda tumba de mi ser, se escucha una lastimera voz que me reclama.
    ¡Quién pudiera meterse dentro de sí mismo y desaparecer! ¡Vivir en un mundo propio!
    ¡Oh mi reina, mi Fortuna! ¡Sálvame!
    Dame tu luz de creación, y yo mismo, con estas dos manos chorreadas de muerte, crearé mi propia ilusión, sin saberlo.


    II

    Sólo palabras, palabras, palabras, como cruces en un cementerio; dondequiera que mire palabras me advierten que algo ha muerto; porque la palabra cuando nace muere. Quien diga que en vida se alzan alegres, que son eternas, divinas letras, no ve su postración; son cadáveres insepultos sobre lechos fríos, de nieve. Ahí veo el espanto de rostros henchidos de miseria; en otros, la efímera vida dibujada en lo absurdo; otros de alegre mirar, no son más que caras dadas vuelta; y esas amadas palabras: muerte, negro, sombra, noche, oscuridad que son sino espejos.
    Sin embargo, cuando escribo vivo.

    III


    De donde ha nacido este impetuoso hastío una cadena de sierpes me sigue el pie. Ceñida a mi tobillo, clavada en colmillos, desprende un chillido a cada paso mío. ¡Qué extraño sonido el chirriar de serpientes! El silbido de la lengua es lascivia, pecado, lujuria, peligro, fuego; pero el chillido…, pero el chillido cada vez algo nuevo.
    ¡Qué pesado se me ha hecho el pie, acarrear con tantos sentimientos!
    ¡Qué extraño se me ha hecho el camino que ya no veo otra cosa que el chispeante chirrido de sierpes!
    A veces creo que se burlan de mí al saber que la pesada cadena borra mis huellas; tendré que acostumbrarme a la idea de no mirar para atrás, ¡jamás!


    IV

    ¡Qué raro demonio habita en mi interior! Tañe el himno del silencio en cuerdas de violines rotas; repite dos veces mi nombre que en ecos enrosca, está quieto y se alimenta de plumas secas; en la noche son mis ojos sus ojos rojos.
    Yo sospecho que no nació conmigo, mas no sé como se metió, aunque lo intuyo.
    Me han dicho muchos muertos que no hay escape de él; me han dicho otros no infectos que acabe con él, mas no me dan el método.
    Mientras tanto, mientras sigue creciendo en mi interior, yo sigo obedeciendo sus porfías de ojos rojos en lo negro. Creo que ya creo en la verdad de su silencio.


    V


    Me ha quedado el gusto oscuro del antro subterráneo, paraíso falso.
    Aun llevo sobre mí los pelos mojados en esa agua inmunda; y se embronca mi pensamiento, se revuelve, se enreda, y ocupa toda mi cabeza que pesa como un mundo ingrávido, como un techo hermético. Eso es; es mi vuelo un revoloteo en encierro.
    Tal parece entonces que ya no podré ver claro el cielo.
    Parte de mí se revuelca en congoja, parte de mí se sonríe y dice: ¿a quién le importa?
    Ya me he acostumbrado a este negro manto, a esta noche vacía, a esta oscuridad inmensa, a esta luz que falta; es mi vigilia una estupidez: un esperar el amanecer en un mundo desolado.
    ¿De qué me podré aferrar para que vuelva a haber luz en esta noche entera?
    Yo sé que en la poesía nacen estrellas; pero la luna, ¡ay!..., la luna solamente es ella.


    VI

    Yo a veces veo, en la noche, la luna negra y el cielo blanco.
    ¿Cómo puede ser noche aún? ¿Cómo puede vencer la negrura de un punto al enorme manto blanco?
    Seguramente no es verdad lo que yo veo; en mí lo blanco se ha vuelto negro y negro lo blanco.
    Es muy mío eso de andar contrariando lo establecido.



    VII

    La luna es un ojo oscuro que paraliza todo un cielo. ¡Oh misteriosa mirada! ¿Qué no haría en mí, la que adormece mil estrellas? Reina bondadosa de centellas, me presta su corona pero no su poder; yo sigo subyugado a su resplandor, a sus caprichos de forma, a su etéreo olor a tragedia. Sin embargo, pese a que me agobia, me enamora su enigmática presencia: su fulgente postración en un océano de agua negra y de gotas blancas que tintinean. A veces creo que las estrellas son lágrimas de luna, y entonces me estremezco, porque a pesar de su altivez, también llora.
    ¡Cómo quisiera poder llorar!, más aun, perpetuar en centelleos olímpicos mis penas…, entonces creo que nunca más volvería a escribir.


    VIII

    ¿Quién me vigila desde allá arriba? ¿Quién me señala con su mano de luna llena y dedos de estrellas? Umbría es su voz, lo sé bien; él me ha enseñado el idioma del solitario, el alma del murciélago, la calma del camposanto, el vuelo rebelde del pez que no quiere agua, la pesadumbre de internarse en un mundo inmensamente hondo, la linterna de lo subterráneo… y la postración de su bóveda de estrellas suicidas.
    Compañero de mi desvelo, todo esto te debo, y mil cosas que no me entero…


    IX

    ¡Oh alborada, yo te aborrezco! Desprecio tu desperezar, tu bostezar, tu destapar lento de la manta negra de la noche (mi cobija), el canto del gallo, presagio de dolor que dura todo un día. ¡¿Es que no te das cuenta que tu renacer cotidiano hostiga al que habita el cementerio?!
    Ya llegará la venganza en que un fuego negro ilumine la noche y tú fundirás tus claros fuegos sin saber porqué no amanece.


    X

    Canten pájaros, sinfonías de alegría, sintonías cadenciosas de reproducción, de comida, de comunidad, de plumas sacudidas; de vida. Canten pájaros; orquestas obedientes del sol. Canten pájaros, cántenle al día que acaba de nacer; cántenle a la noche que acaba de morir.
    Ya se escucha el bullicio de la gran rueda que comienza a andar…, al son del pájaro.
    ¡Oh necios pájaros, ya cierren sus picos; flautas henchidas de nada! , necios pájaros rutinarios que cantan buen día al fraguador, al bullicio en lontananza de la gris metrópolis, al tesón de la hormiga y a la ronda de la abeja.
    Sólo abran sus picos para cantar adagios desinflados y vacíos.


    XI

    La espesa selva de otrora, la espesa selva de siempre, ¡qué imbécil forma ha tomado en este tiempo mío!
    El follaje se ha recortado en rígidos cuadrados, y hay montes piramidales, y ríos de cause constante, y va todo bañado en ceniza, todos bañados en cenizas, y hay cataratas infinitas, y ríos de cauce constante; y ¡ausencia!
    Aquí veo peces arrastrados por el cauce del lodo, y algunos muertos insepultos en movimiento, se confunden con los vivos. Es así el gran lodazal una abominable mezcla de muerte y vida, todo una misma cosa; un rumbo forzado.
    Y va en la selva un himno a tuerca, a resonante metal, a coros fabricados, y vuelos rígidos de pájaros en algodones ensuciados; y encierra a toda esta lastimera selva el olor pestilente de lo póstumo.


    XII

    Extrañas altas formas me acortan la vista. Los lejanos horizontes, las cuevas del sol, la copulación de aire y tierra, las montañas nexos de cielo y suelo, robadas para siempre, cambiada la esperanzadora lejanía por cercanas desesperanzas; la idea de pertenecer a todo, de ser uno mismo a su vez viendo todo, cambiadas por la de ser uno mismo a su vez viendo nada.
    No esperen cantos mielados de parva, trigo, pinos, lirios, nardos, arroyos, lagos, cielos claros; este es un tiempo de gárgaras de cemento y poco más.



    XIII

    Se clasifican los peces, se clasifican; y se comen unos a otros, y se clasifican. Suben y bajan los peces, pero no vuelan, van subterráneos, van bordando el suelo de efímeros surcos, y siguen, siguen y siguen, a pesar de todo, a pesar de nada. Hay espinas de peces muertos que igualmente siguen la inercia de lo que fue cuerpo. Siempre adelante, van los peces, siempre adelante, revolcados, comiéndose unos a otros, y van rodando, rodando y rodando hacia donde no saben, pero sobretodo se clasifican.





    XIV

    Yo quiero espontaneidad, lo que acontece sin planeamiento, sin programación, lo implanificable, lo que ocurre porque sí, sin más causas que el azar.
    Cuando llegue la hora de que todo tenga su debido tiempo, en su debido lugar, de su debida forma, ya no quedará más que hastío: aguas en venas de brazos caídos, sentimientos razonados, ojos espejos rotos, y relojes, relojes, relojes, a lo alto de todo; bañando la selva en la savia negra de la angustia.



    XV

    Mis pies hoy piden tierra, piden barro, arena, quieren tocar lo que nació sólo: el elemento; quieren dejar sus huellas en el suelo blando.
    Yo les digo que no es fácil romper las mil capas de ceniza, las sepulturas, la dura infección que hay que remover para que vuelva a surgir el verdadero suelo.
    Yo creo que mis dos piernas se han enojado conmigo, pues el paso se me ha hecho pesadísimo cuando voy por el cemento.


    XVI

    Van las calles de piel de nubes, nubladas pisadas, brumosas barcas enterradas, en algodones van las barcas, van marcando su pisada de humo, de hollín, y de cenizas. Van las barcas, marcadas pisadas, van las marcas negras de la barca tras su marcha parca.
    Van los trazos de la barca despeinando terciopelos del alma. Van los trazos del alma contradictorios y revueltos: a contrapelo. Va el alma encadenada, enjaulada, revoloteando en sucios cielos subterráneos; va el alma asfixiándose en lo momentáneo; va el alma confundiéndose con la barca de constante paso; va la barca tragándose el alma.


    XVII

    Veo en lo alto un pájaro en vuelo.
    Va el cielo corriendo entre sus plumas, viento entre ramas; siente el pájaro como agua entre los dedos. Va danzando en ensueños de aires claros y serenos; bailarín en suspenso.
    Van sus alas, van sus miembros, de cadenciosos movimientos, batiendo nubes puras, rozando algodones perfectos.
    Pasa junto a mí la sombra de la gaviota, oscura en el piso, achatada, rota; entonces siento el perfume de la armonía, la envidia del vuelo y el tacto del cielo; y la certeza de ser yo mismo la proyección de un vuelo; un vuelo en el suelo.
     
    #1

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