Pudimos haber sido amigas...

Pudimos ser amigas, pero no.

El día que conocí a Elisa yo protagonizaba una pataleta fenomenal sin razón en medio de la estancia, mi madre abrió la puerta para dejar pasar a aquella niña tan solo tres años mayor que yo. La curiosidad me hizo callar y me acerqué colocándome detrás de mi madre como precaución. Elisa vestía un vestido floreado y usaba unas sandalias toscas, su piel era como del color de los habanos de papá y llevaba dos grandes trenzas atadas hacia atrás de su cabeza.

Ella cuidaría de mi de ahora en adelante pero irónicamente, me la entregaron como uno más de las decenas de juguetes que tenía arrumbados en el ático.

Yo no fui buena, en cambio ella se levantaba todos los días por la madrugada a prepararme el desayuno, me llevaba a la recámara la ropa y peinaba mis cabellos. Una vez que le pedí me hiciera trenzas como las que ella llevaba, pero me dijo que un cabello como el mío no debe de estar escondido, porque parecía un río dorado bajo los rayos de sol.

No puedo decir que crecimos y aprendimos juntas, por que ella llevaba dentro de su pequeño cuerpo toda la sabiduría y el saber necesarios para vivir, me contaba historias de lugares lejanos y en su mente albergaba más cuentos que los vestidos que colgaban de mi clóset.

Yo la miraba desde el ventanal de la biblioteca cuando mis maestros se afanaban en que aprendiera las tablas de multiplicar y las teorías de Darwin, entre sus parloteos, mis ojos se perdían por los jardines y se encontraban con Elisa que colgaba la ropa al sol, arreglaba las flores, cortaba los frutos y corría alegremente tras las mariposas y los pájaros que llegaban a posarse en sus hombros ¡Cuánta envidia sentía entonces!.

Elisa tenía una voz preciosa y un ritmo increíble, tarareaba melodías cadenciosas y a escondidas reíamos contoneándonos de forma “vulgar” comentaron mis padres el día que nos descubrieron. Ellos decían que era porque Elisa tenía en sus venas sangre negra, pero no era verdad.

Recuerdo el terrible día que mientras yo la miraba picar las papas, se cortó la mano; un gran hilo de sangre roja como la mía brotó y ensucio su vestido de flores, entonces fue cuándo me di cuenta que Elisa no era una más de mis muñecas de trapo y me dio mucho miedo, tanto que empecé a llorar y gritar por ayuda. Elisa me pedía insistente que me callara pero fue demasiado tarde, las cocineras entraron, la regañaron en vez de curarla con cariño y le pusieron un vendaje que la lastimó. Yo miraba todo escondida como siempre y comprendí porque no debí hacer ese escándalo y llamarlas. Me puse triste.

El día que Elisa y yo nos separamos para siempre no fue por que ella harta, saliera por la puerta por donde llegó hace años, si no porque a las pocas horas de haberme casado mi marido decidió traerme a España y el corazón se me volteó. Busque a Elisa y la encontré en la cocina como siempre, ella ya lo sabía y mientras el alma se me destrozaba por no estar de acuerdo con ese cambio de residencia, ella parecía una roca.

La abracé por que tenía miedo y una lágrima brotó de sus ojos in llorables. Nada había más por hacer.

Ya en España, lo último que supe de ella es que la habían puesto al servicio de una costurera que se la llevó a Sudamérica.

Siempre la recuerdo, mis hijos se tranquilizan escuchando las historias y los cantos que me enseñó, bailamos vulgarmente, perseguimos mariposas por el jardín y olvidamos las tablas de multiplicar. Es la única manera de mantenerlos quietos a ellos y a mi misma.

Elisa y yo pudimos ser amigas, pero no...©

 

quizas si lo fueron sin saberlo y la pequeña protagonista no se dio cuenta ...
tengo una media hermana que siempre me dice:" el azar nos hizo hermanas ,el amor amigas".
un placer leerte.

 

Amiga, ¡qué sensibilidad demuestras en éste relato!, es un trozo de vida plasmado en el papel. Me ha encantado conocer a la pequeña Elisa. Un beso para tu alma bella.