¿Qué es peor, la falta de sueño o la cama vacía?

Es peor la cama vacía, porque el insomnio al menos tiene un motivo para doler. La falta de sueño es un animal rabioso que muerde el alma, pero se alimenta de algo: recuerdos, deseos, cicatrices. La cama vacía, en cambio, es un abismo. Un silencio que no sabe de ecos.

Cuando la cama está vacía, el frío no viene del invierno, viene de adentro, de un rincón oscuro donde guardamos los nombres que ya no pronunciamos. La almohada no pregunta por qué, pero sabe, como sabe el aire, que aquí faltan los latidos de alguien.

La falta de sueño es inquieta, se revuelca, se agita, escribe poemas a medianoche con la tinta de la ansiedad. Pero la cama vacía no tiene palabras. Es un vacío que se queda mudo, una ausencia que pesa más que un cuerpo.

Es peor la cama vacía, porque al menos el insomnio tiene tu sombra. Una ausencia que danza, que sonríe con las manos en los bolsillos, que se sienta en el borde del colchón y susurra mentiras dulces. Pero la cama vacía no tiene nada: ni fantasmas, ni promesas, ni siquiera reproches.

Y entonces te quedas ahí, mirando el techo como si pudiera responderte. Pero no hay respuesta, porque el insomnio se cura con el día, pero la cama vacía sigue ahí cuando cae la noche. Sigue ahí como una herida abierta que nadie quiso cerrar.

¿Qué es peor? No lo sé. Tal vez sea lo mismo. Porque al final, ambas cosas te dejan solo con tus monstruos, con tus palabras rotas, con tus manos que no saben qué hacer sin las tuyas.