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Que solos se quedan los muertos. Poema de Gustavo Adolfo Bécquer

Tema en 'Biblioteca de Poetas consagrados en verso libre' comenzado por I.M.S.T., 16 de Noviembre de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 1030

  1. I.M.S.T.

    I.M.S.T. Avanza siempre desde el respeto

    Se incorporó:
    1 de Marzo de 2013
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    Cerraron sus ojos
    que aún tenía abiertos,
    taparon su cara
    con un blanco lienzo,
    y unos sollozando,
    otros en silencio,
    de la triste alcoba
    todos se salieron.

    La luz que en un vaso
    ardía en el suelo,
    al muro arrojaba
    la sombra del lecho,
    y entre aquella sombra
    veíase a intervalos
    dibujarse rígida
    la forma del cuerpo.

    Despertaba el día
    y a su albor primero
    con sus mil ruidos
    despertaba el pueblo.
    Ante aquel contraste
    de vida y misterio,
    de luz y tinieblas,
    yo pensé un momento:

    ¡¡Dios mío, qué solos
    se quedan los muertos!!

    De la casa, en hombros,
    lleváronla al templo,
    y en una capilla
    dejaron el féretro.
    Allí rodearon
    sus pálidos restos
    de amarillas velas
    y de paños negros.

    Al dar de las Ánimas
    el toque postrero,
    acabó una vieja
    sus últimos rezos,
    cruzó la ancha nave,
    las puertas gimieron
    y el santo recinto
    quedose desierto.

    De un reloj se oía
    compasado el péndulo
    y de algunos cirios
    el chisporroteo.
    Tan medroso y triste,
    tan oscuro y yerto
    todo se encontraba
    que pensé en un momento:

    ¡¡Dios mío, qué solos
    se quedan los muertos!!

    De la alta campana
    la lengua de hierro
    le dio volteando
    su adiós lastimero.
    El luto en las ropas,
    amigos y deudos
    cruzaron en fila
    formando el cortejo.

    Del último asilo,
    oscuro y estrecho,
    abrió la piqueta
    el nicho a un extremo:
    allí la acostaron,
    tapiáronle luego,
    y con un saludo
    despidióse el duelo.

    La piqueta al hombro
    el sepulturero,
    cantando entre dientes,
    se perdió a lo lejos.
    La noche se entraba,
    el sol se había puesto:
    perdido en las sombras,
    yo pensé en un momento:

    ¡¡Dios mío, qué solos
    se quedan los muertos!!

    En las largas noches
    del helado invierno,
    cuando las maderas
    crujir hace el viento
    y azota los vidrios
    el fuerte aguacero,
    de la pobre niña
    a veces me acuerdo.

    Allí cae la lluvia
    con un son eterno:
    allí la combate
    el soplo del cierzo.
    Del húmedo muro
    tendida en el hueco,
    ¡acaso de frío
    se hielan sus huesos!...

    ¿Vuelve el polvo al polvo?
    ¿Vuela el alma al cielo?
    ¿Todo es, sin espíritu,
    podredumbre y cieno?
    No sé; pero hay algo
    que explicar no puedo,
    algo que repugna
    aunque es fuerza hacerlo

    ¡a dejar tan tristes,
    tan solos los muertos!
     
    #1

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