Química de un suicidio

Química de un suicidio​

Cargué con todo lo necesario para no volver jamás; me llevé la literatura imprescindible, el ánimo estaba oscuro, pero la voluntad, que no perdona, dejaba la situación macabra en la necesidad común de decir un adiós al sistema; y en el silencioso son de las neuronas que se acomodaban extasiadas para el viaje, me puse en marcha hacia la duda.

En un satírico dilema de castas, que nos deja el estómago devorador con sus mandíbulas coartada, sólo cabe el canibalismo hacia el cordero, llamar al vaso, dios, al libro, dios, al agua, dios, al viento, dios, al cielo, dios, al casto, dios, al lápiz, dios, al padre, dios, al niño, dios, al cerdo, dios…
Con la M de dios pude reinterpretar el plasma que la nada oculta, donde el agujero que todo lo traga huye por el centro en busca de nuevas aventuras, y el adiós descansa eternamente en los seis días de color. Los vagabundos previsibles duermen, se despiertan por la ansiedad; solución ajena de ecuación física en la conexión; cósmica combinación del átomo, venenosa química de vida, o muerte.

El mosquetón no es seguro, y su discontinuidad se fabricó relativa al portador que teme abrirlo hacia la libertad, donde le espera un vacío lleno de maravillas por descubrir. Quizá parta la cuerda sin el empeño de quien la escala; asirse a ella en la situación, es no querer dejar atrás la experiencia, testamento cima que nadie aún ha coronado por el éxito fructuoso de la divina tijera; y es cuando el suicidio cobra sentido, y la voluntad libre, cimbreándose a sí misma en el culmen del experto paisaje, es última imagen de la espera, contestación incontestable a la vida que nos adelanta la eternidad de la nada.

Preparé la jeringuilla. Me puse unos guantes para cumplir con el protocolo, e inyecté la combinación ganadora a la sonda. Tenía todos los números y esperaba impaciente el anhelado premio. Abrí la sonda, y quedé entre los velos del sopor. Escuché una voz de tono afable, que decía dar gracias a dios por haber normalizado las constantes vitales. Se acercó a mi pecho, y una furia insostenible me empujó hacia su cuello, al que mordí rabiosamente la yugular donde mis dientes hicieron tijera, que agotó el esfuerzo del yo rebelde. Brotó la sangre con tanto ímpetu, que poco a poco se dibujó la palidez de mi asesino. La suerte pasó muy cerca, pero aún debía esperar y jugar una nueva partida...
Era el ego, nuevamente eco de un universo distinto.

 

Realmente no sé que es el ego, o mejor dicho, ¿para qué sirve?: solo para uno mismo y entonces nadie se entera. Encantado por la lectura. Saludos amigo y un abrazo********

 

Muchas gracias por tu comentario Vicente, un abrazote