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Quinta historia de Periódimen completa.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por sergio Bermúdez, 5 de Febrero de 2010. Respuestas: 2 | Visitas: 512

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    PERIÓDIMEN Y LAS TORMENTAS PLATÓNICAS. QUINTA HISTORIA.




    CAPITULO 1: LOS REYES DEL CIELO ACUCHILLADO.



    Entre las asesinadas velas, color de sangre sin ver la arena respirar sobre la timidez de una cera que caía lentamente, y se quemaba en sus propias cenizas, sin poder ni si quiera oler su aroma. Las noches eran solo de almas, que caían entre golpes de unos fuertes terremotos, que fundían a las piedras, y las hacían liquidas para ser completamente un liquido negro y muy oscuro. Las sectas eran los ejércitos de la piel de grasas sin ninguna gota de sangre. Era una civilización respetada y admirada, por ser los fundadores de unas tormentas que su amor era el arte de la supervivencia imposible de conseguir. Pues esas tormentas te daban la eternidad de ser inmortal, pero solo era un sueño, que se quemaba en los braseros imaginativos por ser imposibles de realizar. Actos violentos, sangre derramada en las velas, para que oliera a sangre, e hiciera deprimirse a las lágrimas que se ataban en las pestañas, con inocentes pensamientos, que arremolinaban los puentes y los hacían de piedra blanda y débil que impedía llegar a alcanzar los objetivos. Los túneles de los infiernos, las coplas que serian enterradas bajo la crispación de argumentos que no dejaban lugar ni a las mismísimas ordenes de ver el lado de la suerte, que se escondía como el que no quiere verse, para dejar que sus manos apagaran sus líneas de su destino. Llamaban los lugares, de los cuales hasta los bosques malditos dejaban su huella en el norte, hacia los tesoros de Yeri. Yeri eran montañas penetradas por la oscuridad, en donde los cuentos eran frías profecías, y los tiempos eran malditos, y las arenas unían sus líneas, y dejaban el amanecer tan pálido, sin recursos de despistar a los infiernos, pues los recorridos no podían andar sobre ellos mismos, para camuflar sus orígenes, y dejar paso a sus gases de niebla, y derretir las partes del día, y acoplar entre sus ojos, a la muerte sobre los maleficios, que enseñaban la cara para navegar entre cada lugar que se agarraba y se hacía oír entre las barbaridades que atentaban hacia el sol inocente, pues quedaba pisado, sin oír sus soplidos, quedando tan sordo, que la suerte encerraba a sus testigos. Las imágenes eran marionetas de sus propias reflexiones, los muertos eran la viva imagen del pensamiento, y las frases de la actual y cruel guerra, venia del odiado Omicaldus. Enterrados los huesos de las personas sin culpa, cabalgando entre los ojos, que se convertían en pupilas de cemento sin el mismísimo arte de ver su secreto, para encenderse despacio y apagarse entre las toneladas de sus palpados, pues solo la muerte comprendió que nada podía alcanzar esos rayos tan platónicos, pues eran los verdaderos reyes de ese cielo acuchillado.


    CAPITULO 2: SOFALÉO, EMPERADOR DE LOS MUERTOS.



    Entre las pisadas de sangre, los ojos de la naturaleza comidos por la esclavitud de las almas condenadas y destruidas por crudas realidades, en donde la fe, era guardar silencio, y dejar que la calma fuera el cable hacia la realidad más soñada, se hacia una pirámide de tinieblas, y llevada hacia la luz de las tormentas platónicas, que derramaban sangre, y se cosían entre cada voz, que condenaba hasta al mismísimo viento soñador, que quería camuflarse entre la oscuridad, para dejar que los ángeles volaran sin maldad. En esos ambientes tenebrosos, se encontraba Sofaléo, que era el emperador de los muertos, y dejaba en su horizonte los mapas de sangre, para guiar con las palabras fantasmales, la locura y la ira, que sumergía la tristeza por no poder ser mortal. Los agujeros eran las telarañas de las antiguos actos de maldad, que eternizaban los ambientes, y los desgarraban haciendo que las tumbas se abrieran por unos instantes, y dieran paso a los túneles oscuros, que desempeñaban en ardores, y mantas de lava, todo lo que se contaminaba en la atmósfera viviente, que sumergía los ritos, para que fueran valientes, y dejaran que lo demás fueran pasos hacia la verdad, que se escondía, para llevar la lista maldita, de las personas que aun no siendo vivientes, que aun no habían nacido, fueran los testigos de reflejar sus ojos en la nada, para después de haber nacido, estallar entre las flores que sellaban su existencia. Sofaléo también era el reloj de la muerte, casado entre cadenas, que le impedían aspirar a lo profundo de verse salvado por el arte de encontrarse en los espejos del cielo. Periódimen saco su espada de información, crujió a una sombra, que le perseguía, y lo dejaba sin ver las horas, sin ver las voces, porque estaban apagadas y rasgadas por la melancolía que era agarrada, acuchillada y desvastada por los seres que vivían entre las luces, que quemaban los ojos de los mortales, y eso daba paso a los títulos de las sangrientas dimensiones virtuales, que catapultaban las sinceras pinturas hacia los infiernos que eran esclavos de ellos mismos, y las bocas de los lugares prisioneros, estaban llenados de misterio ocultado por el deseo de la supervivencia, y congelado por sus propias instrucciones, que arañaban los sumergidos puentes bajo las tierras llamadas Feryédeis, para después sacar las velas crucificadas en cruces, a la vez que gritaban y salían con relámpagos de truenos, y bajo las leyes de la naturaleza, todo eran cuevas sin final, solo había que esperar, que tanto Omicaldus como Sofaléo crearan la ceremonia de los espíritus retratados y llenos de profundos cráteres en su vistosidad, pues sus muertes se produjeron por el cataclismo de ser los elegidos por los abrazos que solo Sofaléo y Omicaldus podían darles, sin ver su testimonio escrito, en la ultimo amanecer del odiado alba.


    CAPITULO 3: LA ESQUIZOFRENIA DE KÍDER EL LUNÁTICO.




    Entre las campanadas de sueños destrozados por el fuego más odiado, a la vez que las luces de los infiernos eran el apodo de los destrozados, y llenos de pánico descontrolado. Las rabias eran signos de violencia, decapitadas entre una atmósfera que crujía su mirada, y la hacia llenar de una maldad, que nadie podía poder descubrir a primera vista. Las montañas eran su región, su vida su pasión, y nada más que el dolor, que engullía sus pestañas, y las dejaba sin el aliento de la ultima lágrima, que era evaporada y cicatrizada en la locura. Las tormentas eran su almohada, para dormir entre grandes luchas, que habitaban sus sueños, y los dejaban listos, para que se apoderaran de su mente, y así hacer que todo lo enfurecido de su alma, pudiera traspasar cada rincón del planeta, que era su lado de ardor, su lado depredador, para jurar a la ley de su amanecer, que sus ojos quedarían como cristales sin rayarse su vistosidad. Cada gota de su piel, no podía contener ni una lágrima dulce, porque en realidad su función era plasmar sus horribles sentimientos, y hacer de ellos su más protector escudo. De todos sus recuerdos, no existía presente en sus vivencias, no había futuro en sus palabras, solo el pasado que cuajaba en su mente, y le arrebataba el corazón hecho de piedra oxidada. Las fuentes de su inspiración no eran palabras de amor, solo eran personalidad oscura, de la cual los presentes ante su ley, eran matados, y destrozados por los Jertéjes, unos vaqueros con cabeza rapada, que montaban en leones, y disparaban flechas eléctricas con pistolas de magnetismo. Este personaje en el que describo todo esto, se llama Kíder el Lunático, pues sus horribles crimines, su mal humor, y su lucha constante para matar almas inocentes, eran a causa de una esquizofrenia que le condenaba a las sombras oscuras, de las cuales las orillas eran brasas, y su color era tan negro como rojo, pues las manchas de sangre se evaporaban y se refugiaban en las tormentas platónicas, esas que provocaban las pesadillas de los mortales, y la risa de los malvados, que destrozaban con sus silbidos a la naturaleza, que estaba entre las rejas sin nombre, pues no podían aparecer como siempre solía hacer su más noble aventura hacían un mundo sin cadenas. Periódimen debería de luchar duro y convertir la crueldad en algo bueno, pues entre las montañas de Kíder el Lunático las sombras deberían ser perseguidas y acuchilladas, para borrar las sonrisas malignas. La cumbre era el pico de poder ver desde lo alto la gran ley de la supervivencia, pero una maldición lo impedía pues se notaba un gran sudor en las pesadas piernas de los habitantes, que eran humillados con bombas electrógenas, las cuales producían una gran electricidad, y estallaban en los labios de las personas que no querían abrir los ojos, para ver como los cielos se quemaban como si fueran hojas de papel, a la vez que los tronos de Omicaldus, iban a ser los símbolos del miedo y la locura sin control, pues sus armas eran de sabores sin poder oír voces, pues solo asomaban para crear el más duro estrés de los túneles que pedían a los corazones, y los dejaban con unas sabanas de puntas, que llevaban incrustadas dientes de serpiente, pues Kíder el Lunático era el que las mataba, y les sacaba sus colmillos, para ponerlas en sus cuevas, a la misma vez que estas mediante una palanca que era pulsada se movieran, y fueran formando el arco de sangre y masacre, hasta agrandar la más diabólica figura, que le daba el aire fresco a los muertos de Sofaléo.


    CAPITULO 4: LOS GATOS BIOSERDICOS.



    Los gatos Bioserdicos eran gatos muy extraños, pues su crueldad era despiadada y loca, ya que era una enfermedad que iba acechando, entre las gotas de colores del mundo, las cuales tenían maldiciones, e iban a quedar quemadas en la lucha, sin respiración, pues entre las fiebres de vapor, las llamas de sudor, los focos de destrucción, no había más que aguantar la admiración y dejar que las noches fueran las únicas limpiezas de los planetas, esos que dejaban marcadas las huellas del destino. Las cuevas eran gargantas con tronos de reyes despóticos, que dormían entre las sangrientas batallas de no cerrar sus ojos, para comprobar la sangre que solo los malditos estaban dispuestos a explorar. Las rabias sinceras sin ver el lado de belleza de las artes oscuras, de las lágrimas sin diversión, por no poder dejar su emoción al baile del viento. Los gatos Bioserdicos eran como bellos al dormir, y salvajes al despertar. Solo había que explorar a la humanidad, dejarla llevar, y ver que lo negros horizontes sujetaban a la luminosidad maldita, que deparaba el fuego del odio, del olvido, y de la sangre derramada bajo los cuerpos de sudor, sin ser amada, pues las condenas eran síntoma, de que nada podía dejar pasar la verdadera orilla, la cual entre las montañas de Kíder el Lunático y su hambre de verse protegido sin sus orillas de voces, las cuales a los días rompía y dejaba sin regalos, era como si nada pudiera aflorar y amasar cuerpos de Reinas, esas que solo entregaban su corona, para desafiar a las leyendas. Sus ojos eran bellos, sus bocas de seda, pero ocultaban un corazón siniestro, oscuro ante las leyendas, con las maldiciones a flor de piel. No había mejor lado, que explotar ese mecanismo incontrolado, de sabor amargo, de crueldad, de rojos destinos humeados por lo hirviente, de deseos sin hacer de ellos esas burbujas, que daban paso a colorear a la humanidad y dejar que sus bellos paisajes, se convirtieran en la intensidad oscura, de un amanecer mezclado con un anochecer. Los terremotos, los egoístas de la naturaleza, el sabor de la antifrescura, el organismo de basura, sin ver que la orilla de los infiernos, en donde los gatos Bioserdicos eran cazadores, pues sus dientes eran grandiosos y temidos, no había más que ver como Kíder el Lunático, comía bajo su mesa, esa que estaba hecha de ladrillos con carne humana, para así saber, que los actos llamativos imperiales, estaban siendo aceptados por Omicaldus.



    CAPITULO 5: LA CAPA DE SANGRE.




    Cuando en las noches dormían las horas, y entre las nieblas se acostaban los días, pues entre ardores lucían las sombras, derramando sus orillas en los fuegos, esos que ardían entre los cielos llenos de sombras. Ya habitaban las oscuridades, cuando se enfurecían los vientos, de los cuales salían Jenópodos, unos caracoles vampiro, que atacaban bajo sus babas, y sacaban sal de su cuerpo, y después calentaban a la victima, para después coser su cerebro, sacarlo de la cabeza, y dejar que su olor, consumiera el resto, para abrir el cadáver, y quitarle la piel, dejando que la rabieta del virus, inspirara la lágrima de un llanto, que era apropiado por los propietarios de las almas, que condenaban sus palabras, para coserlas y dejarlas arder, cultivando el misterio, silenciando a la naturaleza, y abriendo un camino, en el que habitaba una sagrada capa de sangre, en la cual el poder era la máxima expresión de la belleza. Periódimen sabría hacer, que de su voladora imaginación, pudiera obtener la capa de sangre, pues en ella, aunque pareciera todo lo contrario, se uniría todo lo bueno, para ser más potente.

    Kíder el Lunático sabría como impedir que Periódimen sacara su magia, ya que entre las cuevas, y los misterios de las llamas, que se absorbían ellas mismas, produciendo colores violentos, y desnudados ante las palabras, que eran cosidas, y alertaban sobre cada poro de una piel, en la que su esclavitud adornaba los puentes hacía el más allá. Omicaldus era la boca del infierno, pues ya que contenía todo su sabor, que los dientes consumían y dejaban en los labios un ardor de sangre quemada y sacrificada. Los propietarios de los infiernos, y las lágrimas, solían arder bajo el sol de las almas condenadas, y de ser los soplidos, que dejaban a las noches consumidas, y a los días sin ver ni una gota de su original perfume, que era como si los mundos, se alzaran bajo las sombras, y de ellas los orígenes y las rabietas, se destrozaban sus caras, y eran maquilladas entre batallas, refugiadas y sometidas para siempre ser devoradas y llevadas hacía donde los movimientos eran el calor, la locura infernal, la unión de dos mundos, entre los vivos y los muertos, que cristalizaban las penas consagradas, y los ruidos llevados a donde la calma no era ni un silbido.

    Periódimen avanzaba por donde los colores le dejaban animar a sus huellas, pues entre las espadas, y las amenazas de los poderes oscuros, no se sabía ciertamente, si la muerte era el olvido de pensar, que más allá de una mirada, solo podía haber un pensamiento que ocultaba la verdadera historia, de un amanecer, que era el esclavo de una ultima palabra.



    CAPITULO 6: KÍDER EL LUNÁTICO SE SUICIDA.



    Las sombrillas de los vientos, se desintegraban como si fueran dos gotas de agua evaporadas, entre el silencio de un olvido, que quedaba maltratado y hundido como si las respuestas no fueran nada, pues se hacían diluvio, y no contaban que los momentos de sabor catapultado a la locura de un deseo que no triunfaba, se hacia como un desierto sin arena, pues había fuego y se evaporaba cada instante, pues desnudado el odio, se hacía ver el sufrimiento, que quedaría predestinado a morir entre ramas de inocencia, pues llevado todo a la oscuridad, se consumían las frases y caían en gritos de llamas. No había porque dudar de un alma adiestrada en la fantasía, pues entre picos de piedras, se consumían los temores, que quedaban llevados a un imperio de dolor, que adiestrado al sufrimiento de un compuesto químico se hacía el nutriente de los gatos bioserdicos. La energía se hacia con el paso de los años, que eran del color de un vapor helado. Las nubes se hacían carbón, y los deseos eran espuma sin apoyo de una flor. Las lágrimas eran como dos charcas, que se consumían en la orientación de un calvario sin verse calmado, ya que entre todos los mareos que se arremolinaban en frases, se haría del color de un ser helado, la noche imperial, en donde cada paso al frente, se convertiría en la pesadilla frágil y llevada por las orillas del gran poder, que tapaba a cada acción, que se haría ver entre todos los mundos. Periódimen se alzó entre una multitud de criaturas sin color, que al imprimir sus acciones violentas, iban a saborear las tinieblas, para cuajar entre los cuernos de los diablos, y sacar el néctar de un azúcar ardiente y sangriento, que depararía miles de signos odiados por las personas que querían hacer el bien, pues llamando al destino, se hizo todo esclavitud de los sentimientos, que aflojaban cada secuencia de arte, para deparar los arcos y hacerlos como un sol, que arrastraría sus rayos como la corriente, como si fuera una luz, que no daba paso a un lugar tranquilo, pues entre cada montaña, se hacía un volcán, que arrasaba con cada animal inocente, y dejaba marcadas las huellas del misterio más profundo y agarrado a la curiosidad, que deshacía el resplandor de las huellas gigantes y despiadadas por un terror que daba saltos a la incomprensión. Aparecía el día, y las sabanas se levantaban solas, pues en esa cama estaba Kíder el Lunático, que agarraba cada instrumento y mediante su mente lunática, emprendía la lluvia de su ira, y aumentaba los mundos, que detectaban un sudor frío y amparado en la soledad. Tristes vidas, sabor sin emoción, de ver golpear a los corazones, que harían salir sus propios virus mediante la telepatía, y con cables salían los silbidos de las almas, que cortaban los imperios, que hacían salir los momentos de angustia y depresión, pues las imágenes de aquel día, no se podían creer, ya que de las vidas se hacía, una muerte sin voz, que agarraba los sentimientos, y moría en el dolor de un pensamiento altamente compulsivo, y llenado de trastornos, que dejaban que todos los minutos parecieran como toneladas de cemento, que ardían bajo la ley de un ser, que era el cerebro de Kíder el Lunático, pues tantas eran sus fotografías que salían a través de su cerebro incontrolado, que las amarguras eran las manchas del mismísimo diablo, cuya ansiedad lo llevó a tirarse por la ventana, y a quedar roto por completo, y lleno de heridas como si fuera un monstruo, pues los dedos estaban cortados, la cara que tenía, le salía el esqueleto por fuera, y su piel se metía para dentro, hasta que entre las batallas de la muerte, ni si quiera su ojo, pudo salvar su desastre de resucitar a su mismísima locura.



    CAPITULO 7: SE INVENTA EL INTERNET UNIVERSAL.



    Entre la fiebre de los soplidos, se hacia el eco en los mundos paranormales del universo, pues las galaxias se harían ver desnudas y conectadas a las vías de información que eran llevadas a cada mundo virtual y alucinante de miles de estrellas parpadeadas por la dimensión de miles de planetas con almas lanzadas mediante unos dedos e instrumentos llevados a la danza de una imaginación, que ardería y profundizaría los momentos, para salvar el compás, haciendo de un retrato una verdad, que lanzaría una misión a otra realidad, pues de los cuentos se harían los profundos momentos, de ver como la conexión informática no tenia privacidad a la hora de dar publicidad a sus productos galácticos. En la galaxia de Andrómeda, se verían como los ojos de andromedos, se irían a estallar con el ritmo de un cable, que conectado a un ordenador, haría que mediante una explosión hiper llevada a unos megabais , que contenían las palabras, y las harían lanzar hasta años lejanos, comprobaron que la bienvenida a la realidad, eran ficción real, pues no solo existían palabras, sino además los alienígenas eran espíritus, que quedaban en la gravedad de una propuesta, para quedar sus almas encendidas mediante velas, que les hacían caer entre un puente de dibujos animados, pues su color era el dolor de una ardiente sed de comunicación imperial, que llevada a las hogueras, y limpiadas hasta las propias cenizas, se convertiría en un mundo, donde los ojos eran invisibles, y en donde la magia era el completo silencio vagante y escalofriante, en donde los Andromedos, intervenían para acoplar el arte y el dolor de sus sentimientos a la oscuridad iluminada, solo por dimensiones llenas de un calor, de sucesos, y de acompañados ritmos, que hacían que la comunicación se llevara sin limites, pues empezaron a crear el Facebook universal, el tuenti universal, y muchas redes sociales, que alcanzaban las estrellas, y mediante esa energía, se iba disparando la gran red de comunicación más gigante de todos los tiempos, pues alucinante era saber, que desde todos los ángulos que observaban las miradas de cada individuo sin identificar, por la forma de vida, y por los rasgos faciales, no habría más que mirar como todo se haría con la velocidad de un rayo, que terminaría por llevar a los humanos a conocer miles de horizontes desconocidos, y llevados para ser costumbres sin equivocar culturas, y en donde los yacimientos periódicos, pues habían periódicos de otro planeta, harían que existiera otro Periódimen, era el Periódimen de la galaxia de Andrómeda, pues en el se fabrico un hiper escudo de fantasía, que haría recorrer numerosos caminos, para infiltrar su recorrido por las leyes de un mapa, que hacia de los sitios, lugares, en donde las plataformas del más allá, se escribirían para contemplar que los mundos paranormales serian victimas de cuerpos, y salvajes acontecimientos, en los que el Periódimen terrestre debería de acallar mediante las paginas webs del espacio, pues la gravedad seria más que una mirada, un signo de competencia, para salir de grandes cantidades de sucesos, que harían de todo un gran acontecimiento. Además había un virus llamado la gripe A de la galaxia de Andrómeda, que era como un virus, que se llamaba A, no por la de la terrestre, sino por la A, de Andrómeda, que además seria cultivada más allá de los siglos pasados y llenos de malicia incontrolada, a la realidad de una magnificación de pura ciencia ficción.


    [B][COLOR=fuchsia]CAPITULO 8: [/COLOR][/B][B][COLOR=#ff6600]PERIÓDIMEN TERRESTRE VS PERIÓDIMEN UNIVERSAL.[/COLOR][/B]



    Llegaban los momentos, en donde todos los tiempos, quedaban lanzados por las respiraciones, que harían caer a dos mundos, en donde la gravedad era la ley de grabar el puente de la comunicación, para saber que el ardor camuflaría la imperial colaboración que comenzarían a saber componer de muchas emociones, la llave informativa, pues seria como encontrar la fuerza de un mundo, para ser la belleza del otro, y crear esa ocupación, que arderían en millones de galaxias, para encontrar la rama oculta del misterio. Se sabia que la información daría el poder, y que más allá de un golpe, lo mortal haría sudar al espíritu infinito, pues quedaría demostrado que la realidad, solo era apreciada por la irrealidad, que desembarcaba, para que los Oñéledeis, unos extraterrestres, que llamaban a la gente de la información extraterricolas, por la forma de salirse de su orbita terrestre mediante sus grandes imaginaciones, que ponían la cara de un milenio, en la estrella de un minuto, para completar el radical movimiento, de ser como un aire, que levantaba mucha cantidad de odio, que iba escrito, para ser expuesto y comunicado al imperio de las orillas, las cuales eran segundos, y así hasta que las mismísimas tormentas platónicas llegarían al acuerdo de iluminar los sufridos y agregados caminos, que eran adorados por los Oñéledeis, ya que su fuente de inspiración se ponía, para ser mandada mediante mensajes privados y llegados desde cualquier rincón, que explorado e intrigado, seria la unión para establecer dos propuestas de lucha, que eran métodos para ser ilustrados, y llevados a una civilización donde las prohibiciones eran aromas del mismismo Omicaldus, pues el se haría un imperio, el más grande de la comunicación informativa maligna, que acorralaba las partes, en donde las zonas eran el manto de los paseos hacia la maldad. Periódimen debería de luchar contra su hermano gemelo del universo, pues ambos deberían de lanzar cualquier detalle de fantasía, para columpiar sus creencias que estallarían a la realidad, para ser el detonante perfecto, que llevaría a cada individuo a su mundo, el cual su calidad de vida, llenaría las descargas platónicas. Saber que desde todos los lados, y zonas se verían como los cadáveres, que estaban siendo surgidos y desterrados, llenarían el computo, para establecer, que cada trozo, se haría de miles de años explorados, pero sin haber buscado la formula, para poder olvidarlos. Periódimen terrestre empezó a subir al espacio, mediante su salto de tierra, y agarro a una estrella, cayéndose el con ella al mundo que todos conocemos, pero de repente, cuando cayo la estrella al suelo, empezaron a salir gusanos eléctricos, que se iban juntando hasta formar una figura con letras, con escritos y con paginas, que harían que se formara el Periódimen de la galaxia de Andrómeda, y haría que aparecieran más Periódimens, que venían de miles de planetas, y se descargaban de las redes sociales del universo, para así luchar y dejarse todo su poder en un aire de violencia, que era llevado, para que con ellos, surgieran Anyeliscos momificados, que blandían sus espadas, y hacían la presentación a más Periódimens universales, hasta que de pronto apareció Omicaldus y saco su espada, y dijo que la guerra estaba servida, hasta dejar que los mundos fueran el amanecer de una epidemia, que llevaría miles de ardientes venenos, hasta inmortalizar la tercera dimensión, que daría paso a miles de prototipos de formulas, hasta lanzar bombas, que destronaban a los objetos de oro, pues la verdad, se vería como cada lado, se introduciría en el suelo, y saldrían más monstruos, de los cuales salían aves, y de esas aves saldrían garras que andaban solas, y desgarraban las tierras, a la vez que salían más y más seres, pues hasta los Minogatmios se dibujaban en todo lo que era sellado con huellas, y en donde la ultima gota de sangre, seria la única lágrima sincera, que dejaría que los pensamientos que a veces eran insatisfechos, colaboraran para maquillar la niebla, que harían cuevas virtuales, mezcladas con arena de torbellinos iluminados, y en donde cada pensamiento, iba siendo escrito, por los destinos que no movían ni un brazo, para salvar ni si quiera ese oxigeno adorado.
     
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    Última modificación: 5 de Febrero de 2010
  2. ROSA

    ROSA Invitado

    #2
  3. vazquez charly

    vazquez charly Poeta recién llegado

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    4 de Enero de 2010
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    largo pero en realidad entretenidoo
     
    #3

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