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R-11. La Casona (2)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por VicenteMoret, 26 de Julio de 2012. Respuestas: 2 | Visitas: 557

  1. VicenteMoret

    VicenteMoret Moder. Biblioteca P. Clásica.Cronista del Tamboura Miembro del Equipo Moderadores

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    100. Relato


    Siempre me llamó la atención aquella casona del promontorio que, desde el pequeño cabo en que se asentaba, dominaba las playas de Mera y de Espiñeiro. Su estilo modernista contrastaba con la geometría cartesiana de sus jardines casi versallescos. Presentaba un moderado aspecto de abandono y deterioro, más evidente en la mansión que en los jardines, pero su imponente aspecto, y su peculiar ubicación, seguían destacando en la bahía.

    Desconozco la historia de esa casa, pero lo que sí consta en las hemerotecas es que fue testigo de grandes y de pequeñas tragedias... En plena Costa de la Muerte, podría haber firmado la muerte de cientos (tal vez miles) de pescadores que se habían acercado demasiado a las rocas de La Marola, o a los acantilados del Seixo Branco, para chivear robaliza... ¡Mala mar es ésa, pero hambre obliga!.

    También disfrutó, desde la primera fila del patio de butacas, de espectáculos desastrosos de enormes proporciones, como el embarrancamiento del carguero (cuyo nombre no recuerdo) que dejó desperdigados por la costa todos los barriles de mercurio que transportaba; o los accidentes -algo más recientes- del Urquiola y del Mar Egeo, que tiñeron durante décadas las playas con el crudo destinado a la refinería de petróleos de La Coruña.

    Pero no solo era eso lo que me fascinaba. Recuerdo que en mi niñez tardía, y en mi juventud temprana, solía ir con mi padre a pescar múgeles y anguilas a la laguna salobre del pueblo de Mera. Entonces, las construcciones de primera línea de playa no existían, y los ventanucos de la torre de la mansión se nos clavaban en el cogote... Sin duda, nos estaba vigilando.

    Dejé de frecuentar aquellos parajes algo después de entrar en la universidad... Pero, de vez en cuando, quizás en sueños, la imagen de la casona, amenazadora, aparecía nítida en mi memoria... como un "flash"... como recordándome que todavía seguía allí.

    Años más tarde, tras una vida itinerante y con un punto de bohemia, volví a la laguna. Estaba vallada, los alrededores acondicionados como zona de esparcimiento, y habían dispuesto comederos para los patos. También habían limpiado el canal que comunicaba la laguna con el mar, y construido un puentecillo de madera desde el que los niños echaban miguitas de pan a los peces, que se arremolinaban para conseguir su ración. El sitio perdía el encanto salvaje que suponía apartar los juncos para echar la caña... A cambio, era más accesible para unos usuarios que, probablemente, no llegaban a disfrutar del entorno tanto como yo lo había hecho tiempo atrás.

    El restaurante "La Perla" y las casuchas de marineros que le rendían pleitesía, ya no estaban. En su lugar habían edificado una hilera de bloques de mediana altura, cuyos bajos estaban ocupados por terrazas playeras y chiringuitos más o menos finos. No estaba mal del todo, pero el sabor del pueblecito de pescadores había desaparecido para no volver...

    Sin embargo, la casona del promontorio seguía allí, resistiendo el paso del tiempo... con el mismo aspecto y la misma fascinación de siempre. Cuando me detuve a contemplarla, se cerró una persiana en la torre. La mansión me guiñaba un ojo.

    Mientras saboreaba una copa de Albariño con unas parrochitas fritas en el bar del puerto, recordé que siempre había pensado que la casa del promontorio no estaba habitada. Imaginaba que sus dueños simplemente se ocupaban de un mantenimiento mínimo. Seguramente tenía razón, y eso era precisamente lo que estaba ocurriendo cuando cerraron la persiana de la torre. Salí con mi copa de vino y me senté en el poyo del bar para disfrutar de los colores del ocaso, de la suave brisa del mar, y del murmullo de las olas de un mar de julio casi en calma. Miré hacia el norte. La silueta de la casa se recortaba contra el arenal y los bosques de Espiñeiro. Las luces del porche estaban encendidas.

    ...

    Al día siguiente no madrugué. Desayuné con calma en la cafetería de siempre, y luego saqué a la perra a dar su paseo. El día era bonito, pero fresco. Metí un par de bañadores y una toalla en mi pequeña y vieja mochila de batalla, y me subí al coche. Pensé que sería buena idea dar un paseo por la costa, entre las dos playas, y pegarle un vistazo a la casa, por la que forzosamente tenía que pasar.

    El alcalde se había tomado en serio lo de 'humanizar el pueblo', y lo que antes era un sendero con tojos y retamas, ahora se había convertido en un 'paseo marítimo' de ladrillos rojos, macizos, y rústicos, que recorría el contorno del promontorio protegido por una sólida barandilla de troncos. La singular obra le había robado a la casona su recoleto mirador que, con su banco de piedra semicircular y su fuentecilla, había sido integrado en el paseo. El muro de la mansión, que originalmente llegaba hasta la punta del cabo, sobre el acantilado, había sido retranqueado, pero habían tenido el detalle de dejar una puertecilla de acceso. Animado por la curiosidad giré el pomo, pero la puerta no se abrió. Continué mi camino hasta la playa.

    El arenal de Espiñeiro es de una belleza sublime. Completamente resguardado de los vientos del norte, sus aguas parecen de montaña... transparentes y de un color entre azulado y verdoso, caen abruptamente para buscar un fondo rocoso abundante en cuevas, sargos, y fanecas. Desde allí, la bahía de La Coruña parece un lago cerrado. Justo enfrente se dibuja la ciudad, presidida por la Torre de Hércules; y más hacia la izquierda están la península de Breixo y el puerto pesquero.

    Siempre me gustó el agua muy fría... y aquel día disfruté. Sobre las dos y media recogí mis cosas y me volví al pueblo para comer algo. En uno de los chiringuitos de la playa solían tener una zorza y unos pimientos de Padrón excelentes. A esas horas apenas había gente en el paseo. Cuando llegué a la puertecilla del mirador vi que estaba apenas entornada. No pude resistir la tentación y entré.

    Delante de mi había un sendero de piedras irregularmente dispuestas que llevaba directamente a la casa, y del que partían varios ramales de tierra muy pisada que se perdían por los jardines. De cerca se percibía el abandono evidente de la fachada. No quise acercarme mucho, y me desvié por uno de los ramales que, encajonado entre setos de boj, parecía conducir hasta un grupo de camelias, azaleas, y hortensias.

    -Lo siento- dijo una voz que venía de mi derecha -Tiene que marcharse. Está usted en propiedad privada.

    Un hombre de unos cincuenta años, moreno, y con un rastrillo en la mano, salió de un macizo de rododendros.

    -Buenas tardes- contesté -Es que vi la puerta abierta, y entré a curiosear por los jardines... me gustan mucho las plantas ¿sabe? - dije, tratando de mostrarme simpático e inofensivo.

    -Ya, pero tiene que marcharse- replicó el hombre, ignorando completamente mi supuesta pasión por la jardinería. -Venga conmigo- añadió.

    Me acompañó hasta la puertecilla y, sin decir una sola palabra, esperó a que saliera y cerró con llave.

    -¡Adios, hombre!- dije desde el paseo -... y muy bonitos los jardines- le espeté con sorna.

    Un silencio absoluto me respondía desde el otro lado del muro.

    ...

    Aquella noche no dormí bien. Aunque tampoco puede decirse que durmiera mal... Me limité a no dormir. Me había propuesto averiguar por qué la casa del promontorio ejercía sobre mí tal fascinación, por qué se había convertido en una obsesión angustiosa, por qué... Tenía que conocer detalles de la mansión.

    El pueblo había cambiado mucho desde entonces, y ya no conocía a nadie. "La Perla" desaparecida, los dueños del bar del puerto habían muerto hacía tiempo, y la profunda metamorfosis experimentada en el concello había alcanzado también a sus habitantes... ya no había nadie de mi pandilla, el trabajador autóctono había sido sustituido por mano de obra inmigrante (vamos, que Pepe, el camarero del bar 'La Boina', había sido sustituido por Dimitri, un estudiante Erasmus rumano. El mismo 'La Boina' ahora se llamaba 'The Scotish Kilt'), y los pocos que vivían allí todo el año utilizaban sus casas sólo para dormir. En estas condiciones... ¿A quién podía preguntar?

    ...

    Churrete
     
    #1
  2. cesarfco.cd

    cesarfco.cd Corrector Corrector/a

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    Y sigue la mata dando.

    Hasta ahora la trama camina sobre ruedas.

    Gracias Churrete por compartir tu ingenio en líneas.

    Un abrazo.
     
    #2
  3. VicenteMoret

    VicenteMoret Moder. Biblioteca P. Clásica.Cronista del Tamboura Miembro del Equipo Moderadores

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    Gracias César... me siento muy honrado, sinceramente, sabiendo de tu interés. Un abrazo. Vicente.
     
    #3

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