Rebeldías en la Pequeña Babel

Rebeldías en la Pequeña Babel

Ese año al igual que los anteriores, pasó las vacaciones del mes de febrero, en la colonia de vacaciones en Córdoba, junto con sus hermanos.


Una incipiente rebeldía se había instalado en ella. Durante las siestas, se había subido a la higuera para atrapar los higos más negros y maduros, gastado el pomo de dentífrico poniendo su contenido en el lado interno los picaportes de las puertas, para sorprender a algún preceptor desprevenido.
En una guerra de almohadas había tomado un membrillo de la huerta y lo había arrojado con tal mala puntería que quedó estampado en una pared del dormitorio recién blanqueada, comido uvas de la parra, cosido al medio las sábana de arriba con la de abajo de una compañera de dormitorio o introducido sapos en la bañera durante el baño de otra.
Todas estas actividades estaban prohibidas a fin de evitar torceduras, fracturas o descomposturas por comer fruta verde. Era un código que todos respetaban, como así mismo ella lo había hecho, en los años anteriores.


Era su primer año como Senior y esto le permitía ciertas prerrogativas, podía acostarse después de las diez de la noche, pero siempre antes de las once. Habiendo alcanzado la importante edad de once años, asistió a sus primeros bailes, que se realizaban los martes y sábados.
Acostumbraban bañarse antes de la cena, peinarse esmeradamente y usar un vestido diferente para cada ocasión. Así mismo el cuidado de los zapatos era muy importante y las mayores, hasta usaban taquitos chupete y maquillaje.


Después de que las mucamas habían retirado el servicio de la cena y se hubiera ambientado el salón comenzaba la música. Esperaban escondidas detrás de la puerta que daba a la cocina a que ingresaran todos lo varones. Después desfilaban de a una o lentamente en parejas hacia la sillas que rodeaban el salón. Lo más importante era ser la primera o la última.


La encontró bronceándose en las amahacas durante el horario del oficio religioso. Se acercó con sus lentes y lentamente le preguntó porque no estaba en la capilla. El día anterior había sido el baile de carnaval.
Durante toda la semana anterior había revuelto los baúles que se encontraban en el altillo y había adaptado aquellos trapos en un disfraz de payaso que había sido premiado con una mención, por ser el disfraz mejor realizado. Esta distinción incluía el maquillaje. Había encontrado entre los cosméticos de la Sra. Emery un lápiz espeso y rojo y polvo de arroz. Puso como excusa que aún tenía la nariz pintada de rojo.


Mrs. Y Mr. Emery dirigían desde su llegada a la Argentina su Pequeña Babel, allí recibían alumnos de todas la nacionalidades y creencias.
Los directores habían pasado por la guerra y el racionamiento y habían decidido poner en actos la letra de Imaginne de John Lennon en medio de las sierras y a la orilla de un un arroyo en la Argentina.
A Mr. Emery no le importaba la confesión religiosa de sus huéspedes veraniegos. Para él Jesucristo, Mahoma, Lutero, Calvino o Enrique VIII habían dejado de existir. En su conceptos, Dios había sido Dios, 1400, 2000 o 5000 años antes.
El único lugar cercano consagrado, que existía, era una capilla anglicana distante media cuadra, era domingo y todos debían acudir a ella para honrar a Dios, sin importar la confesión religiosa.
Hasta los dos hermanitos judíos con sus sombreritos negros cantaban al son del órgano las letras de los salmos en inglés y recorrían los libritos de canto, sin importarles el día de la semana o el idioma en que se dirigían a Dios.

En su concepto, esta vez la rebeldía también involucraba a Dios.