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Recuerdos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Orfelunio, 24 de Mayo de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 494

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Recuerdos



    El calor de la tarde aumentaba el deseo de echarse a la sombra bajo los árboles de la árida y agreste montaña. Tumbado en tierra, con la cabeza apoyada sobre el Olmo y la camisa abierta, noté cómo la brisa secaba el sudor en mi pecho y aliviaba mi cuerpo en la tórrida hora vespertina. Los sonidos de las chicharras propios del verano, me adormecían. Todo era tranquilidad, el tiempo sin horas, el mundo, descubierto y por descubrir era mío, la vida, eterna. Estos y otros momentos, idealizados más tarde desde mi caverna cómoda y confortable, en las casas blancas, en los paisajes vistos a través del tiempo, en la ventana del alma a épocas del Quijote transportada.

    Recuerdo los cuervos, revoloteaban alrededor del árbol, me asustaron. Tantas cosas había oído hablar de ellos, no asocié las imágenes observadas. Me levanté y seguí su rastro. Detrás de la montaña, en un barranco a cierta distancia, encontré un vertedero, los olores lo delataban. Esta imagen no produjo en mí ningún rechazo, no entendía de reciclados, ni de energías alternativas. Ideas aún lejanas en la conciencia social y en la mente de los políticos, si es que los había, cuyo único pensamiento era agradar al Dictador y guardar los preceptos que mandaba la Santa Madre.

    Caminé entre la inmundicia, buscando con una vara lo que suelen buscar los niños, nada, sólo curiosidad, aunque si apareciera una moneda no la iba a despreciar. Me traicionaba el inconsciente, lo que deseaba encontrar era dinero, para poder comprar, como decía mi padre, el mundo entero. A lo lejos oí llamarme. Dejé el lugar no sin antes recoger unas hojas al lado de una vieja y sucia chaqueta, con la intención de regresar al día siguiente.

    La casa de mis parientes no era muy grande, yo dormía en el corral, dentro de la bañera de un retrete, entre un montón de revistas fantaseaba, con algunos chistes picantes, no por su significado, sino por las imágenes ilustrantes. Recuerdo los olores a establo, a tarde de verano, a pan y agua, dacsa y segó, a menta y linimento, a caña de azúcar, a regaliz, a mezcla para el pienso.

    Después de darles el pienso a gallinas y conejos, salí a la calle por el corral. Bajando, encontré a la niña de los regalos. Me ofreció golosinas, cromos y una sonrisa. En una radio no muy lejana, se escuchaba una canción, Eleanor Rigby, cantinela que viviría conmigo recordando a Lisenda. Busqué la culebra que tan cuidadosamente había clavado en la tablilla de madera. Ilusionado con la idea de presentarla en clase de ciencias naturales. El profesor nos animó a ello, con la intención de hablar de los distintos animales encontrados en cada lugar. La culebra ya no estaba, algún pariente alarmado, debió deshacerse de ella, pensó que simplemente estaba jugando, sin saber mis intenciones.

    Al día siguiente, me encontraba de nuevo en la montaña, cerca del lugar donde encontré la culebra sin vida, extraviada. Subí hasta llegar al vertedero. Mi intención era acceder al árbol, cuya sombra seducía, después del largo caminar del que camina. Los cuervos lo impidieron, me detuve y vi la sucia y vieja prenda. Lo leído en las hojas a su lado encontradas, sólo sueltas palabras, sin entender significados, motivó los hallazgos en sus bolsillos hallados. Cogí la chaqueta, la registré de arriba a bajo, no había nada. A devolverla a la inmundicia dispuesto ya estaba, cuando noté en mi mano un objeto, miré de nuevo en los bolsillos, en uno de ellos comprobé un desgarro, lo abrí aún más, metí la mano por el forro y saqué el misterioso metal. ¡Un anillo de oro!, en su interior, con fecha ilegible podía leerse: ¨Lisenda¨, también saqué dinero, en papel moneda. Esa tarde vi a Jacinto, le enseñé el billete, pero no el anillo.

    Regresé a casa por los caminos del monte, por las veredas arboladas. Después de comer, a la hora de la siesta obligada, pues era un deber, en la bañera echado, observé detenidamente el objeto dorado. Llegó la noche, después de cenar, como siempre, fuimos a la montaña cerca del cementerio, camino de la casa de nuestro amigo Desiderio. Jugamos a escondernos entre los árboles de la noche. Corríamos, danzábamos y saltábamos con la alegría propia de la edad, con la libertad del campo y la nocturnidad, hasta que el cansancio nos venció. Dimos paso a otros juegos inocentes, a cambiarnos los nombres, a nombrarlos al revés.

    Cada cual escogió su pareja. Le dije a Puri: tu nombre al revés no hay quien lo entienda, en lugar de Puri, te llamaré “Lisenda”. En sus ojos vi el brillo, reflejo del latir en su pecho cuando le puse el anillo, después le di un beso.


    Amaneció, pronto llegaría mi padre. Recordé la noche anterior, los juegos, las bromas y las risas, Lisenda, su cara bonita y su boca de fresa, el beso. Ahora, en la garganta un nudo, al pensar que el cuerpo al espíritu tan unido jamás estuvo. Atrás quedó la montaña, mis juegos y amigos, mis recuerdos y mi amada. De aquel lugar, tan sólo unas hojas llevaba, que recordaría en el tiempo desde mi ventana del alma. Iba a clase de ciencias naturales, triste, sin ánimo. Aún llevaba el olor a campo y a monte, a noche estrellada y a hierba, el amor lejos y sin culebra.

    Sucesos imprevistos de amor, enamoramientos tuve varios. Recuerdo la primera noche, que dio lugar al día, soñé con quien no estaba enamorado y no fue pesadilla, me levanté mojado. En la plenitud de mi vida, a veces recordaba a Puri, sus ojos bonitos, su cara pequeña, sus labios de miel y su boca de fresa, de quien estuve enamorado, la que llamé Lisenda en una noche de verano. Las hojas en un cajón olvidadas, no en el pensamiento y corazón, a veces sacaba, y con mi pluma escribía frases inacabadas. Frases que con el tiempo se hicieron folleto extenso, monólogos y relato, realidad o ilusión, y como toda obra de teatro empezaba así:

    “Se levanta el telón empieza la función”


    ***

    Un saludo


     
    #1

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