Recuerdos

Nos miramos como si el tiempo hubiese estado esperando por ese momento. No fue casualidad, nunca lo es cuando las miradas se encuentran en ese punto exacto donde el universo decide conspirar para que dos almas se toquen. Tus ojos, apenas un parpadeo y ya estaba perdido, navegando entre las mareas de tus pupilas. Decías poco, pero tus silencios eran elocuentes. Había un lenguaje secreto en la forma en que tus manos reposaban sobre la mesa, en cómo apartabas un mechón de cabello y sonreías apenas, como quien sabe que guarda un secreto.

Te amé de inmediato, aunque no lo supe hasta después. Lo entendí cuando el eco de tu risa se quedó atrapado en mis oídos, como una canción que no podía dejar de repetir. Caminamos juntos por calles que no recuerdo, pero puedo jurar que el asfalto olía a jazmín esa tarde. Tus palabras tenían esa cadencia de los días felices, llenas de poesía aunque no fueran versos. Me hablabas de cosas pequeñas: el café de la esquina, el libro que aún no terminabas, la lluvia que caía como si nos vigilara desde arriba. Pero entre esas palabras mundanas, había un hilo invisible que nos unía, una promesa tácita de algo más grande que no dijimos pero supimos.

La primera vez que te besé fue como volver a respirar después de años bajo el agua. Tus labios, cálidos, sabían a promesas cumplidas, a un refugio que nunca pensé merecer. Era un beso lleno de descubrimientos, de preguntas respondidas sin palabras. Y, sin embargo, en ese momento no pensé en el final, porque contigo el presente era infinito.

Ahora, cuando cierro los ojos, vuelvo a esos días. A la música de tus pasos al otro lado de la habitación, a tus dedos trazando constelaciones en mi piel. El amor que vivimos fue breve pero eterno, como una estrella fugaz que atraviesa el cielo y deja una estela que nunca se borra.

Te fuiste, como suelen irse las cosas importantes: en silencio, sin avisar. Pero no importa, porque tu recuerdo aún vive en los rincones de mi memoria. Y aunque ya no estás, sé que siempre habrá algo de ti en cada mirada fugaz, en cada esquina que guarda la sombra de un beso robado, en cada tarde que huele a jazmín después de la lluvia. Porque el amor, aunque se pierda, nunca desaparece.