Sabiendo vivir nuestros sueños

París: año 847 d.c.
Invasión de los vikingos.

La ciudad está en llamas. El terrible vapor lleva a los aires partículas de dolor, miedo y sueños frustrados. Muchos mueren producto del inclemente acero y la impiedad de las densas llamas, que consumen sangre y piel. Está un sacerdote frente a una catedral, llorando con su rostro en suelo; pero a pesar de tu su dolor, aún sigue viva su felicidad.

El cielo llora, empieza a mojar con fuerza. El clérigo levanta su mirada, mientras la lluvia limpia el polvo y la sangre de su semblante. Velozmente, como ráfaga de viento recordó por qué se había convertido en sacerdote: veía a través de la mirada de su recuerdo a un pequeño niño de 9 años, que decía a su padre: “¿Padre porque fuiste campesino y no sacerdote?” a lo que él respondía “hijo mío el destino mío no era ser sacerdote. He aquí te contaré el por qué; estando en mis estudios en Roma me enamoré de tu madre y dejé esa vida, pues consideré que contra el amor no hay destino que prevalezca ni fuerza que lo destruya. Yo no me había enamorado de nadie nunca, pero al ver a tu madre por primera vez, sentada junto a un jardín catando las flores, vi en ella la flor más bella que había visto nunca, aquella que se abre con la gloria de sus bellos pétalos, cual el sol toca su hermosura, luciendo ella con su intensidad. Su belleza alumbró mi espíritu y por primera vez sentí que podía ser más feliz estando enamorado junto a ella. Luego me acerqué y le hablé; al tiempo de conocerla nos enamoramos mutuamente y decidimos dejar nuestra vida religiosa, ahora soy más feliz. Pero hay algo que aún no te he contado de todo esto, renuncié a mi sueño de convertirme en papa para vivir mi sueño de ser feliz siendo enamorado y de ello no me arrepentiré nunca, hasta el fin de mis días”. Allí comprendió el pequeño Filip que el destino puede cambiar nuestros sueños porque ofrece algo mucho mejor. “Padre seré sacerdote y algún día me convertiré en papa” “No renuncies a tus sueños hijo mío, qué el destino te alumbrará el camino para escoger lo mejor, pero nunca te olvides que antes que nada es mejor ser feliz y las señales a tu felicidad vendrán de manera inesperada. Si estas destinado a ser papa, lo serás; pero si no, otro ocupara su lugar, pero nunca el lugar de tú felicidad y no olvides nunca luchar por tus sueños, aún a costa de dar tu vida por ello”. Sonrió levemente aquel triste clérigo, pero a su vez, su corazón tenía un fuego inextinguible de felicidad y se dijo a sí mismo:

- Papá tenía razón. Hay que luchar por nuestros sueños y mi sueño era servir a la humanidad, sin distinción alguna y hoy moriré a sabiendas que viví mi sueño y aún después de la muerte, seré feliz.

Ya cercanos están los belicosos vikingos, para dar muerte a los inocentes. Pero a pesar de ello, la felicidad no morirá, aunque los sueños de centenas queden sepultados bajo el cruel acero del destino.

 

Interesante relato, con gran expresión de sentimientos. Un saludo. LUIS.