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Seducción y poder

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 29 de Abril de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 389

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Ella se tuvo la culpa, ella y sólo ella. No sé por qué demonios me hablaba mucho de Flavio, ese Adonis de ojos verdes, cabellera rubia y cuerpo atlético. Conocía a Emmy desde que éramos niños. Mi casa estaba a dos casas de la suya. Estudiamos juntos, hasta la secundaria, en las mismas escuelas. Amigos inseparables. Ella ignoraba que desde el sexto de primaria me empezaron a llamar la atención los hombres. No quería vestirme como mujer, un travestido, eso no, ¡nunca!

    Por aquellas épocas el ser homosexual era símil de inadaptado, peor que un leproso, casi engendro del demonio. No podía confesarle a Emmy esas tendencias, por más confianza que nos teníamos el uno al otro; era mi sexualidad la que estaba en juego y no permitiría que nadie se inmiscuyera en ella. Mi padre, una noche, me descubrió viendo una revista donde aparecían hombres desnudos en poses muy sugerentes. Me agarró a golpes para que entrara en razón. Era mi último año de la secundaria y amenazó con enviarme a un internado militar para que me volviera <<hombre>>. Al cabo de los años, le tuve que agradecer ese gesto homofóbico.

    Mi último verano, antes de entrar al internado, nos fuimos de vacaciones a la playa. Los papás de Emmy me invitaron para celebrar, con ellos, nuestra graduación e incitarnos a seguir por la senda de la educación y destacar, algún día, como profesionistas. Estuve a punto de confesarle a Emmy, en una fogata, donde los malvaviscos se derretía en una barita de palma de coco, que me gustaba los hombres; que un chico, cinco años más grande que nosotros, que conocí en la playa el día anterior, me penetro deliciosamente en su cuarto, en la casa de veraneo de sus papás. Fue tan gentil y amoroso que me enamoré de él: mi primer amor de verano.

    Al regresar a la ciudad, mi papá ya tenía todo arreglado para que una semana después me fuera al internado militar. Era su hijo único y no podía salirle puto, me recriminaba constantemente. No fue fácil convivir con una veintena de adolescentes violentos, recluidos ahí por su mal comportamiento, como castigo y para que se hicieran responsables de sus actos. Fui blanco de muchas vejaciones por parte de ellos, excepto de Pablo, que sintió empatía por mí. Aquí, me dijo después de un altercado con el líder del pelotón, debes ser un hombre, ahí afuera puedes ser lo que se te venga en gana. Asentí con la cabeza, chorreándome la sangre de la nariz y la boca.

    Con ayuda de Pablo, empecé a defenderme de los ataques. Fui endureciéndome sentimentalmente hablando; era una jungla y el más fuerte sobrevive. Tenía dos períodos vacacionales en todo el año: Verano y Navidad. Mi papá se enorgullecía cada tanto que me veía convertido en un <<hombre>>; incluso llegó a decirme que había cambiado su testamento y me dejaría todo. Mi fortuna, decía llenándose la boca, será para ti y para nadie más. En esas ocasiones salía a divertirme como un civil más. Poco a poco descubrí que las mujeres me miraban con deseo y que los hombres, por más valientes que fueran, me tenían respecto. Meterse con un militar es jugar a las patadas con sazón, cuchicheaban algunas veces. Eso no impedía que flirteara con alguno de ellos y acabáramos en la cama de algún motel. Ese juego de seducción y poder me embriagaba demasiado.

    En algunas ocasiones me encontraba con Emmy y salíamos a comer para ponernos al corriente de nuestras vidas. Ella resultó muy noviera.

    - Te acuerdas de Sandro- dijo,- es mi novio ahora.

    - Sí - respondí recordando a un enclenque junior narigudo.

    - ¡Ahora está guapérrimo! – suspiró satisfecha y me enseñó una foto reciente.

    Yo le contaba cosas del pelotón, pero nada de mis juegos sexuales con hombres.

    Después de tres años, muchos de los miembros del pelotón regresaron a sus casas. Yo estaba decidido a seguir con la carrera militar, estar física y mentalmente preparado para cualquier situación; seguir con el juego de seducción y poder. Así se lo hice saber a mi papá y aceptó con agrado. Siendo teniente, recibí una llamada de mi mamá. Se casaba Emmy y quería que estuviera en su boda. Su papá había muerto un año atrás y deseaba, con toda el alma, que yo la entregara en la iglesia. No tuvo hermanos, ella era las más grandes de tres hermanas. Te considera como su hermano, hijo, dijo entre sollozos mi mamá. Preparé todo lo necesario para ausentarme un par de días.

    En una cena informal conocí a Flavio. Era dueño de una cadena de comida rápida, herencia que le dejó su padre antes de morir. Me llamaron mucho la atención sus ojos verdes y se manera tan sutil de acariciar a Emmy; me recordó a mi primer amor de verano. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me repuse y seguimos con la cena y la plática amena.

    La boda estuvo espléndida. Todos los detalles bien cuidados. Flavio no escatimó en los gastos y quería complacer a su futura esposa. La felicidad rebosaba cuando estaban juntos. Después de la boda, tuve más contacto con Emmy. Nos enviábamos correos electrónicos para estar al tanto de nuestras vidas. En cada uno de ellos, me contaba lo cariñoso y buen hombre que era Flavio; adjuntaba, en el correo, fotos donde aparecían juntos. Miraba las fotos recorriendo lentamente sus ojos, el cabello, los labios. En unas fotos, cuando fueron a la Riviera Maya, recorrí sus pectorales bien definidos, pero llamó más mi atención el bulto que se ceñía en su bañador. Lo empecé a desear, que esas enormes manos me acariciaran el sexo, que esa boca mordisqueara mis labios. No me podía quedar con los brazos cruzados, pero mi agenda de Teniente me impedía acercarme a Flavio.

    Los correos siguieron. Se embarazó Emmy después de año y medio de matrimonio. Si era niño, lo llamarían Edgar, como yo. Flavio está de acuerdo que lo llamemos así, escribió. Si es mujer, prosiguió, se llamará como yo. Le agradecí el honor y le mandé muchas felicitaciones, besos y abrazos, para ella y para Flavio. Desde luego que fui padrino de Edgarcito: un bebé rubio como Flavio, de ojos verdes. En la fiesta empezamos, Flavio y yo, a tener más confianza. Hablamos de negocios, mujeres, la vida militar, el rumbo del país y otras tantas cosas. Me costaba mucho quitarle la vista a sus labios. Antes de despedirnos, me dio su correo electrónico. Era mi oportunidad de acercarme a él. Días después, le envié un correo electrónico para invitarlo a pescar, cosa que a él le encantaba: tenía, según me dijo, varios premios ganados en torneos de pesca deportiva. En medio del océano pacífico, en un yate de alquiler, fui directo. Le confesé que era homosexual y que me atraía mucho, que estaba enamorado de él. Dejó caer su caña de pescar al mar.

    - ¡Si te me acercas!- dijo colérico,-¡te parto la madre!

    - Ella se tuvo la culpa – dije en mi defensa.

    - ¡No me vengas con chingaderas! – arremetió iracundo.

    Estiré el brazo y le acaricié los labios. Sentí un puñetazo en la quijada y caí. Por instinto, lo sometí en menos de dos minutos. Estaba a mi merced para que le hiciera lo que se me pegara la gana. La sangre me hervía, mi sexo estaba hinchado. El sexo de Flavio sobresalía de la bermuda que llevaba puesta. Pensé en Emmy y lo solté. Puse en marcha el motor fuera de borda y regresamos al puerto de abrigo, en un silencio sepulcral. Recogió sus cosas y se bajó del yate, perturbado.

    No le contó del incidente a Emmy. Pasó más de un año sin tener noticias de ellos. Me dediqué más tiempo a mi carrera militar que a otra cosa. Una noche calurosa de primavera, recibí un correo de Flavio. Me confesaba que no había podido olvidar el incidente del yate. Esa noche tuvo sexo frenético con Emmy, pero pensaba en mí y eso lo mortificaba. Adjuntó al correo una foto donde estaba totalmente desnudo, frente a un espejo, supongo que del baño de su casa. Quería ir de pesca. Ella se tuvo la culpa, respondí el correo. Te espero el próximo domingo en el atracadero.

     
    #1

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