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Seele

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Neila, 8 de Noviembre de 2009. Respuestas: 1 | Visitas: 1179

  1. Neila

    Neila Poeta asiduo al portal

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    Mujer
    Seele es mi primera novela, fue publicada el año pasado, en 2008 y puesto que dentro de poco voy a comenzar las presentaciones de la misma en distintas partes de España, me gustaría presentaros aquí el primer capítulo de la misma. Me encantará escuchar vuestras opiniones al respecto, muchas gracias.

    CAPÍTULO I

    La Llegada

    Después de varios años lejos de su hogar, Dashélien regresó. Nada había cambiado. El funesto valle de altas montañas continuaba con su esplendoroso verdor, pero seguía cubierto por la terrible niebla que le ahogaba. Su aldea, sumergida en el fondo del valle, se vislumbraba escasamente. Caminó apaciguadamente por el pedregoso sendero, cargada con sus macutos. La niebla se hundía más, dificultando su visión. Tuvo que parar a descansar, ya no recordaba que el pueblo estuviera tan lejos. Depositó las maletas en el suelo y se sentó en la más grande. Pasado un tiempo, se incorporó y escuchó el traqueteo de unas ruedas cercanas. No muy lejos, divisó un tenue tintineo, posiblemente, un candil. Esperó con paciencia.

    Al poco tiempo surgió de la niebla un carromato tirado por dos rocines de pelaje marrón. El carro era guiado por un hombre corpulento, bajo, de tez morena, ojos saltones y negros, nariz respingona, que vestía un traje negro. ¿Cómo olvidar ese rostro? Era el párroco de la catedral de su pueblo. Al ver a la muchacha, paró a sus caballos. Por el gesto de su rostro, no la había reconocido.

    - ¿Está perdida, señorita?- interrogó con su celestial voz.
    - No, padre. Intentaba llegar hasta mi casa.- respondió.
    - Esa voz...- musitó.- ¿¡Eres Dashélien, hija de Abel!?
    - Así es, padre.
    - Sube, te llevaré hasta tu hogar.- dijo bajando del carromato. La ayudó a montar y acopló su equipaje al asiento. Ascendió, colocó las riendas y espoleó a sus animales.- Dime, ¿cómo te ha ido por la ciudad?
    - Es un lugar muy ajetreado pero tiene su encanto. Tendría que ver la hermosa catedral que han construido.
    - Habrás asistido a los sermones, ¿verdad? Ya sabes que Dios es más importante que todos los demás quehaceres que tienes que hacer.
    - Lo sé, padre.- dijo.
    - Sigue contando, hija.
    - He aprendido a escribir y a leer, además de estudiar religión, literatura, arte y canto. La universidad es un buen lugar para la enseñanza de la vida.
    - Por supuesto a posterior de la enseñanza de la Iglesia. ¿Y qué has decidido hacer ahora?
    - Aún no he tenido tiempo para meditarlo.
    - Espero verte en nuestra humilde iglesia el próximo día, hija.

    Suspiró, cogió las maletas y las transportó hasta la puerta de su casa, un edificio de vulgar madera que no destacaba de los demás. El hombre instigó a sus caballos y partió. La muchacha golpeó la puerta suavemente con sus nudillos. Una señora de cabello largo, ondulado y rubio, de figura esbelta y estatura media, la abrió. Era su madre, que al verla, derramó lágrimas de alegría y la dio un caluroso abrazo. La ayudó a transportar el equipaje hasta el interior, tras de sí, cerró la puerta. La mujer pronunció el nombre de Abel. Un hombre entrado en años, con pelo canos y de luenga barga entró en la estancia. Al ver a su hija se sorprendió, ¿cómo podía haber cambiado tanto? Su expresión impertérrita no mostraba su confusión interna. Dashélien depositó la maleta en el suelo y abrazó a su ajado padre, que impuso con delicadeza sus manos sobre la espalda de su única heredera. Después, se retiró. Con una sonrisa en sus labios, la joven cogió sus bártulos y los llevó a su habitación, que había estado vacía durante cinco años.

    Cuando entró, el olor a antigüedad impregnaba la estancia. El cuarto estaba totalmente a oscuras. Se acercó a la mesilla y encendió una vela. La diminuta luz iluminaba irrisoriamente la sala. Su habitación continuaba intocable. La cama mantenía la colcha negra decorada con bordados dorados, su escritorio de madera seguía cubierto de papeles. Abrió su armario y brotó un suave olor a lavanda. Colocó su ropa y cerró las puertas. A continuación, ordenó su escritorio. Un papel descolorido cayó al suelo. Lo recogió y leyó su contenido: "Una leyenda ha florecido desde las sombras, una leyenda que te transportará al mundo real." ¿Quién lo había dejado allí? ¿Cuánto tiempo llevaba en su escritorio? Revisó los escritos y se percató que una de las hojas estaba rotulada con otro tipo de pluma y de letra. Se acercó a la vela para leerlo mejor. Las letras estaban trazadas con sumo cuidado y decoradas con pintura roja, una obra artística común entre el clero. Leyó profundizando en el enunciado: "La verdad se ha presentado ante nosotros, pero nadie quiere aceptarla. Sus corazones continúan cerrados ante lo verosímil. Su ignorancia les ciega el camino de la luz, pero los que hemos descubierto la vereda nos cuesta explicárselo, ¿por qué? Porque huir de la realidad y cobijarse en los sueños es mejor que afrontar la crueldad..." Dashélien se quedó pensativa y no pudo reprimir que las lágrimas recorriesen su blanquecino rostro. ¿Quién era el autor de sus propios sentimientos? Secó sus lágrimas y prosiguió el relato: "He sido abandonado a mi inexorable destino, destino aquél que no ha sido forjado por nadie externo a mí, sino por mi miso. ¿Cómo reaccionar ante tal descubrimiento? ¿Cómo afrontar lo que de verdad soy? ¿Cómo dar luz al mundo que se cierne sobre mí? ¿Cómo escapar de la soledad que me embarga? Sólo el papel y la tinta son mis compañeros de viaje, son mis únicos amigos, son quienes expresarán mis sentimientos a la nada, porque estoy avocado a vivir en mi interior, recluido en él, vivir sólo para mí, sin descubrir el amor y la amistad, exclusivamente me abruma la agonía de la tupida soledad. ¡Oh, destino, me has cerrado las puertas de la esperanza y no sé dónde aferrarme! ¡Oh, soledad, abandóname tú también y deja que viva la tranquilidad que no existe en mi destrozada alma! ¡Oh, si pudiera escapar de mi hastío y volver a ser aquél que fui y que jamás seré! ¿Alguien escuchará mis ruegos? Nunca lo harán porque la historia se ha olvidado de mí, como todos ellos."

    La mujer dobló tiernamente el pliego y lo guardó en el cajón de su mesilla. Estaba tan sumida en sus reflexiones que no escuchó que Adelina, su madre, la llamaba. Salió de su cuarto y fue hacia la voz. La comida estaba servida. Se sentó. Su padre la miraba con melancolía, su inocente hija había despertado y había descubierto el mundo real. Jamás se perdonaría haberla echo aquello. Comieron en silencio, sumidos en sus corazones. Adelina se puso a recoger los cubiertos, su hija iba a ayudarla, pero su padre la detuvo.

    - Mujer, me gustaría hablar con nuestra hija a solas.- anunció.
    - Claro, Abel.- dijo mientras retiraba los últimos platos.
    - Diga, padre.- habló temblorosa la muchacha recordando la lectura.
    - ¿Qué te ha parecido la ciudad?
    - Muy hermosa.
    - ¿Y los estudios?
    - Interesantes e instructivos. ¿Puedo ayudar a madre?
    - Aún no hemos terminado. Cuéntame más.
    - He aprendido a leer, a escribir, religión, literatura, canto y arte, ¿debía educarme en algo más?
    - No me refería a ese tipo de estudios.
    - Lo suponía, los estudios de la vida. Sólo puedo decirte que me alegro de estar de vuelta, ¿puedo retirarme ya?
    - Una última cosa, ¿qué piensas ahora de la vida?
    - Prefiero reflexionar ahora sobre ello.- añadió marchándose para ayudar a su madre.

    Abel se quedó meditando y reprochándose lo que él consideraba el mayor error de su vida. Dashélien sonrió a su progenitora que la devolvió el gesto.

    - Hace mucho tiempo que no visito la ciudad, ¿ha cambiado mucho?- la interrogó mientras secaba los cubiertos.
    - Se percibe el crecimiento del comercio y de las nuevas ideas burguesas que impregnan la urbe. ¿Por qué no vienes un día conmigo y ves los cambios producidos?- habló con mirada distante, recordando todo aquello que vivió.
    - Me encantaría, pero conoces muy bien a tu padre.
    - ¿Le ocurre algo? Tengo la impresión de que no deseaba que fuera a estudiar.
    - Le obligué a que te diera la oportunidad de saber. Siempre he estado sumida en la ignorancia hasta que conocí a tu padre, hijo de nobles con una gran cultura. Aún no se cómo se enamoró de mí.
    - Porque el jamás ha apreciado lo que tenía, para él tener cultura es... No sé muy bien como explicártelo.- dijo intentando dar a entender sus sentimientos.
    - Abel lo valora muchísimo, pero no sé porque se opuso a tu oportunidad de estudiar. Bueno, eso ya da igual, ya estás en casa y eso es lo más importante. ¿Vas a ir a ver al padre Rudolf?
    - Me trajo hasta aquí , pero mañana es el día del Señor y tendremos que ir, ¿no?
    - No faltaremos.

    Terminado su quehacer, su madre salió con su padre a ver a un vecino enfermo, ella se quedó en su oscuro cuarto. Cuando entró, se percató de que la ventana estaba abierta. Miró su escritorio, sobre él, un nuevo papel. Se asomó por la ventana, no había nadie en las cercanías. La cerró, se sentó en la silla y encendió el candelero. La letra era la misma. Escuchó el relincho de un caballo. Se incorporó, salió de su habitación, cogió una capa y prorrumpió en la calle. Un corcel blanco de pura raza se alejaba al trote. Su jinete tenía el pelo oscuro, largo y liso, vestía un traje y botas negros. Cerró la puerta e intento alcanzarle, pero el caballo sintió su presencia y marchó al galope. Entonces Dashélien dio media vuelta y regresó a su hogar, abrió la puerta de la casa, dejó la capa y volvió a su cuarto. Allí, leyó atentamente el escrito: "mi relato se torna a mi pasado, a mi historia, a mi vida. Nací en el seno de la nobleza, regido por la severa educación de mis instructores. Qué sencillo es la enseñanza cuando se es niño, cuando la magia de la inocencia te rodea y todo lo que aprendes es bello. Mi adolescencia transcurrió fuera de mi hogar, lejos de las personas a quienes amaba. Fui recluido en un monasterio, estudiando días y noches completas, pasando mis horas ensimismado y leyendo cada libro que llegaba a mis manos. Descubrí la verdad que había en cada escrito, aprendí a descubrir los sentimientos y la realidad, pero en la adolescencia hay una parte en la que alberga la inocencia, el alma, donde los sueños se anteponen a la razón. A los dieciocho años regresé a mi morada, un hogar devastado por las llamas, ¿qué había sido de mi familia, de mis seres queridos? Me acerqué al ruinoso edificio, entré con lágrimas en mis ojos que nublaban mi vista. Las sequé con la manga acampanada de mi blusa y busqué desesperadamente a mis padres. No había nadie en el piso inferior y decidí ascender al superior. Las escaleras de madera crujían bajo mis botas, algunas estaban muy dañadas por el fuego y se hundían. Además, la barandilla se desplomaba cuando me agarraba a ella para sortear los hundimientos de la madera. Después de tantos obstáculos, llegué a la planta superior. El pasillo había sido devorado por las llamas, lo que me dio la idea de que el fuego se había originado allí. Caminé con cautela, pisando en los únicos lugares seguros que quedaban. Abrí la puerta de la habitación de mis padres, los muebles se habían convertido en astillas. Observé todo el cuarto, nada se había salvado. ¿Mis progenitores formarían parte del pasado? ¿No había posibilidades de que hubieran escapado y hubieran protegido sus almas? Mi corazón se negaba a creerlo, tenía que haber esperanza, quería creer en esa posibilidad. Costó largo tiempo reponerme.

    Recorrí el resto de la casa, pero todo estaba destruido. Algo llamó mi atención en el suelo, me aproximé y vi que era el colgante de mi madre, una cruz plateada flordelisada cuyos brazos terminaban en flores de color purpúreo. Me lo colgué con cuidado y me marché. Cuando salí de la casa ya era de noche, monté en mi caballo y me alejé, ¿pero dónde iría? Ya no tenía hogar, no tenía familia, no tenía vida. Mi fiel amigo me guió hasta la ciudad y me llevó hasta la posada. Tenía algo de dinero, pero no suficiente para pasar muchos días. Entré en el lugar, todo el mundo bebía y comía alegremente. La posadera me preguntó que deseaba, la expliqué que buscaba una habitación y me entregó una llave. La guardé, me senté en una de las mesas y esperé que vinieran a servirme. ¡Oh, afortunado fui en ese momento! Uno de los siervos de mi padre estaba allí, al verle, me acerqué rápidamente. Al reconocerme me abrazó y me invitó a sentarme. Me narró todo lo sucedido, mis padres acababan de conocer la eternidad, sus almas habían abandonado el cruel mundo de la realidad para vivir en el mundo de los sueños, al que yo deseaba ahora pertenecer. Me ofreció vivir en su humilde morada, lo cual acepté gustosamente.

    Los años felices siempre pasan acuciosamente, sin percatarse uno del tiempo en el que el remanso de la paz es tan duradero que el olvido se ha perdido en las sombras de las tinieblas. Cumplí los veintiún años y decidí volver a estudiar. Viajé hasta la ciudad de Boworod y decidí estudiar literatura y arte. En una de las noches que paseaba por sus estrechas calles intentando crear un poema, vi a una mujer sublime, comparable a la más bellas damas de la corte de los libros caballerescos, comparable a las diosas clásicas. Era una mujer alta, de cabellos negros y ondulados, ojos de color ébano y profundos, con delicadas facciones. Vestía un traje de cola de color azul oscuro. Pasó a mi lado y pude oler el suave perfume que llevaba, un perfume de rosas. Todo a mi alrededor se movía rápidamente, pero cuando ella cruzó su mirada con la mía, el tiempo y el ajetreo se detuvo. ¡Oh, aquellos ojos de belleza infinita que no volví a ver! La busqué por toda la ciudad, con fatídicos resultados, pues había desaparecido como la niebla temprana que amaina al amanecer. Me planteé la posibilidad de que viniera de fuera y, al terminar mis estudios, dediqué mi tiempo a buscarla. Era imposible sacarla de mi alma, había calado profundamente en mi ser. Durante un año recorrí todos los alrededores, cada pueblo, cada montaña, cada bosque... se había evaporado. ¿Podía haber sido fruto de mi imaginación? Ni siquiera mi creatividad habría sido capaz de concebir la belleza en persona. Mi esperanza pronto se rindió, pero mi alma continuó buscándola y llegué hasta un pequeño pueblo, olvidado en un sombrío valle, donde mi corazón me dictó que ella, comparable a una ninfa, se encontraba allí. Me establecí en un castillo abandonado al tiempo y alejado de la vida, el lugar idóneo para un alma solitaria."

    ISBN: 978-84-612-7986-9
     
    #1
  2. David Valdés Estrada

    David Valdés Estrada Fantasma sin número

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    18 de Septiembre de 2007
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    Dejas abierta la puerta al misterio de ese hombre misterioso de pasado sombrío que quién sabe qué diablos busca en Dashélien. ¿Será tal vez ella la mujer del enigma?.... Bueno, quién sabe, pero el hecho es que tu prosa goza de una lozanía interesante aún a pesar de los yerros propios de los escritos primeros. Existe alguna constante lírica que me hace pensar en una prosa poética que resta soltura a la libertad que debiera, a veces, tener la prosa cuando cuenta cosas. Existe también una reiteración algo marcada en cuanto a las motivaciones, un tanto existenciales de Dash. Pero bueno, a lo largo de la lectura, además del rico lenguaje lo que pude notar fue un personaje interesante; tal vez algo acomodado en cierto tipo de arquetipos como los primeros en orden de aparición, pero ya veremos cómo es que corre esta historia que ha soltado un primer cabo suelto.

    Saludos amable Neila.
     
    #2

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