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Señora

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por Asklepios, 24 de Septiembre de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 399

  1. Asklepios

    Asklepios Incinerando envidias

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    24 de Mayo de 2015
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    Hombre
    Surgen abandonos de su primera grandeza en su manera de actuar cuando la gran Señora se levanta. Es la hora. Ha participado de la noche, dejándola tras de sí. Aún se siente taciturna. Es lo que tiene el diario madrugar.

    La mañana reseca grita algo acerca de su permanencia en la totalidad de la eternidad. Señora siente la ternura del ahora y purifica algo su saliva mientras piensa:”Mis pechos atraen y mi mirada subyuga, más cuando me surge el pensamiento que no hace otra cosa que mostrarme mis conquistas fingidas. Es ahí que desprotegida me siento.”

    El alba triunfa al no desistir, produciendo cambio: La bruma desaparece, la nieve se funde con dulzura y el agua no sabe a dónde va…

    La Señora, sola, se mira en el miedo del espejo. El reflejo es poderoso y así lo recibe; Deshoja las membranas del pánico contemplando insaciable su imagen, en absoluto realmente visible. Hoy se ha adornado feliz, se adorna con flores el pelo y su boca sabe a granada tierna. Sabe de su belleza a la que, rápidamente, acostumbra al placer. Mira a la vida como un sueño al que acuden sus deseos. Quiere ver una aparición y sale a pasear por el sendero. El bosque huele a resina derramada y a noche ambarina. ¡Quizás, algún día, acuda tu deseo!

    Se ha sentido saqueada por un grito de placer. Su pulso germina intemporal hacia no sabe exactamente dónde… Un resplandor desnudo, a distancia, parece su único rumor. De cerca se la conoce húmeda y acaso, evaporada. Sus ojos, color de brasa, son refugio de toda su ofrenda. ¡Quisiera estar ahí para recibirla.

    Ahora, vuelve y existe la noche.

    Ella palpa de nuevo la fusión y despierta del día. Hace de cada expresión una sensación. No hay ni claridad ni oscuridad. Ahora, es lo más perdurable y ahí permanece su cuerpo sin centro, flor de un sentir sensible que ya no dejará caer. Taparé tu nombre para poder seguir hablando de Amor.

    Señora se sonríe monolítica, con gesto solemne. Está trabajando el alma. Al tiempo, sus muslos despiertan de una erótica seca, ya antigua, de la que, como sonámbula, es testigo. ¡Su jardín desea! Nos quiere narrar una caricia en la boca. Señora, reitera su sonrisa.

    Tu paso sereno, con el estilo más puro que pueda imaginar, se va muriendo en tu centro sin vergüenza alguna. Esta coincidencia me ha hecho perder tu verso y la tierra roza su giro para poder rodar.

    Señora fuma lenta y amorosa, permaneciendo tibia mientras el humo cae indeciso, distrayéndola.

    Aún bella a pesar de su edad,-detalle que nunca llegará a proporcionar-, vive con la esperanza de no ser demasiado tarde para amar. Este sentir acapara muchos momentos de su pensar y la preocupa este infantil proceder, aunque los años la hayan proporcionado esa facilidad para renovarse a cada instante. Siempre sorprende por ello. Todavía mantiene frescura en su feminidad, que ha de tardar mucho en morir.

    Preparada una tibia taza de té, sorbe su aroma blanqueado por un poco de leche que no ha olvidado añadir. Mientras, se preocupa en no perder cuenta en su tejer ropa para nueva criatura que, quizás, tenga algún día. Lo hace con amor y esperanza, colores que, por su delicada armonía, hacen bella su labor.

    De vez en vez, levanta la mirada,-es cansado ya-, y camina airosa en su confesión íntima, que no su excusa. Señora vuelve a sonreír y descansa.

    Señora hoy ha de ir a la iglesia, no sea se olvide el rezar. Viste sencilla y con elegante humildad. Sale mística y predispuesta. Desea estar con Dios.

    Camina sobre el frío suelo del templo derramando todo el calor de su corazón que, ofrecido y arrepentido, implora hablar con Dios. Se alza imponente en clima sobrecogedor.

    Reflejabas en el iris de tus ojos la Virgen que siento.

    Al tiempo, la luz recorría los medievales pasillos de fuerza y densidad antiguas,- desde el Principio o aún antes-, dejando en ellos depositada su navegación cíclica, constante e infinita. Su rubio cabello, Señora, caíale como vergel exquisito y fresco sobre cuello y espalda. Triunfante, engalanabas la gigante estampa que para mí representas, como mi Reina que eres.

    Tras comulgar sencillo, saliste poderosa, nueva… y regresaste a casa. Al caminar, tu ser bailaba entre los espejos inciertos de las hojas del camino. Te sabías reflejada y mirabas así, más densamente, lo circundante. Había identificación, tanta, que tu sonrisa y el sonido acuático del arroyo eran idénticos en vida y naturalidad. Te aproximaste un poco más a aquella sonrisa hasta beber y más tarde, descansar. La paz sentida en ti en aquellos momentos produjeron, por un instante, un horror desmedido por creer que nunca más, de nuevo sería vivida. Ahora, bien lo sabes, ello es posible.

    Ese año estabas esperando la llegada del Otoño como personaje que en tragedia espera la absolución. Por fin, el otoño llega. Al levantarte en el primer día, evocaste la alegría total de toda una melancolía. Lloraste tierna y en verdad. A la vez, recogí una lágrima, estela de tu nombre. Ya no quedaba más…

    Amaneciste distraída y contemplativa, dispuesta, con gallarda decisión, a vivir un nuevo día. Jugueteando bajo la ducha fría, suspiraste emocionada por sentir tu humanidad y, con paciencia volcánica,-no dejándonos ver-, secaste tu volumen, para mí exacto y cada vez más lejano.

    Ya libre, Señora gustó de música y se dispuso a escuchar, aunque a veces toca el piano que mayormente permanece olvidado, como mi persona. Más, cuando se anima y lo toca, como en esta ocasión, la ternura de su tacto es obedecida por el instrumento recién acariciado. Suena igual que cuando, por una vez, te atreviste a decirme “Te quiero”.

    Esperando visita, permaneciste seca como mi escritura que tan sólo piensa y no dice. Abriste la puerta aletargada, casi sumisa, pero cordial y educada:

    - Buenas tardes. Os estaba esperando. ¿Qué tal el viaje? (Demasiado argumento junto)

    - “Bien, gracias.” Respondieron ellas alegres.

    Ofreciste café, como es menester. También algo de picar, por si acaso. Hablasteis largo y tendido y cada vez, más íntimo. Os llegó a gustar, más, no comentasteis nada de mí. No me importa. Es mero detalle.

    Disfrutasteis amansadas, reposando en sensaciones antiguas, que recién las hs olvidado.

    Aún recuerdo cuando no me citaste en tu recuerdo. Ya no me hacía falta.

    Tú me presenciabas. Yo, ahora, imagino.

    Como ves, lloro lo dicho y llamo al miedo para que retire lo que de él queda en nosotros. Cuando atrás quede, atrás miraremos. Adelante queda… dilo tú

    ¡Eres mi debilidad Señora!

    EPÍLOGO

    Convoco a la sinceridad de la escritura que aquí se derrama. Con su mensaje de agua he ofrecido balsámico pensar, sentir verdadero… Aún así, gran arquitectura queda por realizar. Es liturgia que nos va educando, es larva que nos crece y, a veces, amedrenta.

    Este chapoteo escondido, humedece mis mejillas cada vez que pronuncio tu nombre.

    Allí, en la última pronunciación, llegué a escuchar por primera vez, el roce de los mares.

    ¡Acógeme en Tu Deseo!...

    … y sentirás todo mi Mar que en tu tierra queda…
     
    #1

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