Sin título por ahora o hasta que tú se lo pongas

Me obligo casí con el filo de mis manos a escribir ya, justo a las 11, me obligo a escribirte, recortarte sin hacerte daño de la irrealidad de bytes y megabytes; te traigo, te absorbo por mi pequeña y ladillosa pantalla, te saludo millares de veces por segundo con cada cabello y cada pestaña apuntando en tu dirección. Te vuelvo a escribir y te leo con magna aura alrededor como rezándole a una diosa griega en el Partenón de mi cuarto.

Despacio.

Me pregunto si me he vuelto adicta a esta conexión. Ya no me claman los chutes de horas de ocio viéndome el techo de la irracionalidad, las pastillitas de películas desordenadas sobre la mesa como si resultaran de una indagación fílmica exhaustiva, ya nada sólido o existente en el mundo físico me calma, ni un arbolito de navidad clavado en medio de una varilla metálica en el callejón o las revistas cristianas repartidas por las calles que estan guardadas en el abandono (cierto), la salita. Dependo de la virtualidad simbólica de tus manos moviendo dedos como martillos sobre cristales plásticos.

Te lo advierto.

Eres mi mayor ritual diario y ahora no se que me espera cuando el tiempo se nos acorte. No quiero escuchar tu voz, no anhelo escucharla o ruego por ella, la detesto. Me robo placenteramente el silencio de tus palabras cuando aparecen ruidosamente en las cartas instantáneas del monitor; no necesito tu palabras en el aire sino el interior exterior de donde emergen con sonrisas fogosas del más infernal Edén sobre este mi humilde purgatorio. En muchas palabras, te quiero a ti y añoro nuestro entendimiento en la ausencia de sonido y de aire cuando choquemos y nos mezclemos en el presente futuro, yo hago haré que me odies odiarás mi distancia de tu presencia, la que será presencia que presenciaremos hoy mañana.