Sin un Dios al que rezar

Sin entrar en detalles de si me lo merezco o no,
lo acepto con calma,
paro y miro hacia atrás,
me ha dado tiempo a acumular demasiadas vidas,
escucho el recuerdo,
añoro lo frágil del quebranto en la línea del tiempo
y rechazo el paraíso sin un dios al que rezar,
me sensibilizo a base de método,
me nutro desmedidamente, como un bulímico emocional,
y me refugio en el abecedario,
las letras sustituyen a las lagrimas.
Soy consciente
de que pinto en este mundo
lo mismo o menos que otros
que desperdician sus segundos,
y con una terquedad emboscada,
propia a lo que la obra me exige,
aporreo las teclas de mi ordenador
como una vieja costumbre que me hace sentir en casa,
mientras me carcomen los sesos cada una de las noches que pasé conmigo mismo,
toda una vida,
sin un dios al que rezar,
y esto que escribo,
es TODO lo que me queda.