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Sobre el hospicio del ente lancinado

Tema en 'Poemas Góticos, ciencias ocultas y Misteriosos' comenzado por Daniel Rodríguez, 19 de Marzo de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 471

  1. Daniel Rodríguez

    Daniel Rodríguez Artista

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    4 de Mayo de 2013
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    Género:
    Hombre
    Poema de un concurso de hace unos años.


    Bajo la tremulenta luz desalentada,
    gotas saladas surcan los mares negros
    extrañando.



    Aguas con niña malquista,
    custodia del dolor autista,
    gritan y susurran feroces
    y ondulan las madrugadas con sus infectas voces.
    E invocan cochambres y estrépitos
    como una liturgia de aquelarres decrépitos.
    Ajan claridades oscuras petrificando el olvido
    con su salvaje silencio de heteróclito chillido;
    son y hacen terremotos internos de quietumbre
    que mece la soledumbre.
    Van y llevan, mientras yendo van zahiriendo, en sentido agonal
    hacia las esquirlas del cielo de metal,
    dan y pesan, ¡lágrimas!, en la oxidada noche de las nubes con ¡ojeras!,
    de veneno lóbrego lluvientes llevaderas;
    bullen entre silfos traveseros,
    cuales finan en instantes meros.


    Se inmolan en la caricia gélida del colchón rapado...,
    y su sepelio tan estigio ahora empapado…


    Inmerso en telarañas ficticias, él,
    de su árbol obnoxio, quel
    hedor ahorcado de él se prese,
    él, sin ser de él lo suyo apenas es ese…


    Casi agonizando ulula el viendo lacerados alaridos,
    no están más que sus estertores consuntos… heridos.
    El cuervo taciturno volita de la tiniebla
    con hábitos funestos entre la parpadeante niebla;
    anida padeciendo de dubitativa ala su lengua:
    intenta revolotear, pero no revolotea, no puede, solo mengua.
    Trina estulticias del pico del sol
    beato en las ramas de saliva veguera del alcohol,
    peces mucosos marchitan su gallardía cuando con estos enferma
    y enquistan los élitros de su garganta estaferma,
    himpa de soslayo quimeras constantes,
    ¡su consejo deslíe paroxismos cuanto antes!;
    vaha los espejos espigosos
    empecinado en asustarse de esos suspiros fumosos,
    su martirio es que respira sollando en su lamento,
    fantasmas inodoros muerden su hálito macilento;
    porta cicatrices del pasado que truenan,
    y sus montañas de carne a penitencia le suenan,
    jirones de escalofríos de repentinas lluvias permanentes
    embargan la piel de sus huesos delicuescentes,
    le hacen sucumbir bajo un monstruo que su hado titila
    ¡vehementes estrías y resuellos de una y la otra pupila!


    Un hollar laido le amenaza
    y porfía por vida contra el instinto de su raza,
    avezado a ser el esbirro de la muerte soporta una vesania vaguida,
    lame las huellas de su sangre ida.
    Errantes esquinas le perfilan todo el rato...,
    todo el rato le nucen con su flato;
    cada lugar le parece un cementerio de burdeles,
    se angosta en calles, casas, hospitales, hoteles.
    Anterior a dormirse el yugo le imita
    donde nada más que oscita, oscita y oscita...
    con los ojos a la zaga de vacuas luna y estrellas,
    parecidas a la misma de muchas ellas;
    formida el ocaso dial de las demoras
    como los minutos acuciosos de las falsas horas,
    no puede con esta ausencia:
    ¡clama, clama la clemencia!
    Pero no sabe que la noche acaso deña boca ni cara,
    solo el viento camuflado, tenebroso, le ampara.


    El aguijón de amar le deja huero cada latido,
    sus dientes oprimen los rumores si le tienen afligido,
    perfidias de los llantos umbrosos que enajenan la felicidad
    en algentes y amargas arterias en sequedad
    le otorgan, le esclavizan a la súplica y a la tácita genuflexión;
    sin alma existe, cada latido con menos de su corazón,
    él de su virtud elude el ánimo, encumbra,
    omina su orgasmo en un deliquio que quejumbra
    tal si de un crucígero veneficio
    se tratasen los sabores viles a su quicio;
    sus manos enhebran un invierno fálico en un recuerdo de propio plebiscito,
    los testigos vigilantes desnudan este tormento de aquel mito;
    y su mirada mortecina, mortecina su mirada
    mirando la oscuridad infartada,
    y sus orejas oyendo, orejas senescentes,
    oyendo en las fauces de labios silentes:


    —¿Ho-hola? —tartajeó con sublime valor
    abatiendo el sufrimiento—,
    sé que estás ahí —continuó delirándola—
    con otra igual estricia.
    Conozco la fragancia de tu piel
    y escucho a alguien se prendar.
    Miénteme, déjame, mátame, ámame —exhortó—,
    ¿dónde estaba el momento hecho en que hablaba con sin ti?
    ¿Cómo si más respiro más me ahogo por dentro y más me roro por dentro?
    —jadeó, y se postró su espalda que desafina, omiso—,
    ¿no vives por lo que no me matas sin cesar yo de morir lentamente? —Se lasaba en muriendo cuán airado y aterido—.
    ¿Por cuál ama la Muerte la Vida?;
    mas, porque, ¿qué habrá de mi persona?
    —Cada palabra de esas infinita le encona,
    le arrebata el sentido la vida,
    la vida le arrebata el sentido,
    suscita en esos instantes y mociona el paraíso,
    pero cubre la victoria tendida del latiente dolor del corazón en el centro.
    —¿Puedo sentirte estando yo fuera de aquí?
    —alucinando en su imaginación a decir osó
    esta vez tanto para sus adentros a pensar
    siniestra de los ojos esta hiel—.
    Y… ¿por qué siembras con silencio la noticia?
    —y primó otra tortuosa columna de la nada cesándola
    (creyó ver la firma convexa de su aliento)—;
    socórreme ¡por favor...!



    La larga y blonda melena resquició desde lo lejos
    de la espina de sus espejos
    y la rosa de su anhelante vida,
    instigó en su herida
    y se lastimó, se lastimó con moratones de la razón insana,
    ¡aletargado…!, aletargado es materia vana;
    le prometía calamidades, fútil, su lamento moral
    asimilado con los apellidos inmensos del trauma estomacal;
    inspiró, entre que duró la inspiración fue el lapso justo
    para darse cuenta de que hacía esperpento aunque expiaba su busto;
    contempló con denuesto su vivencia casi grandevo,
    en lo tanto desquería vivir de relevo.
    Procuró sedarse en el tacto litigante de su devoción,
    la conciencia rio ante la indiferencia de la tragédica ilusión.
    El silencio enmudeció la paz aquella noche
    antes que la mañana desvistiese las fobias del reproche.


    Aunque, aun así y todo ello,
    la flor de sueño alboroza sus estornudos
    y los pétalos rozagantes y sesudos,
    y los dedos del sol interrumpen que caía
    y le curan la simpatía;
    jinetes de helio, motas linfáticas, pompas de luz, sentidos de magia
    le estremecen en la colmena de sed que le contagia,
    finezas galácticas forman un tornado sacrilego
    que le hacen ser un fénix ignívomo de cuerpo lego;
    luciérnagas tintineadoras y el día de amnesia
    le avivan la mirada y la danza del cuerpo pesia
    el sueño alado con la pesadilla de agujeros
    en que orbita el universo henchidos y que se agotan torticeros;
    repican las esperanzas en el olvido sin consuelo,
    plañe y plañe encelado en ese vuelo,
    sus roces borrascosos con la cordura
    aspan su vientre y su locura,
    pues finge el bienestar, lo que deshoja su color,
    en ángulos secretos de la felicidad en que halla su amor.


    Mas, sin embargo y empero ello,
    átomos de sangre que viven cantando
    le enlazan a haces de clorofila, y respingando
    y viviendo sueña, y, ahí, entonces, se letifica amando.



    No luce el alba en pijama codificada
    por ríos serpentinos que fenecen, junto a sus luctuosos segros,
    matando.
     
    #1
    Última modificación: 19 de Septiembre de 2018

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