Sobre la tierra

Tal vez, y por necesidades del misterio mismo, repare en posibles formas de deidades o emisarios venidos a este mundo; o adjudicarle porque sí un lugar entre los objetos, y brechas entre las especies, por privilegio de lo arcano. Quizás un misticismo acuda sin haber sido invocado, sólo por el hecho de imponerse los requisitos de una descripción, tal vez antojadiza, y en cada era, como una urgencia. Que de poder describir la cualidad de su andar, lento, intrincadamente lento, cabría esta manera en la que cada uno imaginare como dioses o representantes o fábulas; porque lo hace como si estuviera sobre el mundo solo por casualidad o equivocación, o cierto designio; hunde sus cuatro elementos en cruz en la niebla del tiempo como un acertijo en braille, y en una estricta alternancia no despojada de arte, se suceden las pisadas en forma de rezo; y pareciera no tocar la tierra ni mirarla, no tener peso, y gravitar entonces con una disciplina inherente sobre ella, como sobre un espejo convexo de garaje que refleja el amplio vientre blanco de predicciones felinas. Su ojo verde, amarillo y cambiante, es la gota en un crisol candente, semejante a la semilla que se angosta con la luz del día en giros de caleidoscopios, para creer en la noche después, como un circular hijo pródigo, dueño de enigmas absolutos y religiosos, engarzados en el engranaje de su anatomía vacilante, y bellamente incomprensible, griega. Esos ojos, de diamante o esmeralda aún en maduraciones volcánicas, se engendran a sí mismos, tan así como la presunción de que su hocico podría por ejemplo provenir del Gólgota. La zoncera puede pretender para sí el amor o el cariño, pero en realidad sé que observa, todo el tiempo lo hace, como si tomara notas y elevara a algún sitio mi desempeño o comportamiento, promoviéndome quizás en la escala de avatares y evoluciones. Su pelaje se entrega a la mano y la mano a él, como dos extraños en tándem que no terminan de conocerse a pesar de la cercanía, y advierten, en esa especie de cerrojo un secreto entre el asentir de una mirada que se cierra por placer, y las elucubraciones del cerebro más humano. Voltea la cabeza como cuando a uno alguien lo llama, y no sé qué mira, con fijeza, detrás de ese límite hasta el que yo apenas llego. Un solo gato en toda la historia del mundo, uno sólo, y desde aquel entonces, esencia felina con millones de ojos, centinela, custodio vaya a saber de qué, testigo memorioso y tal vez implacable. Esbelto se recorta en la noche y por casualidad su silueta se clava en la luna, convirtiendo el acto de mirar a través de la inmovilidad, desprovista de reparo alguno, en una liturgia circular de final ignorado. Avasalla, cautiva con su ermitaño oficio secular, su soledad, que es de esas que uno quisiera para sí cuando está solo. Ahuecada, la figura que deja huérfana en el aire después de haberse movido por decisión desconocida, muestra el bajorrelieve de un aura con mitades salvajes e inalcanzables. Quizás, haya venido a calcular cuánto tardamos en destruirnos. Y es, como si viviera para esperar, eso es lo que pareciera hacer, esperar y presenciar, todo su tiempo, lo que nosotros no soportamos.

 

excelente van mis estrellas

 

Gracias Rosalinda por leer,
Un abrazo