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Sombras

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por JimmyShibaru, 12 de Diciembre de 2024. Respuestas: 1 | Visitas: 128

  1. JimmyShibaru

    JimmyShibaru Poeta recién llegado

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    9 de Septiembre de 2024
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    Este relato lo he escrito inspirándome en un tipo de trastorno que sufre una amiga mía. Espero que se entienda a pesar de la incertidumbre y caos del protagonista:

    Lucas parpadeó, y el mundo parecía materializarse a su alrededor. Estaba de pie, en una calle desconocida. El pijama gris con estrellas de un amarillo vibrante. Miró sus manos, palpó su cuerpo y todo en orden salvo que no recordaba porque se encontraba en esa calle. El trafico sonaba lejano como un eco en su mente. Los charcos reflejaban las luces de neón. La incomodidad era abrumadora, ¿En pijama en medio de la acera?



    —Que… ¿Qué hago aquí? —murmuró, aumentando la confusión por momentos.



    El teléfono estaba en el bolsillo, pero cuando revisó la pantalla, no encontró llamadas ni mensajes recientes que explicaran su ubicación.



    Su apartamento. Tenía que volver al apartamento. Tal vez ahí encontraría respuestas. Se echó a andar casi por instinto, como si sus pies conocieran el camino mejor que su mente. Las calles estaban desiertas, salvo por algún taxi ocasional que cruzaba a toda velocidad. Con cada paso, la confusión se mezclaba con una creciente sensación de inquietud.



    Cuando finalmente llegó al edificio de Brooklyn donde vivía, sus piernas temblaban. Subió las escaleras apoyándose en la barandilla, cada paso más pesado que el anterior. Al llegar a su puerta, encontró las llaves en su bolsillo, un detalle que lo tranquilizó por unos momentos, no obstante seguía sin entender que había sucedido.



    Abrió la puerta lentamente, y el salón era un desastre. Papeles dispersos cubrían el suelo como hojas caídas en otoño. Algunos estaban arrugados, otros tachados con marcas negras agresivas. Había colillas de cigarro esparcidas por el cenicero y el borde de la mesa, aunque él no recordaba haber comprado tabaco en semanas. Una taza rota decoraba la alfombra con manchas de café secas.



    Desde el fondo de su mente, empezaron a surgir voces. Voces familiares. Algunas burlonas, otras preocupadas. No era la primera vez que despertaba atrapado en un enigma. Creado por las partes de sí mismo que no podía ignorar.

    Suspiró profundamente y, sin saber por dónde empezar, se sentó en el sofá. El caos del apartamento era un reflejo del caos en su interior. Y aunque intentaba no darle importancia, sabía que la madrugada sería larga.



    Lucas se levantó del sofá con un suspiro pesado. Sus pies descalzos se hundieron en la alfombra manchada de café. Caminó hacia la cocina, buscando un trapo y algo para limpiar. El sonido del grifo corriendo llenó el silencio, acompañado por el leve zumbido del refrigerador. Cuando regresó al salón, se arrodilló junto a la mancha marrón en la alfombra.

    —¿Qué demonios pasó aquí? —murmuró mientras frotaba con movimientos automáticos, su mente ya en otra parte.



    La pregunta rondaba su cabeza como un mosquito insistente. ¿Había sido Seth, con su apatía implacable? O tal vez Kale, en uno de sus arrebatos creativos y autodestructivos. La primera opción explicaría las colillas y el desorden sin sentido. La segunda... bueno, Kale tenía un talento especial para hacer del caos algo casi poético.



    Cuando el trapo ya no podía absorber más café, Lucas lo dejó caer sobre la mesa. Sus manos estaban temblando, y no sabía si era por el esfuerzo físico o por la tensión mental. Caminó hacia la ventana y sacó un cigarro de la cajetilla arrugada que estaba sobre el alféizar. Lo encendió con un mechero gastado, tomando una calada profunda que le quemó la garganta pero, al menos, le dio algo de enfoque.

    —Seth o Kale... —musitó, su voz apenas audible—. Uno de los dos.



    Volvió a inhalar profundamente, intentando ordenar sus pensamientos mientras el cigarro se consumía entre sus dedos. La verdad era que nunca sabría con certeza quién había tomado el control. Lo único que podía hacer era intentar reconstruir la historia a partir de las migajas que quedaban.



    La ducha estaba caliente, el agua golpeando su cuerpo en un ruido constante y familiar. Lucas cerró los ojos, tomándose un par de minutos para sumergirse en el silencio absoluto que ofrecía la habitación, interrumpido solo por el sonido de la corriente. Al salir, el vapor lo envolvió por completo. Tienes que salir de aquí, pensó, mientras se secaba con rapidez, sin ganas de prestarle mucha atención al proceso. Tenía una rutina que no requería de reflexión profunda.



    Con un bostezo, abrió el cajón donde guardaba la ropa. Suéter gastado, unos pantalones algo rotos, y unos zapatos de cocina que ya no veían brillo desde hace meses. Esto está bien, se dijo a sí mismo mientras se vestía, y, sin perder tiempo, salió del apartamento. La calle aún estaba oscura, con el sol apenas empezando a asomar por el horizonte.



    En el restaurante, la cocina ya estaba a medio gas. El aire olía a grasa y condimentos rancios que se habían mezclado con el ambiente claustrofóbico del lugar. La luz amarilla de los fluorescentes parpadeaba por encima, y la barra de acero inoxidable estaba cubierta de restos de comida y utensilios sucios. El restaurante, un establecimiento que alguna vez tuvo cierto encanto, ahora estaba perdido entre las sombras de la ciudad. Las paredes, antes de un blanco brillante, ahora mostraban manchas oscuras y marcas de agua.



    Lucas caminó hacia el área del fregadero, donde el chef, un hombre de unos cincuenta años con una barba desordenada, le lanzó una mirada cansada.

    —¿Ya estás aquí, Lucas? —preguntó con una voz como si esperara una respuesta, pero al mismo tiempo, no le importara.

    —Sí —murmuró Lucas mientras se ponía los guantes, observando el caos en la estación de trabajo—. Lo siento, se me hizo tarde.



    Sin más, el chef le entregó una bandeja con cebollas para cortar, y Lucas comenzó a trabajar, sus manos moviéndose de forma casi automática, repitiendo el gesto una y otra vez mientras su mente vagaba lejos de la cocina. Cortar, picar, mezclar, freír… Eran las únicas tareas que le daban un mínimo sentido de propósito, aunque a menudo las realizaba sin pensar.



    Sus pensamientos se dirigieron al momento de la madrugada en medio de la acera. ¿Era Seth quien lo había dejado allí, en la calle? ¿O tal vez Kale, con su forma de arrastrar el caos detrás de él? Era difícil saberlo, incluso en medio del ruido y la confusión. Pero allí, entre las salsas y las ollas, Lucas podía encontrar algo de paz, aunque fuera por un breve momento.

    Suspiró, mirando las cebollas picadas que comenzaban a dorarse en la sartén.

    —Solo otro día —murmuró, con un tono de desesperanza.



    El atardecer que se deslizaba poco a poco hasta esconderse, dio pie al final del turno. En el pecho se extendía una agonía extraña. Salió del restaurante con la sensación de que algo iba mal. Esa emoción no se acababa de ir y duró todo el camino al apartamento. Una vez dentro, no dudó en dirigirse a la encimera de la cocina. Apoyado en ella vio en la mesa del salon un post-it. Sus latidos se aceleraron, y con cada paso se acercaba con mas lentitud. Cogió el post-it de forma rápida una vez lo tenia delante. En el había escrito: No te dejes consumir, resiste.



    Parecía que Dorian estaba dejando señales, seguro que Seth quería manifestarse, lo que provocaba el malestar en el pecho. Menos mal, el hecho de tener un alter que busca el control y organización entre alters es reconfortante. Sin duda, eso mejoraba la situación, aún así, el desafío no era pequeño. La hecatombe podría estallar, ahora que llevaba meses en un trabajo fijo. El apartamento no se pagaba solo y la verdad es que Lucas estaba asustado, en una lucha, donde reprimir ese sentimiento era importante. Sus intentos fueron en vano. Seth acabó tomando el control del cuerpo.



    Lucas ahora Seth, miró a su alrededor, estaba casi todo recogido. Se extrañó aunque imaginó que algún alter lo recogió. Se preparó un café, esperó a que la cafetera italiana algo quemada por la parte de abajo, terminara de hacer su bebida favorita. Emociones de tristeza profunda le arrebataban la paciencia. Llenó una taza de esas que con el calor del liquido surgía una frase. En esa taza apareció la frase: Los días pasan, pero tu esencia siempre es la misma.



    Seth sintió nauseas al leer cada palabra. Luego dio un sorbo largo y dejó la taza sobre la encimera. Las nauseas aumentaron y la tos era horrible como si un monstruo le golpeara el estomago. La cabeza le empezó a dar vueltas, daba un paso y se volvía a marear. Consiguió dar algunos, pero cayó al suelo. Se arrastró hasta sentarse en el sofá y acomodado cerró los ojos y cuando los abrió volvía a estar en medio de la acera de una calle que no conocía, la única diferencia, esta vez estaba vestido. La confusión se apoderó de él, como si el ciclo nunca fuera a terminar.



    Lucas estaba al frente en ese momento. Una cancion de Nirvana sonaba de fondo, proveniente de algún garito. Las palabras de Kurt Cobain desde el altavoz eran un eco lejano de lo que Lucas sentía en ese momento. La cancion The man who sold the world era una de las preferidas de Seth. Volviendo a la rutina del día a día, pasó por el trabajo, con la misma sensación de siempre.



    Las dudas se hacían cada vez mas presentes, al acabar el turno y dirigirse al apartamento. Entonces al acomodarse en el sofá, Lucas sintió como de repente se iba hacia atrás. Ahora con una energía impaciente Kale tomó el control. Enseguida se preparó un café caliente, bien cargado. Se lo bebió casi de un trago, quemándose un poco la lengua, pero eso no impidió prepararse otro, mientras dibujaba en un folio en blanco con un lápiz que ya estaba muy utilizado. Círculos y ojos penetrantes dibujados de forma sencilla pero efectiva. Bocas con dientes que sobresalían también estaban dibujadas de noches anteriores.



    Kale cerró la puerta del dormitorio con un leve empujón. El cuarto era estrecho, la cama individual deshecha, las paredes con un tono pálido y con algunas humedades en rincones. De la gaveta de su escritorio sacó un walkman. Las primeras notas de "Dumb" comenzaron a sonar, llenando el espacio con la voz melancólica de Kurt Cobain. Kale se dejó caer sobre la cama, apoyando la cabeza en el borde duro de la pared, mientras cerraba los ojos y dejaba que la música lo envolviera.



    Las imágenes llegaron como una tormenta suave pero implacable.

    Primero, el recuerdo de una sala pequeña, abarrotada de muebles viejos y voces ásperas. Su padre, de pie, con el rostro enrojecido, señalaba a su madre mientras lanzaba palabras cargadas de ira. “Eres una inútil”, rugía, sin importar que un pequeño niño estuviera allí, paralizado en una esquina, con el corazón latiendo como un tambor. Podía sentir aún el calor de las lágrimas en sus mejillas, las mismas que intentaba esconder para no provocar más gritos.



    El recuerdo se desvaneció, arrastrándolo a un pasillo de instituto. Risas. Kale veía los rostros de sus compañeros, sus bocas abiertas en una mueca de burla. "Mírenlo, no sabe ni hablar," gritó alguien, seguido por carcajadas que parecían perforarle el alma. Se recordó apretando los libros contra el pecho, deseando desaparecer, deseando no ser tan visible, tan vulnerable.



    Luego llegó el más reciente, uno que dolía de una manera distinta. Un bar lleno de luces borrosas y música ensordecedora. Kale, sentado en un sofá con un vaso en la mano, rodeado de amigos que reían demasiado alto. Una risa que no era para él, sino contra él. Recordaba fragmentos: una botella que caía al suelo, alguien gritándole que se calmara, y finalmente, el vacío. La mañana siguiente, su teléfono sin mensajes, su círculo de "amigos" reducido a nada.



    Abrió los ojos de golpe, como si pudiera espantar los recuerdos. Ahora sonaba "Pennyroyal Tea." Kale dejó escapar un suspiro pesado. Había aprendido a coexistir con esos momentos, pero nunca dejaban de doler.



    Se levantó de la cama y se acercó a la mesilla. Allí había un pequeño bloc de notas y un bolígrafo mordido en los extremos. Mientras la música continuaba, Kale comenzó a garabatear, trazos rápidos y ansiosos que no buscaban formar una imagen, sino liberar el peso que llevaba dentro. Los ojos de siempre, las bocas de dientes filosos, y esta vez, unas lágrimas en el centro de un círculo infinito.

    La música llegaba a su fin, pero Kale no detuvo el lápiz.



    El cambio fue casi imperceptible al principio. Kale había dejado de garabatear, su lápiz temblando en su mano. Luego, sin previo aviso, su postura cambió, sus hombros se encorvaron y su mirada perdió el brillo de inquietud creativa. Seth estaba al frente ahora.

    El cuarto parecía más opresivo bajo la presencia de Seth. Se levantó lentamente, sus movimientos arrastrados como si el aire a su alrededor pesara una tonelada. Se dirigió a la pequeña cocina, donde la cafetera aún tenía restos del café que Kale había preparado antes. Sin molestarse en limpiar la taza que ya estaba manchada, la llenó con el líquido oscuro, frío y espeso, y dio un largo trago.



    El sabor amargo lo golpeó, pero no le importó. Bebió otra taza, y luego otra, el café cayendo en su estómago vacío como un peso muerto. De vuelta en el dormitorio, Seth se dejó caer en la cama. Miró al techo, buscando algo, cualquier cosa, pero solo encontró el eco de sus pensamientos.



    El cuarto empezó a girar ligeramente, su cuerpo protestando por el exceso de cafeína. Superando las señales de advertencia de su cuerpo. Preparó otra taza, esta vez más cargada, y la bebió en dos tragos. De repente, una náusea abrumadora lo golpeó como un puñetazo en el estómago. Con pasos tambaleantes, se dirigió al baño, apenas logrando inclinarse sobre el lavabo antes de que su cuerpo se rebelara por completo. El sonido de la arcada llenó el pequeño espacio, seguido del impacto del líquido caliente contra la porcelana.



    Apoyó las manos en el lavabo, su respiración entrecortada, mientras su reflejo en el espejo lo miraba con ojos hundidos y vacíos. Era un rostro que no reconocía como suyo, y sin embargo, era él.



    Se quedó allí, inclinado sobre el lavabo, incapaz de moverse por varios minutos. Su mente estaba en blanco, agotada, pero la desesperanza seguía ahí, persistente como una sombra. Con un movimiento lento, abrió el grifo y dejó que el agua corriera, lavando los restos de café y la bilis que ahora eran testigos de su momento más bajo.

    Cuando finalmente levantó la vista, vio algo nuevo en el espejo. No era solo él. Era Lucas, escondido en algún rincón de su mente, observando. Y aunque no podía oír sus pensamientos, Seth sintió el peso de su preocupación.

    Lucas abrió los ojos lentamente, como si le pesaran toneladas. El techo del dormitorio, con sus pequeñas manchas de humedad que se entrelazaban como constelaciones deformes, lo recibió con indiferencia. El mundo a su alrededor estaba en penumbra; las primeras luces del amanecer apenas se filtraban a través de las cortinas desgastadas.

    Giró la cabeza hacia la mesilla de noche y vio el reloj: las 6:07 a.m. Intentó moverse, pero un dolor punzante le atravesó la cabeza, como si miles de agujas se enterraran en sus sienes. Llevó una mano temblorosa a su frente, sintiendo el sudor frío en su piel. Al mismo tiempo, un dolor sordo en el estómago se retorcía dentro de él, como un nudo que apretaba cada vez más fuerte.



    Cerró los ojos de nuevo, buscando refugio en la oscuridad, pero solo encontró retazos confusos de la noche anterior: el sabor amargo del café, un vértigo insoportable, y el vago sonido del agua corriendo en el lavabo. No recordaba todo, pero sabía que no había sido él al frente.



    Se incorporó lentamente, apoyándose en los codos, y el dolor de cabeza le dio otra punzada que casi lo hizo desplomarse de nuevo. Su estómago se revolvió en protesta, obligándolo a apretar los dientes.



    Miró alrededor del cuarto: la taza de café vacía en la mesilla, el bloc de notas con dibujos que no recordaba haber hecho. Había ojos, dientes y formas que le resultaban familiares pero ajenas al mismo tiempo.



    Lucas bajó las piernas al suelo, dejando que sus pies tocaran el frío suelo de madera. Cada movimiento parecía un esfuerzo monumental, pero logró ponerse de pie. Avanzó tambaleándose hacia el baño, con la esperanza de refrescarse y aliviar la presión que sentía en su cabeza y estómago.



    El espejo del baño le devolvió una imagen que no quería ver: ojos enrojecidos, piel pálida, cabello desordenado. Abrió el grifo y dejó que el agua fría fluyera, mojándose el rostro con ambas manos. El contacto del agua le trajo un leve alivio, pero también una certeza: tenía que hablar con Seth y Kale. Se quedó allí, inclinado sobre el lavabo, dejando que el agua corriera. Por un instante, solo el sonido del grifo llenó el silencio, como un recordatorio de que, aunque todo parecía desmoronarse, el tiempo seguía avanzando.



    El retumbar de unos tambores inexistentes resonó en su mente, como un eco distante que anunciaba el cambio. Lucas ya no estaba al frente.

    Dorian se enderezó, estirando los dedos con calma, como si sintiera el peso de cada fibra muscular del cuerpo que ahora controlaba. Observó la habitación con un escrutinio frío. El caos no era nuevo, pero cada vez que lo veía, algo dentro de él se tensaba.

    —Esto no puede seguir así —murmuró, su voz baja y decidida.

    Caminó hasta la mesa del comedor y tomó un bloc de notas amarillas que había colocado semanas atrás. Arrancó el primer post-it y comenzó a escribir con trazos firmes y claros.

    Colocó la nota en el espejo del baño, asegurándose de que estuviera en un lugar imposible de ignorar.

    Volvió al salón, donde el bloc descansaba sobre la mesa. Otro mensaje emergió de su lápiz:

    "Kale: Guarda tus dibujos en la carpeta negra. Lucas necesita espacio en la mesa."

    Dorian suspiró al recordar la pila de papeles desordenados con círculos y ojos garabateados que siempre quedaban esparcidos por ahí. Tomó unos minutos para recogerlos y organizarlos en un rincón del escritorio, antes de colocar el segundo post-it encima de la pila.

    Finalmente, una última nota emergió:

    "Seth: Controla el café. Dos tazas máximo por día. Este cuerpo no soportará más abuso."

    Mientras pegaba la nota en la cafetera, su mano tembló levemente. Sabía que Seth no seguiría el consejo fácilmente, pero era su deber intentarlo.

    El tiempo apremiaba. La mente de Lucas empezaba a agitarse, como un río turbulento. Dorian sabía que su control estaba llegando a su fin. Antes de ceder, dejó el lápiz junto al bloc y dio un último vistazo al apartamento. Más limpio, más organizado. Aunque fuera temporal, sentía que había cumplido su tarea.

    —Resiste, Lucas —susurró mientras el mundo se oscurecía para él.

    Cuando Lucas despertó, sintió un dolor agudo en la frente, como si su mente hubiera trabajado horas extra durante la noche. Sus ojos se detuvieron en el espejo del baño, donde la nota amarilla brillaba bajo la tenue luz del amanecer.

    "Despierta a las 6:00. No olvides beber agua. Prioriza el descanso."

    Frunció el ceño, confuso. Al entrar en la cocina, su mirada se posó en la cafetera, con una nueva nota esperándolo.

    —¿Qué demonios...?

    Aunque las palabras eran sencillas, reconoció la intención detrás de ellas: una voz preocupada, organizada, tratando de mantenerlo a flote en el caos que llamaban vida.

    Por primera vez en semanas, Lucas sintió un pequeño destello de esperanza.
     
    #1
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  2. Alde

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    Muy triste, pero a la vez reflexivo dejando un destello de esperanza.

    Saludos
     
    #2
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