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Somos lo que somos (Revisado)

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por kalkbadan, 6 de Octubre de 2010. Respuestas: 12 | Visitas: 1188

  1. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    "Vulnerant omnes, ultima necat"




    [HR][/HR]


    Qué pequeños detalles marcan nuestra existencia y, por lo tanto, el devenir de la sociedad, y el pasado y el futuro de este mundo extraño. El caos y el azar, no existe el destino, ellos dos son los que parten y reparten en este sistema inestable y estable, y en el cual nos aferramos a nuestra vida como un velero sin mástil, mínima nuez, en una tormenta perfecta.
    ¿Cuántas veces podría haberse esfumado mi vida si algo hubiera sido levemente diferente? Sin duda, incontables, y consciente de haber esquivado las garras entrópicas de la naturaleza, una vez…


    Fue en un viaje a Grandas de Salime, un pueblecito incrustado en las montañas Asturianas, en las que los peñascos blancos de caliza sometidos a las inclemencias del tiempo, contrastan con las barbas verdes de las encinas, y las duras hojas de los madroños y los laureles. Un 21 de diciembre partí de Madrid a las dos de la madrugada, con intención de llegar a ese pueblo Asturiano a primera hora de la mañana, y entregar una carta de amor a una novia que iba dejar de serlo, aunque, a decir verdad, creo que nunca fue más que un espejismo de lo que yo pretendía encontrar.

    Era viernes, y el coche lo tenía aparcado en una calleja del centro. Nada más salir del portal —cuánto le debo a ese piso de la calle Arenal— me encontré con dos borrachos discutiendo; no entendía qué balbuceaban, y sospecho que ellos tampoco, pero curiosamente se respetaban el turno de palabra, y gesticulaban como si fueran ilustres ponentes. Estoy seguro de que sus pausas no nacían de la necesidad de escuchar la réplica de su oponente, sino en dar continuidad con la mayor originalidad y vehemencia posible a su ebrio argumento. ¿Cuántas madrugadas habrán rodado mis palabras embriagadas de licor por las esquinas de esta ciudad de gatas sin nombre y perros sin dueño?… muchas… ¿demasiadas?… ¡Qué más da!...

    Entorné la calle donde tenía aparcado el coche; apenas se distinguía entre la penumbra. Menos mal que una uña de luna creciente embalsamaba de nácar levemente la oscuridad de la noche, y pude acercarme lentamente sin necesidad de tentar la fachada. De pronto noté que el traqueteo de mis pasos sonaba desacompasado, como si más de un par de pies participaran en el golpeo del piso negro. Miré hacia atrás nervioso y no vi a nadie, y al volver la vista al frente me encontré con una sombra aterradora. Pensé en correr, muy propio de mí en situaciones de esta naturaleza, pero su cercanía hizo sentirme acorralado, sin posibilidad de escapatoria. Alcé la vista y pude vislumbrar un hombre harapiento con una gabardina negra, un gorro de lana, y una larga bufanda anudada, dejando apenas espacio para distinguir su mirada. El plomo del miedo encorvaba mi espalda, y mis piernas se plegaban fruto del temblor. Sentía envolverme su aliento escarchado; entonces me prendió con violencia el antebrazo, y grité muy alto, arrodillándome, pidiendo perdón, y rogando clemencia… Me soltó con insultante indiferencia, y una carcajada siniestra retumbó en la calleja, mientras su voz dura y profunda me decía:

    —¡Niñato! eres un cobarde, se nota a la legua, temeroso por nada y por todo… ¡me has asustado! y por eso te he agarrado… hay mucho animal suelto que se divierte haciendo daño a un viejo como yo…

    Se agachó con parsimonia, apoyando la mano derecha en su costado, mientras recogía tembloroso con la izquierda un cartón de vino; lo levantó y bebió con ansiedad. Tras un trago largo carraspeó fuertemente y escupió al suelo, tosió con brusquedad, y con un hilo de voz apenas audible me dijo:

    —Oye, chaval, ahora que lo pienso, una cosa te digo: cómprame un poema… por favor.

    Estaba aturdido y asustado, en tensión, agarrotado. Sentía mi mandíbula estallar… pero entre gemidos musité:

    —Ehhhh… sí, sí, sí, por supuesto, ¿cuánto quieres que te dé?, te doy todo lo que tengo… toma, toma la cartera… cógela, cógela…

    La negrura del callejón se aclaró repentinamente al colarse unos rayos de luna plata entre el lucero de las fachadas desplomadas. Pude entonces distinguir un rostro con una barba blanca, únicamente desbrozada en la zona de las mejillas, acanaladas por profundas arrugas verticales, efecto de la gravedad sobre una piel anciana. Sus cejas eran cornisas de nieve sobre unos ojos claros saltones que me escrutaban con lástima, para rematar instantes después con una mueca de desprecio.

    —¡Nada! no me debes nada, y aprende a ser menos cobarde, la maldad la encontrarás en las mansiones de oro, y no tanto en estas calles legamosas; por cierto, toma, te regalo este poema, que en el fondo eres un buen chico, espero que tengas más suerte que yo…

    Y me arrojó a los pies un papel arrugado.
    Se giró por completo, y desapareció entre las sombras. Yo seguí arrodillado un buen rato, con las manos entrelazadas. Me sentía ridículo, ¿cómo pude actuar de aquella manera?... Cogí el poema del viejo y lo metí con rabia al bolsillo de mi cazadora. Me levanté con esfuerzo, arranqué el coche, e inicié el viaje.

    No me quitaba de la cabeza lo que me acababa de ocurrir. No era la primera vez que ante una situación de congoja actuaba como un avestruz. Me retumbaban las palabras de ese pobre hombre, tenía razón: era un cobarde. En la guerra civil ni Dios me hubiera sacado de la trinchera... Me encontraba muy cansado, me sentía muy triste.

    A la altura de Pedrafita, tras cuatro horas de trayecto por una autovía de rectas interminables, sobreviví a la siniestra experiencia de bordear la difusa línea entre la muerte y la vida... Aún hoy tengo la sensación de que llegué a tocar el filo con la palma de mi mano. No recuerdo como pude dormirme al volante de mi coche, pero así fue. Apenas transcurrieron más de dos o tres segundos; el hecho es que me desperté con la rueda fuera de la calzada, iba rápido, demasiado rápido. Nunca olvidaré el repertorio de sonidos al corregir la trayectoria del vehículo, y como se deformaba la carrocería vomitando un crujido infernal… y las ruedas… como chillaban… así suena la muerte. Pero poco a poco se estabilizaron las curvas a derechas y a izquierdas, la resonancia centrífuga cesó, recuperé la alineación recta, y el silencio tomo relevo. Mi corazón no me permitía respirar, como si su golpeo contra el pecho me dejara sin aliento; notaba su cadencia virulenta temblando en mi nuez. Lloraba.

    —Mierda, mierda, joder, ¡joder!

    Un torrente de lágrimas empapaban mi rostro, me sentía extraño, vívidamente muerto, hueco por dentro; notaba el marasmo del desconsuelo atravesarme.
    No tardé en parar, en algún lugar próximo a la frontera entre Lugo y Asturias. Aparqué el coche en el recodo de una mínima carretera de tierra sustentada por helechos y acebos. Me llamó la atención un tejo cuya copa solitaria asomaba junto a ella.

    Me aproximé con el paso cansado hasta llegar a la altura del majestuoso árbol. Dos helechos gigantes me impedían contemplarlo, los aparté con cuidado, con cierto temor de encontrarme con el tronco espinoso de unas zarzas, o con las hojas ardientes de unas ortigas escondidas. Estaba de cuclillas en este proceso quirúrgico cuando resbalé inexorablemente perdiéndome en la frondosidad. Cerré los ojos, y apreté los puños, pero todo quedó en un susto, y tras cinco metros de tobogán natural me descubrí tumbado en un prado despejado, recibiendo los primeros rayos de la alborada. Las vistas eran realmente hermosas…
    Empecé a reír, no me lo podía creer, no podía parar.

    —¡Ja, ja, ja!¡¿Cómo cojones es posible?! ¡¿Por qué me pasa esto a mí?! ¡¿Por qué?! Seguro que es el de barbas blancas, y no me refiero al pobre vagabundo, sino al mandamás. Aquél que anda por ahí conspirando, pero hoy no vas a tenerme como morador… ¡de tu infierno! ¡ja, ja ,ja!
    Y allí estaba yo, tirado en la pradera, contemplando un cielo cada vez más azul, y riéndome no sabía ni por qué.

    Poco a poco fui espaciando mi risa, con una cadencia cada vez menos histérica, reemplazando finalmente las carcajadas por suspiros relajados. Absorto contemplaba las trayectorias circulares de un azor, tan depuradas, tan ensayadas, perfectamente ajustadas al compás del silencio de la brisa.

    Me erguí y pude comprobar el excelente mirador al que por fortuna había ido a parar, en lo alto de una ladera, que con una brusca pendiente se perdía en el fondo del valle. —Un tropezón más y hasta el río—pensé. Su parte alta estaba pintada por una verde pradera, y la mitad baja lo salpicaba un tupido bosque de robles y castaños, en el que podían distinguirse las llamas doradas de algunas hojas rebeldes, que contrastaban con el paisaje bronquial de las ramas desnudas.
    Como si destaparan un cuadro impresionista cubierto por una sábana negra, los rayos de sol ascendían la vertiente vecina creando un torrente de color absolutamente impropio de la luz incolora del invierno.

    De pronto vislumbré una mancha blanca que inundó en segundos la parte baja del valle. La neblina quedó embalsada, pero intranquila; se distinguían enérgicas turbulencias en su interior, y sus orillas eran cada vez más quebradas. La brisa había cesado y el silencio era absoluto. —La calma antes de la tempestad—juzgué, y así fue. De repente, la mar blanca comenzó a remontar con una velocidad inusitada la falda del valle, aproximándose feroz hacia mí; me recordaba a las tormentas de arena que había visto en los documentales; apoyé la palma de las manos en la hierba en posición de huida.

    —¡Coño! ¡gallina, quédate dónde estás!—grité.

    Doscientos metros, cien, cincuenta, ¡veinte!… cerré los ojos… sentí… un frescor… un siseo cristalino.... Retomé lentamente la mirada… El espectáculo era fascinante; a mis pies se extendía un auténtico océano de nubes, su blancura opaca y brillante invitaba a saltar sobre ella, y retozar sobre ese colchón de algodón y, por fin, descansar.

    Noté algo en mi mano; la abrí y allí reposaba el papel arrugado que me había regalado el viejo poeta esta madrugada. En efecto era un poema, un poema corto escrito a pluma, con una caligrafía insigne, realmente bella. Me acomodé y lo recité alto y claro, con la intención de honrar al viejo vagabundo, regalando sus versos al frescor de la belleza pura del cielo, ya turquesa, y las nubes juguetonas.



    Recuerdo la primera vez que te vi
    en un parque de esta amargada ciudad
    sentada entre hojas muertas en soledad.
    Esa tarde, mi amor, yo te conocí.


    —¿Paseamos?, —¿Por qué no? claro que sí,
    desde entonces amainó tu tempestad,
    tu mirada recobró su mismidad
    y prometí amarte por siempre, así.


    Como dos adolescentes nos buscamos,
    bajo las verdes acacias te reías,
    tú y yo, juntos, la primavera encontramos.


    Cada amanecer cien besos me servías,
    pero una mañana en la isla negra anclamos,
    no me besaste... porque ya no latías.







    El eco de los versos en las laderas, fueron cayendo como una segunda voz en el recitado del poema, a la par que multiplicaba la esencia desgarradora de la pena profunda por la pérdida de su compañera vital.

    La ansiedad se apoderó de mi pecho—eso es amar—me dije.

    Cuando llegué al coche rompí mi artificial declaración de amor, y reescribí una sentida y sincera carta…, bueno, más bien una frase de despedida, que decía algo así:

    “Encantado de haberte conocido Amaya, espero que la vida te sonría. Un beso.”

    Una vez en el pueblo localicé el bar al que ella solía ir a desayunar. Le entregué la carta al sorprendido camarero y, sin dejarle margen a su curiosidad, me marché, con la intención de llegar a San Sebastián a última hora de la tarde. Tenía la necesidad de abrazar a mi familia.

    El trayecto hasta Navia lo había hecho en alguna ocasión, pero no recordaba que fuera tan especial. El río Navia discurre junto a la carretera, alternando desfiladeros rocosos con amplios meandros en los que descansa inmóvil la corriente; una masa transparente azul gélido, verdosa, a punto de cristalizar. Circulaba tranquilo, disfrutando del paisaje, aliviado por haber hecho lo que debía, cuando recibí una llamada. Era ella: Amaya. Nervioso, descolgué el teléfono.

    —¿Sí?
    —¡Gracias!, gracias mi amor, que cosa tan linda me has escrito… ¡qué sorpresa!, me has hecho llorar, yo nunca te abandonaré, siento haberte empujado a escribir algo tan triste… de verdad… que lo siento…
    —Ehhhh, bueno, yo… yo… estoy encantado… de haberte conocido, tú lo sabes…
    —¡Hombre!, eso ya lo sé ¡tontorrón!, y más después de dedicarme un poema tan maravilloso…
    —¡Ahhh! Verás… resulta que esta noche pasada me intentó atracar un viejo en una calle oscura, bueno, atracar no, o sea, me asustó, bueno, y se asustó el también, ¿eh?, y me regaló el poema que yo, por error, al parecer, te he entregado… ¿Qué bonito, eh?... ¡Casi me mato!, ¿sabes?, y después, para colmo…
    —Pi, pi, pi…
    —¿Amaya?… ¡joder! qué imbécil soy.

    Me quedé traspuesto digiriendo la metedura de pata, pero no tardé en aclarar mis sentimientos, pues hacía ya un tiempo que había remontado la ansiedad insoportable que supone que te dejen de querer, o la dura realidad de comprobar cómo un día, de pronto, la balanza del amor se encuentra descompensada, ofreciéndote indiferencia e incomprensión. A decir verdad, el proceso del desamor no fue repentino, se incubó con bastante tiempo de antelación… diría yo, que desde el día que la conocí, pero me enfrenté al problema con los ojos vendados, hablando alto para no escuchar, y asumiendo la situación, cuando los besos ya no sabían más que a cartón. Me sentía tranquilo, despojado de la frustración de las semanas pasadas, miré de reojo el móvil, y con alivio pude comprobar como la llama estaba apagada, y la vela consumida… ya no me sentía enamorado, y sabía que Amaya tampoco.

    No volví a verla. Era una mujer hecha a una vida que había sido miserable con ella; supongo, que aunque solo sea por justica, que aunque solo sea porque le toca, le irá bien. Tenía muy presente donde no debía pisar para alimentar la sombra de los recuerdos que se procuran olvidar.

    Abrí la ventana, había llegado a Navia. No necesité que ningún cartel me informara: advertí el frescor salado de la mar vecina. Notaba una sensación de felicidad difícil de superar. Era consciente de que el día de hoy había sido uno de esos momentos surrealistas, extraños, límites, que acontecen pocas veces en la vida, con ese regusto excepcional de haber experimentado algo extraordinariamente anormal, y lo mejor de todo, haber sobrevivido. Esto me hizo reflexionar sobre lo mucho que nos creemos y lo poco que somos.

    Llegué a San Sebastián bien entrada la tarde. No había nadie en casa. Mi madre estaba paseando con alguien muy especial, alguien que iba a ser, y es, su compañero del alma, su amante y su bufanda, el renacer de la chispa, por fin, en su mirada: el segundo pétalo de una flor ansiosa de luminosas primaveras.

    Mi hermana y su novio Santa estaban en la oficina estudiando. Compré una botella de ron y me fui a visitarlos.
    Al entrar en el despacho mi hermana se giró y, al verme, se levantó bruscamente de la silla abalanzándose sobre mí. Le agarré al vuelo como si de un tango se tratara, y le abracé con todas mis ganas, besando el matojo rubio de su melena enredada y, entre beso y beso, le dije:

    —Estos momentos son la luz de la vida… menos mal… que puedo disfrutarla…
    Posó con lentitud los pies en el suelo, y se zafó con ternura de mis brazos; me miró fijamente, y acercándose al cuello me susurró al oído:
    —¿Estás bien hermanito?
    No me extraña que me lo preguntara, notaba la emoción creciente embalsarse en mis ojos, y mi labio inferior temblaba como el de un niño en el umbral del llanto. Con voz quebrada le contesté:
    —¿Alguna vez, un mismo día, habéis sido atracados por un poeta, degustado el sabor a hiel de la muerte, tocado un mar de nubes primaverales en invierno, y descubierto que en el amor no valen los disfraces?... ¿alguna vez… alguna vez, habéis tenido la sensación de que todo lo vivido no ha sido más que un sueño?

    Ambos quedaron absolutamente perplejos. Mi hermana me miraba con semblante muy preocupado, en cambio, Santa, mantenía una amplia sonrisa. Éste alcanzó tres copas, y las colocó sobre la mesa, golpeando intencionadamente la base de las mismas contra la madera. Abrió con estilo torero la botella de ron, y las sirvió hasta rebosar de licor.

    —¡Compañero! ahora nos vas a contar tu historia, o ese sueño, que estoy ansioso por escuchar.
    Y así fue.

    Con el entusiasmo de sentirme vivo les narré las experiencias de un día que no olvidaré, y por el cual brindamos los tres hasta el amanecer, prometiéndonos no malgastar una vida, un sueño, que sólo se vive una vez.
    Una vez.


    Kalkbadan, octubre 2010.
     
    #1
    Última modificación: 27 de Junio de 2014
  2. JOP PIOBB

    JOP PIOBB Exp..

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    #2
  3. Es una narración buenísima. Tiene elementos fantásticos muy bien resultos y muy verosímiles. Lo mejor son las descripciones, para las que tienes mucho talento. El tránsito entre situaciones es también excelente y el desenlace, resumen incluido tiene mucha fuerza y está cargado de sentido.
     
    #3
  4. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    JOP,
    gracias sinceras por dedicar tu tiempo en leer este cuento, relato.

    Me alegra mucho que sea de tu agrado, de alguna manera afianza mi confianza en el terreno de la prosa totalmente desconocido para mí.

    Un abrazo compañero.
     
    #4
  5. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Estimado Luis,
    en primer lugar muchas gracias por leer un texto tan largo. Valoro mucho las críticas constructivas que has ido haciendo de mis poemas publicados, por eso me alegra especialmente que te haya gustado, y resultado coherente este relato.

    Gracias compañero. Un saludo, y buen fin de semana.
     
    #5
  6. Yolena Sanfernan

    Yolena Sanfernan Poeta fiel al portal

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    Wuauuuu, amigo, cuán belleza en esta narración y ambos poemas. Toda una aventura, que pudo haber terminado mal. Pero aquél anciano del un callejón oscuro, te hizo ver las cosas de otra forma. Una aventura de un presumido amor, que terminó con historia propia. He pasado un buen rato re-leyendo esta bella historia. Te felicito amigo, además con el tiempo ese "cobarde" se vence y ahora toca ser valiente... siempre. Te dejo reputación por merecerlo tu vida -de salvación-, junto con estrellas envueltos en abrazos. Yolena
     
    #6
  7. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Que bello comentario compañera...

    te agradezco tu lectura siempre tan interesada,

    un saludo y hasta la vista Yolena, buen sábado.
     
    #7
  8. Mayca

    Mayca ES EL MOMENTO DE DESPERTAR A LA ESPIRITUALIDAD

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    Guauuu, qué historia Kalkbadan, impresionante, de dónde sacas tantas bellas descripciones?, es increíble como se te da el tema, me dejaste anonadada, qué suerte la tuya describir al detalle de esa manera maravillosa, es que me gustó tanto que ni respiré, impresionante de verdad, yo que últimamente me aburro de todo, conseguiste que llegara al final, felicidades amigo, un abrazo fuerte
     
    #8
    Última modificación: 5 de Diciembre de 2010
  9. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Maica,

    me ruboriza la percepción tan positiva que tienes de estas líneas...
    te agradezco que te tomaras el tiempo para leer este largo relato. Me alegra que te gustaran las descripciones, y me ilusiona especialmente que te sintieras a gusto con la lectura,

    un abrazo compañera, y que sigas muy bien.

    hasta la vista.
     
    #9
  10. x

    x Invitado

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    WOW!! te digo que no se me ha hecho largo, porque cada fase de tu relato es una experiencia vivida, relatada de tal manera que penetra el lector en el personaje, inclusive en el miedo. Un relato con transparencia de sentimientos, miedos, apreciaciones de la vida en diferentes facetas - un dia que se hace largo para uno, corto para la vida. Tienes razon se vive una sola vez, y lo que hagas se queda, no tiene regreso. Fabuloso, estupendo y muy interesante. Lo disfrute en silencio en el desayuno, inclusive me arrancaste una lagrima al verme identificada en tu relato, aun cuando un poco diferente - sentir amor es doloroso, pero necesario. Un fuerte, fuerte saludo. No me olvido, estrellas y reputacion de seguro!!! CRIS[/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font][/font]
     
    #10
  11. kalkbadan

    kalkbadan Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Me alegro enórmemente que te gustara Paloma! se que eres una amante y maestra de la prosa, por lo que valoro especialmente que te interesara, y más aun por ser este relato, al cual tengo un cariño especial... Me emocionó sinceramente tu comentario...

    Toda la razón tienes cuando afirmas que el amor es necesario aun siendo doloroso. Se aprende mucho... de uno mismo.

    Un saludo fuerte y hasta la vista.
     
    #11
  12. sanchopanza

    sanchopanza Invitado

    Ha sido un placer leerte amigo Kalkbadan, un relato excelente y muy entretenido. Voy todos los años a veranear a León y de vez en cuando he visitado Asturias, viendo los paisajes que describes, son preciosos. Gracias por la lectura y el rato tan agradable amigo.Un abrazo*****************++
     
    #12
    Última modificación por un moderador: 17 de Diciembre de 2010
  13. kalkbadan

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    Gracias a tí Sancho, el placer es mío por tu lectura interesada. Me alegra saber que te haya resultado entretenido el relato.

    la ruta desde León es especial, la hice muchas veces.

    Un saludo compañero.
     
    #13

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