Sublime ignorancia...

Sublime ignorancia...

En un hermoso lugar, enclavado en un valle cualquiera, y rodeado de varias montañas, existía un pequeño y olvidado pueblo, y según contaban los abuelos, las personas que osaban profanar aquellos bosques vírgenes desaparecían para siempre.

Por esa razón, aquel pueblo no tenía ningún tipo de progreso, debido a que sus moradores eran fieles creyentes a las leyendas que sus ancestros decían, y por esa razón, no se atrevían a traspasar esos límites por el temor de desaparecer. Ya eran muchas las mujeres que habían perdido a sus maridos, por haber permitido que estos se fueran a la “montaña embrujada” como solían llamarla, lo que ellas no sabían y los demás tampoco, era que el tal hechizo no existía.

Lo que en realidad sucedía, era que allí existían muchos animales salvajes, y al ver llegar a los hombres los atacaban para saciar su apetito. En el pueblo las personas seguían creyendo, que todo era producto de una maldición que había dejado un antiguo hechicero, que habitó en esas montañas por muchos años.

Entre aquellos habitantes se encontraba una joven muy atractiva, pero poco afortunada en el amor, apenas llegaba a los veinte años y en tan solo tres embarazos ya cargaba con seis hijos de diferentes padres. Ella era una de las víctimas del supuesto espíritu que habitaba en las profundidades de aquella montaña, ya que entre los muchos desaparecidos se contaban los padres de sus hijos.

Esta hermosa mujer también estaba dotada de una gran imaginación, que solía usar en los momentos más difíciles, como por ejemplo, en aquellos días cuando sus hijos despertaban con la claridad de los tempraneros rayos del sol, que juguetones se filtraban a través de las ranuras de las tablas, que fungían de paredes de la modesta y desvencijada casa.

Era en esos momentos, cuando la joven madre consciente de la carencia de comida para brindarles el desayuno, sacaba a relucir toda su imaginación y cariñosamente les decía: “Hijos no se levanten todavía que aún no ha amanecido, esa claridad que los hizo abrir los ojos no es la del sol, esa es la luna que hoy está llena y por eso está alumbrando más clarito” Cuando la triste realidad de aquella madre era que no tenía nada en la cocina con que aplacarles el hambre. Estas breves y tiernas palabras hacían que las criaturas volvieran a quedarse dormidas durante un rato más.

Esto demuestra la inocencia de aquellos niños, y la astucia de una madre para solventar momentáneamente el problema de la carencia de alimento. “Ya buscaré la manera de encontrar algo para que puedan comer cuando se levanten”

Una mañana al ver la claridad reflejada en las hojas trenzadas de las palmeras que servían de techo, la hija mayor que tendría unos siete años se despertó con mucho frío, y sin hacer ruido para no despertar a sus hermanitos se levantó de la cama, buscando sentir sobre su delgado cuerpo, el calor de aquellos rayos de luz que la pequeña niña suponía que eran tibios.

Al abrir la puerta, se dio cuenta que aquellos rayos de luz, provenían del sol y no de la luna como decía su madre. Pensativa por lo que acababa de descubrir, la pequeña se dirigió a la cocina y al no encontrar en ella ningún alimento, entendió porque su madre mentía al decir aquello, la triste verdad era que: “No había nada para alimentarlos” y con el rostro inundado de lágrimas, aquella inocente niña, hizo allí mismo en la rústica cocina, la promesa de ayudar a su madre a conseguir los alimentos, para que nunca más ella tuviera que inventar, o mentir de esa manera.

María B Núñez​

 

qué cómplice del despertar! Me encantó. Gracias, María B Núñez. Saludos.

 

Muchas gracias por acercase a leer mis humildes letras.
Le dejo un abrazo con cariño en la distancia...