Sueño mortuorio

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La piel se desgaja con súbito miedo. Las sombras de la tempestad de un sueño se van colando en los poros de la espalda causando escalofríos. Vi su rostro subiendo desde el fondo de la fosa oscura con olor fétido. Se veía tan normal y apuesto que parecía un adonis. La escena de la mentira se hacía cada vez más espesa y silenciosa. Las paredes del salón se abrían resquebrajando el humo del dolor. El corazón galopaba desbocado. Esa sensación de terror se apoderó de las entrañas de la insolente visión de los ojos cerrados. El aire se postraba en un gemido agónico de la esperanza. Él se apoderaba de mis ansias demoliendo la sensación de calma que aún me quedaba antes de acostarme a dormir.

La incertidumbre me hacía temblar en todos los sentidos. La voz se tambaleaba en sus adentros para no soltar un llanto de miedo. Me siento nerviosa al grado de que no quiero salir de la casa. Busco algo para entretenerme y no pensar más en ese sueño. Él se ha metido en mis pensamientos y me desespera no poderlo sacar de ahí. Sudan las manos y me mordisqueo las uñas. Las imágenes de sus manos acariciando lascivamente mi cuerpo me hacen llorar. Me quemaba el roce de sus diabólicas caricias de seda impecables con aroma a jazmines podridos. Tiemblo como marioneta descabezada.

La sombra que cubre el sillón de madera añeja me da la sensación de que es él esperando a que me duerma. Los barbitúricos se han acabado dando lugar a los dolores de cabeza intensos. Lo veo venir con esa estúpida gabardina negra, ojos de fuego infernal y lengua viperina. Las cicatrices de las piernas laten con prontitud asesina, sienten su presencia para abrirse y dar paso a la hemorragia funesta. Sangran mis dedos que ya no tiene uñas, mastico la piel con trozos de carne rancia. Está cerca, lo puedo sentir husmeando entre mis senos y mi vientre infértil. El llanto de la criatura que alguna vez vivió en el vientre repolla cuando él se acerca aún más. La luz se va perdiendo entre lánguidos destellos de amargura.

El contrapunto de la soledad se agobia con el chillar de la quijada. No aguanto más, lo siento cerca, cada vez más cerca. Lo estoy esperando despierta porque dormida me va mutilar entera. Él, y sólo él, desquicia los sueños convirtiéndolos en pesadillas inocuas. El miedo penetra la espina dorsal girándome a la oscuridad del dolor. No quiero dormir, me aterra encontrarlo lamiendo mi sexo de manera asquerosa. El sol ha cedido sus alientos a la luna llena que va diciendo entre cánticos mortuorios que él está viniendo a saciar sus ganas conmigo. No debo dormir.

La noche es fría, silenciosa y estúpidamente melancólica. Las hileras de sangre brotan de los ojos como gusanos de tierra. Se han extinguido las lágrimas desde hace días. Un búho canta en los alrededores de la habitación. Una rata gimotea con avaricia para coludirse con un pedazo de uña que se retuerce en el rincón de mi somnolencia. Se escucha más fuerte el cántico mortuorio. La luna calla y se abre la fosa. No puedo cerrar los ojos para evitar verlo. Los huesos tiemblan sin parar, las cicatrices sangran a borbotones, el llanto de la criatura se agolpa en el vientre como un grito desquiciado. Me saco los ojos y me dejo caer en la fosa. Qué haga conmigo lo que se le plazca. Para cuando llegue al fondo ya estaré de miedo muerta. Él se ajustará la gabardina y se dará media vuelta. Un cuerpo muerto no sacia su sed de miedo. A mí ya no me importará el quedarme en el infierno. Se oye el silencio, es mi voz que se apaga en medio de un charco de sangre. La luna finaliza su cántico y la rata se apodera de la lengua yerta.
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