1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Sueño premonitorio

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por ivoralgor, 29 de Octubre de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 466

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    17 de Junio de 2008
    Mensajes:
    494
    Me gusta recibidos:
    106
    Género:
    Hombre
    A Wendy y Karina, con cariño,

    que anhelan, en mis historias, un final feliz.​


    El sol acariciaba lento el horizonte. Maya dormía, semidesnuda, en su habitación. Ese día cumplía los dieciocho años. Antes de dormir juró que al despertar su vida cambiaría. Tenía escritos, en un papel, las frases que le diría Gustavo, ese chico de ojos miel que la atraía desde hacía más de un año. Estudiaban en la misma Preparatoria y era su último semestre antes de graduarse. De pronto, sonó la alarma de su teléfono celular. Estiró la mano hacia la mesita de noche y pulsó la pantalla. Cinco minutos más, pensó y se cubrió el rostro con las sábanas.

    Gustavo se levantó con desgana. Entró al baño y se dio una ducha para despertar. Falta menos, se dijo frente al espejo. Se vistió, se puso en el hombro la mochila y salió de la habitación. Pasó por la cocina, abrió el refrigerador y agarró un yogurt para beber. La noche anterior soñó que lentamente le recorrían la piel unas caricias tibias. Su cuerpo quedó tenso al instante. Le susurraban palabras dulces. Unos labios finos rozaban su pecho lampiño. Oyó sus propios gemidos y sintió el sexo ardiendo. Un girasol bailaba en el vientre de esa mujer. Luego un mar quieto reflejaba su desnudez y asida a su espalda estaba la misma mujer. La brisa mecía sus largos cabellos. El cielo dominado por un azul intenso. La quiso besar y la alarma de su teléfono celular lo despertó de aquel sueño. Las reminiscencias del girasol se quedaron grabadas en su mente. Al llegar al salón de clases, dibujó en un cuaderno aquel girasol danzante.

    Maya se estiró lentamente en la cama. No iría a la escuela. Tenía una cita con Mondragón a las diez de la mañana, un tatuador conocido de Fernando, su papá. Siempre quiso hacerse un tatuaje y hasta cumplir los dieciocho se lo permitirían. Dos semanas antes le hicieron las pruebas del tatuaje y quedó encantada con los resultados. ¡Está hermoso!, dijo eufórica. Entró al baño y abrió la llave de la regadera. El agua que caía le acariciaba el cuerpo lentamente. Cerró los ojos e imaginó que eran las manos de Gustavo. Se estremeció cuando el agua escurría por su entrepierna. Apretó los muslos y sintió placer. Ya no quería sentir sus propios dedos socavándole la intimidad. Eran las manos de Gustavo las que esperaba, aquellas que la hicieran gemir; esos labios comiendo su botón rosa que palpitaba una y otro vez. Terminó de ducharse y salió del baño con la toalla cubriéndole la parte central del cuerpo. Otra toalla cubría sus largos cabellos. Se puso un pantalón de mezclilla, una blusa holgada y zapatos deportivos. Se hizo una cola y salió de la habitación. En la cocina la espera el desayuno servido. ¡Felicidades, cariño!, la recibió con un abrazo y un beso Mayte, su mamá. Fernando estaba de viaje, pero le envió un mensaje de texto al teléfono celular. Terminó el desayuno y fue al estudio de Mondragón.

    El tiempo se hacía lento para Gustavo, que deseaba irse lo antes posible de la escuela. El entrenamiento de baloncesto lo distraería un tanto más. No entendía esa ansiedad por salir, ese sueño lo estaba perturbando más de lo debido. Divagó en los labios de la mujer por unos segundos. Un fuerte golpe en la espalda lo sacó de su turbación. ¿En qué piensas?, dijo Luis, su mejor amigo. En nada, respondió. Es un sueño que me está dando vueltas desde que desperté. Le contó lo que recordaba del sueño. Esas son chaquetas mentales, se carcajeó Luis, mejor vamos a entrenar. Ambos se fueron a la canchas de baloncesto. El entrenamiento, efectivamente, lo distrajo de aquella sensación que lo perturbaba.

    Los gestos de dolor se reflejaban en el rostro de Maya. Se verá hermoso, se decía para sus adentros. Mondragón hizo un trabajo excepcional. Se lo debía a Fernando, por tantos favores que recibió cuando estuvo en cárcel acusado de asesinato imprudencial. Estaba borracho cuando, montado en su moto Harley Davisdon, atropelló a un adolescente. Maya vio el tatuaje muy emocionada. ¡Gracias!, le dio un beso en la mejilla a Mondragón. ¿Cuánto te debo?, preguntó hurgando en los bolsillos del pantalón. No es nada, contestó, se lo debo a tu papá. Maya salió feliz y radiante. Sabía que el entrenamiento de baloncesto terminaba a la una de la tarde. Sacó el papel y repasó las frases. Aún le dolía la porción de piel donde reposaba el tatuaje. Se soltó el cabello y se encaminó a la preparatoria.

    Cuando llegó a las canchas de baloncesto, el entrenamiento aún no terminaba. El entrenador había llegado media hora tarde y el fin de semana, los Jaguares, jugarían el partido de semifinales del Torneo Inter Preparatorias. Gustavo tenía la camisa empapada de sudor. Maya admiraba cada movimiento que hacía. Recordó esa sensación del agua cayendo en su cuerpo. Imaginó que el sudor de Gustavo le bañaba el cuerpo. Que la agitación era por los embistes que la socavaban. Cerró los ojos un instante y sintió palpitar su sexo. Movió la cabeza, de un lado a otro, para apartar esa idea. El entrenamiento finalizó y Gustavo fue a los baños a cambiarse las ropas sudadas. Ya conocía a Maya, se la habían presentado unas amigas en una novatada. Le pareció simpática y algo sexy, pero jamás externó esos pensamiento, con nadie, ni con Luis. Habían hablado en varias ocasiones de temas irrelevantes y cosas de la escuela. Maya acudía a los partidos, se volvió aficionada al baloncesto por Gustavo, su jugador favorito. En algunas ocasiones, Gustavo, la veía en la gradas y la saludaba a lo lejos. No se podía decir que eran amigos, pero sí que tenían cosas en común.

    Maya interceptó a Gustavo en el pasillo central de la escuela. Hola, dijo. Hola, contestó Gustavo con un sonrisa franca. Maya no encontraba las palabras adecuadas para aventarse al ruedo. ¿Puedo hablar contigo unos minutos?, dijo al cabo. Claro, respondió. Salieron de la escuela y se fueron a un parque cercano. El sol caía a plomo y se refugiaron bajo la sombra de un árbol. ¿Qué pasó?, preguntó Gustavo intrigado. Maya sacó el papel con las frases. No puedo, dijo y huyó. ¿Qué hice?, se preguntó inconsciente al verla perderse entre la gente. Bajó la vista y el papel revoloteaba a la par de unas hojas secas del árbol. Se inclinó y agarró el papel. Leyó con detenimiento las frases. No sabía que pensar, mucho menos qué hacer al respecto. Fue como si lo hubieran mojado con un balde de agua fría. Camino a su casa decidió tomar al toro por los cuernos. Hizo un par de llamadas y obtuvo la dirección de la casa de Maya. No podía tener ese pendiente en la cabeza antes del partido del sábado, era un distracción muy fuerte y no quería malos entendidos.

    Maya deambuló el resto de la tarde reprochándose lo sucedido. Soy una cobarde, se repetía una y otra vez. Por la noche, su mamá le organizó una cena con sus familiares y amigos. Se bañó lentamente, reprimiendo el llanto. No podía dejar que nada empañara la cena. Aspiró profundamente y salió decidida a disfrutar de la fiesta. Antes de dormir, dejó escurrir las lágrimas como río desbordado.

    El sábado por la mañana, Maya despertó con pereza y melancólica. Sabía que se perdería el partido de baloncesto. Las ocho de la mañana marca el reloj de pared frente a su cama. Oyó que tocaban a su puerta. Asomó la cabeza su mamá. Alguien te busca, dijo. Me dijo su nombre, pero ya no lo recuerdo. No quería hablar con nadie. Hizo un ademán, pero se lo refutó. No seas grosera, el chico está esperando en la sala. Es Alberto, pensó, viene por los apuntes para una tarea de matemáticas. Se lavó la cara, se puso un short deportivo, una blusa floreada y unas sandalias. Fue a la sala. Alberto, dijo, te esperaba más tarde. Perdón, dijo Gustavo al darse la vuelta. Él estaba viendo unas fotos que colgaban de la pared. Maya apretó los puños. No podía creer que él estuviera ahí, en la sala. Bajó la mirada, avergonzada. Sólo vine a aclarar las cosas contigo, dijo y le extendió el papel con las fases. Si realmente sientes lo que ahí está escrito, hizo una pausa, te espero después del partido. Me tengo que ir, finalizó. Se acercó a ella y le levantó el rostro. Le acarició suavemente los labios con los suyos. El corazón de Maya galopaba desbocado, casi se le salía del pecho. Cuando abrió los ojos, Gustavo ya no estaba.

    El partido estaba empatado y faltaban dos minutos para que finalizara. En las gradas, la gente apoyaba a su equipo favorito. Gustavo llevaba el balón. Dio un pase y se lo interceptaron. Se recriminó esa falta de concentración. Intentaron empatar pero fue imposible. Quedaron fuera de la final y se conformarían con jugar el partido por el tercer lugar. Tenía los ánimos por los suelos. Fue a cambiarse las ropas. Vio en derredor y no vio a Maya. Suspiró derrotado. Se unió al mar de gente que salía por el pasillo principal de la escuela. Sintió que le tocaban el hombro. Su corazón dio un vuelco al ver a Maya. Se fundieron en un beso cálido. Las palabras sobraban. Un pequeño gemido de dolor puso en alerta a Gustavo. ¿Qué te pasa?, preguntó. Aún me duele ahí, dijo señalando su bajo vientre. Es mi regalo de cumpleaños, dijo llena de alegría, es un girasol. Si te portas bien, le dijo, te lo enseñaré muy pronto. Le rodeó el cuello con los brazos y le mordisqueó el labio inferior. Gustavo rememoró las caricias, el girasol danzante, el mar y el cielo azul intenso. En su interior sabía que ella era esa mujer del sueño, que el amor y el tiempo los llevaría a vivir muchas historias, juntos; que el amor, siempre, inicia como sueño.

     
    #1

Comparte esta página