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Sueños caducos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 29 de Mayo de 2019. Respuestas: 2 | Visitas: 560

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Mi nombre es lo de menos, al igual que mis sueños. En breve entenderán de qué les hablo. Desde niño tuve el gran sueño de trabajar en una empresa, ganar toneladas de dinero y, por ende, salir de pobre. Cosa más alejada de la realidad, sueño al fin y al cabo. Crecí sin grandes lujos y sí muchas carencias. Mi madre se sobajó el lomo día y noche para pagarme los estudios: para que seas un hombre de bien Arístides. Una mirada vivaz se dibujaba en mi rostro cuando escuchaba senda premonición de mi futuro. Me quemé las pestañas hasta lograr tener mi título de Ingeniero en Sistemas Computacionales en el Tecnológico de Mérida, carrera en boga en ese entonces. No es de menospreciar que mi hermano, Salomón, una año mayor que yo, igual obtuvo su título de Ingeniero Civil en la Facultad de Ingeniería Civil de la UADY y que pocas veces lo vi matarse a estudiar. Lo envidiaba de cierto modo, ya que tenía una memoria privilegiada, muy distante a la mía y se relacionaba con una facilidad asombrosa, cosa que yo no tenía ni por asomo. Era tímido, callado y con mucha dificultad para relacionarme con los demás – algo anti-social diría. Con esas cualidades, cómo se me ocurrió pensar que llegaría a ganar un chingo de dinero y tener a la mujer que quisiera para madre de mis hijos. ¡Pendejadas!

    Antes de graduarme, realicé mis prácticas profesionales en un pequeña farmacia de Umán, junto con mi amigo Federico, que a la postre sería mi compadre. Era el negocio de nuestra vida. Desarrollaríamos un software de punto de venta que controlaría las ventas y los almacenes, aunque sólo habíamos desarrollado, en la escuela, un par de proyectos en el lenguaje de programación Visual Basic. Ahí empezaron a enterrarse, en la mierda, mis sueños. El dueño de la farmacia no quería pagar mucho; tengo que comprar computadoras, una impresora y eso cuesta, muchachos, nos soltó a bocajarro. Sólo nos alcanzó para pagar los pasajes y uno que otro desayuno en el mercado de Umán. No te preocupes, Arístides, ya nos caerá otra chambita, ya verás. No fue así. Por esos días, Alejandro Peón fue al Tec, dueño de una empresa desarrolladora de software de Mérida, con el propósito de captar nuevos talentos para sus proyectos presentes y futuros. Su perorata divagó en las nuevas tecnologías que ellos impulsaban, que eran uno de los primeros en Mérida en programar cien por ciento en Oracle. Los sueldos son atractivos y hay crecimiento escalonado. Todo un oasis para un recién graduado con miras a ser desarrollador y tener un golpe de suerte y ser el nuevo Bill Gates. Encandilado, como estaba, fui a la entrevista dos semanas después y resulté seleccionado. La suerte me sonreía. El sueño volvió a arder en mis ánimos.

    Era cierto, desarrollaban en Oracle, pero sólo los que tenían más experiencia. Me relegaron a dar soporte a un software para un gimnasio, desarrollado en Centura, lenguaje de programación del cual no había oído hablar jamás. Me dieron un manual maltrecho para que aprendiera a programar en un par de semanas. En los menesteres de ser programador, te vuelves autodidacta o te lleva la chingada. Así que me metí al código fuente e intenté entender las tripas de dicho software. No había terminado la segunda semana y ya me habían tirado al ruedo. Tienes que realizar una modificación a un reporte que urge, me dijo a seca mi Project Manager, - por cierto, nombre pomposo que escuchaba por primera vez y, para ser sinceros, me deslumbró-, para entendernos mejor, a secas, mi líder de proyecto. Desde ahí empecé a detestar el “Urge”; todo urge, era para ayer. Te rajas la madre y hasta el culo te duele, - por las horas nalga que pasas sentado frente a la computadora-, por terminar esa urgencia y, al cabo, no lo prueban y cuando lo hacen, varias semanas después, ya no urge porque ya tienen otra puta urgencia. ¡Me caga!

    Un par de meses después, mi líder de proyecto me comentó que me mandarían a un proyecto a Ciudad de Carmen y que tendía que subir a un barco. Mis ojos se avivaron y mis sueños también. Ya tendría que decirles a mis pendencieros compañeros de generación, si me los topaba en alguna ocasión por la calle o en alguna reunión o donde fuere, que había subido a trabajar a un barco que daba mantenimiento a las plataformas petroleras de Pemex. Pero los putos se fueron a Monterrey a estudiar una maestría y hoy trabajan para grandes empresas desarrolladoras y viven en los U.S. ¡Culeros!

    La experiencia en el Oceanic, así se llamaba el barco, no fue completamente idílica como lo había soñado. Para abordarlo, tuve que esperar una hora, en la madrugada, para que llegara una lancha que nos llevaría hasta el lugar donde se encontraba anclado y dando mantenimiento. El viaje fue desastroso. El vaivén de las olas me hizo vomitar después de eternas 4 horas de viaje. Creí estar purgado un pecado que aún no había cometido y, que por las dudas, me estaban cobrando por adelantado. No obstante haber vomitado, en el trayecto, las Donitas Glaseadas Bimbo que desayuné con una Coca-Cola, al subir al Oceanic vomité espuma en un bote de basura. Me recordó a mi perro Oso, que tuve cuando niño, un mestizo de ojos azules, cuando comió una bolsa de plástico y daba arcadas sacando por la boca un tipo de líquido viscoso verde y mal oliente. Juré, en ese momento, no volver a comer las putas Donitas Bimbo en todo lo que me restara de vida.

    El horario de doce por doce, es decir, trabajas 12 horas y descansas las 12 restantes, vinieron a joderme más la vida. Y es que un señor, que era dibujante técnico, de unos 60 años, me dijo que todos los días se trabajaba, incluso si había mal tiempo, claro está que si el oleaje lo permitía, sonrió sarcástico. Al cabo de una semana, y de ver agua por todos chingados lados, me harté del encierro y hasta de la comida. Por si fuera poco, acabé con el doctor de abordo por un dolor agudo en el estómago. Muchacho, tienes un gastritis terrible e inflamado el colon. Tienes suerte, sonrió con malicia, tengo una inyección de Ranitidina y en un rato estarás como si nada. Asentí con la cabeza. Me recosté en el camastro y me bajé los pantalones. Listo, dijo al sacar con saña la aguja que había metido de la misma manera. Toma las cosas con calma, te ves muy estresado; al bajar, continuó, debes ir a consultar para que te traten la gastritis, ya que esto fue un remedio nada más. Con mi orgullo magullado asentí con una mueca hecha sonrisa, agarré unas pastillas para el dolor estomacal que me extendió y me fui a dormir el resto de la jornada. Desde entonces, las pastillas de Ranitidina son uno de mis múltiples medicamentos de cabecera.

    Después de catorce días de total encierro, casi muerto, y unas tantas masturbadas de por medio, – para mitigar el hastío y el estrés-, toqué tierra y maldije a mi líder de proyecto. Se me quitaron las ganas de regresar, pero la necesidad es cabrona y regresé al Golfo de México, pero ya no con el Oceanic, sino en la plataforma semi-sumergible Chemul. Mis sueños ya habían desaparecido, ya eran caducos, ahora soñaba con encontrar un trabajo en tierra firme aunque me pagaran una miseria. Dice el refrán que “el que nace para maceta, del corredor no pasa” y así me sentía. Seguí un año entero subiendo y bajando, catorce por catorce, es decir, catorce días en el mar y catorce días en tierra firme. Gané mucha experiencia, sí, pero no carretadas de dinero. Que se vaya a la mierda Larry Ellison, pensaba cada noche que me subía al camión, en la terminal de ADO, con destino a Ciudad del Carmen.
     
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  2. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

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    todo tiene su tiempo



    grato leerle
     
    #2
  3. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Así es, todo a su debido tiempo y espacio.

    Un placer que pases por mis letras ;)
     
    #3

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